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¡Menuda cagada! Un paseo por las meteduras de pata de la ciencia actual

¡Menuda cagada! Un paseo por las meteduras de pata de la ciencia actual

Decía el actor Peter Ustinov que la última voz que se escucharía en el mundo antes de desaparecer sería la de un experto diciendo “eso es técnicamente imposible”. Las meteduras de pata, cagadas, fiascos o errores son comunes al ser humano y por eso no están ausentes del mundo de la ciencia. Por supuesto hay errores que son producto de la ignorancia científica de la época, como cuando el astrónomo William Pickering dijo que los vuelos transatlánticos eran “completamente fantásticos, e incluso si pudieran hacerlos una o dos personas, los costes serían prohibitivos excepto para capitalistas que pudieran tener su propio yate”. Y remató la faena diciendo que como la resistencia del aire crece con el cuadrado de la velocidad “los vuelos nunca tendrían una velocidad comparable a la de nuestras locomotoras”. ¿Y qué decir del famoso físico austríaco Ernst Mach cuando dijo “concedo tan poca credibilidad a la teoría de la relatividad como a la existencia de los átomos”?

Hay errores que son producto de una ciencia mal digerida o motivados por decisiones políticas, mientras que otros se pueden achacar a la inherente estupidez humana en su más amplia acepción. Sólo así se explica, por ejemplo, que científicos del Institute for Animal Health de Edimburgo malgastaran 200 000 libras del erario público para ver si la encefalopatía espongiforme bovina -la famosa enfermedad de las vacas locas- se había saltado la “barrera de especie” pasando a las ovejas. Lo que lo convierte en una película de los hermanos Marx es que ese equipo científico estuvo estudiando durante cinco años cerebros de vacas creyendo que eran de ovejas.

A principios del siglo XX los biólogos pensaban que el ADN no servía para nada. Foto: Istock

El ADN no sirve para nada

Los prejuicios también explican muchas meteduras de pata, como pasó con la molécula de la herencia, el ADN. Descubierta en 1869, durante décadas se pensó que no servía para nada. Los genetistas estaban convencidos de que la herencia se encontraba oculta entre los pliegues de las proteínas. Para aquellos científicos la molécula del ADN era demasiado simple para ser la depositaria de la vida. Una creencia que se mantuvo cerrilmente durante la primera mitad del siglo XX, a pesar de que Ostwald Avery publicara en 1944 un artículo demostrando todo lo contrario a partir de una serie de cuidadosos experimentos sobre una cepa bacteriana que infectaba a los ratones. Pero los altivos biólogos no se lo creyeron. Como alguien comentó, “el ADN es una sustancia estúpida, incapaz de hacer nada concreto o específico”. Únicamente a James Watson y a dos outsiders de la biología, el químico Erwin Chargaff y el físico Francis Crick, el trabajo de Avery les pareció revolucionario.

Un portaviones de hielo

En ocasiones una idea que suena a absurda se intenta llevar a cabo porque existe una leve justificación técnica. Así, en 1941 el gobierno británico financió el diseño y futura construcción de un portaviones de 900 metros de largo capaz de transportar 200 cazas Spitfire o 100 bombarderos Mosquito. El coste del Habakkuk se estimó en 10 millones de libras y su principal material estructural era… hielo. La idea era de Geoffrey Pike, Director de Programas del Mando de Operaciones Combinadas, y se le ocurrió al darse cuenta de lo difícil que era romper icebergs utilizando explosivos. ¡Estaba ante el barco insumergible! Únicamente había que solventar esa manía del hielo de fundirse por encima de los 0 ºC. Pike creyó resolverlo si lo mezclaba con un 14% de pulpa de madera. Acababa de nacer el Pykrete, de Pike y concrete (en inglés, hormigón).

Corte transversal del proyecto Habakkuk, un portaaviones de hielo. Foto: Wikimedia

Churchill  estaba entusiasmado y en el proyecto participaron científicos de la talla del cristalógrafo J. D. Bernal y Max Perutz -premio Nobel de Química en 1962-. Perutz estudió la viabilidad del Pykrete y descubrió que el portaviones se hundiría por el llamado flujo plástico debido a las altas presiones que funden y vuelven a congelar el agua -este fenómeno provoca el avance de los grandes glaciares-. La única forma de evitarlo era mantener el buque a un temperatura de 16 grados bajo cero. En diciembre de 1943 el Habbakuk pasó a mejor vida.

Los errores cuestan vidas

La mayor tragedia farmacológica del siglo XX fue la talidomida, un medicamento comercializado para combatir los vómitos en las embarazadas que acabó por provocar defectos y deformidades en los fetos. Se estima que entre 1957 y 1961 hubo 2 .000 víctimas. Fueron el obstetra australiano William McBride y el pediatra alemán Widukind Lenz quienes lanzaron la voz de alarma. Curiosamente, casi no tuvo efecto en EE UU -solo 17 niños nacieron con deformidades- porque la FDA no dio su aprobación comercial y sólo se usó como medicamento en fase experimental. La lección a aprender, dijo Hugh R. K. Barber, director de obstetricia y ginecología en el hospital Lenox Hill de Nueva York, es que “ningún medicamento o parecido -vitaminas incluidas- puede suponerse totalmente seguro durante el embarazo”.

Rozando el desastre estuvo el pionero de la ingeniería genética y premio Nobel Paul Berg, descubridor del ARN de transferencia, el ácido nucleico involucrado en la síntesis de proteínas. Su “cuasicagada” estuvo a punto de hacerse realidad cuando decidió insertar parte de los genes del virus del mono SV40 en una bacteria para ver si alguno era carcinogénico. En 1970 sugirió a uno de sus ayudantes, Janet Mertz, que escogiera la bacteria-modelo por antonomasia, la E. coli, que todos llevamos en número casi incontable en nuestros intestinos. La suerte se cruzó en su camino cuando al exponer esta idea en un congreso los asistentes la miraron horrorizados. Nadie en el laboratorio de Berg había pensado lo que el experto en cáncer Robert Pollack apuntó: “Si eso se escapa del laboratorio tendréis al SV40 replicándose al ritmo de la E. coli”.

El virus del simio SV40

La mayor cagada de la historia

Para entregar el premio a la cagada más friki debemos remontarnos al 2 de septiembre de 1991, cuando ocho personas entraban para no salir en dos años en un grandioso recinto de aspecto extraterrestre construido a unos 50 km al norte de Tucson, en la desértica Arizona. Bienvenidos a Biosfera 2, una construcción de acero y cristal donde había un bosque tropical, un océano, un desierto, un pantano y una pradera. Según uno de los directores del proyecto, Mark Nelson, era un experimento ecológico único, un laboratorio viviente, “el ciclotrón de las ciencias biológicas” en clara alusión a los costosos aceleradores de la física de partículas. El director científico, Tony Burgess, llamó a Biosfera 2 “la catedral de Chartres de la hipótesis Gaia”, como peculiar homenaje a la arriesgada propuesta de la microbióloga Lynn Margulis y el ecólogo James Lovelock, que considera el conjunto de nuestro planeta como un organismo vivo. Incluso se acuñó un nombre para la ciencia que emergiera de este macroexperimento: Biosférica. Por supuesto, la parte de ciencia ficción no estaba ausente: pretendían descubrir si el ser humano era capaz de sobrevivir en un ambiente automantenido, con el ojo puesto en desarrollar la tecnología necesaria para colonizar otros planetas.

La instalación conocida como Biosfera 2. Foto: Wikimedia

La clave de todo el experimento era el aislamiento absoluto del exterior. La expectación era impresionante y todos los medios de comunicación alabaron un proyecto. El resultado fue un desastre de 150 millones de dólares porque ignoraron o malinterpretaron los datos disponibles de ecología y biología.

Dos meses después de comenzar el “experimento ecológico” el periodista Marc Cooper denunció que el famoso aislamiento era mentira: se había instalado un extractor de dióxido de carbono poco antes del sellado. A lo que continuó el bombeo de 17 millones de metros cúbicos de aire para compensar una caída de presión. A los 16 meses del sellado hubo que inyectar una atmósfera enriquecida al 26% de oxígeno porque el porcentaje de oxígeno en el interior había caído al 14%.

El 26 de septiembre de 1993 los bionautas salieron de su falso aislamiento. El desastre era completo. Entre el 15 y el 30% de la especies introducidas habían desaparecido y otras se había salido de madre. Las abejas habían muerto, los ratones se comían las patatas y las judías, la hierbas y los arbustos invadían el desierto, los cerdos vietnamitas corrían frenéticos en la vegetación y eran comidos por los bionautas. Los coloridos peces balistidae se habían comido a la mayoría de sus compañeros de arrecife y las cucarachas lo habían invadido todo.

Hoy Biosfera 2 no es más que un monumento a la estupidez humana que fue adquirido en 2011 por la Universidad de Arizona para desarrollar experimentos ecológicos y campamentos de ciencia para estudiantes.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-06-25 14:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades