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¿por qué debemos hacer «cajalera» a toda la sociedad?

¿por qué debemos hacer «cajalera» a toda la sociedad?

A menudo, los admiradores de Santiago Ramón y Cajal solemos clasificarnos en tres categorías. Los cajalistas son los fans de Cajal, los que admiran al personaje, al premio Nobel. Saben que hizo algo importante en ciencia, lo asocian a las neuronas, pero no van más allá. Entre los cajalistas, los hay que incluso admiran más al sabio popular que al científico. Están cautivados por el Cajal que intentó transformar la sociedad a través del conocimiento, la educación y la investigación. 

Le siguen los cajalianos, personas que, atraídas por el personaje, profundizan un poco en su obra, leen sus libros, alguno de sus artículos y empiezan a engancharse, a cajalizarse. 

Finalmente, el club de hooligans lo componemos los cajaleros. Personas que no podemos de dejar de fascinarnos por sus contribuciones a la ciencia, incluso más allá del sistema nervioso, y valoramos enormemente sus ideas y su papel en la transformación de nuestro país. Los cajaleros estudiamos y buscamos saber más de don Santiago, de su obra en la ciencia y más allá de la ciencia. Pensamos que debemos rememorarle para no olvidarle y promover sus valores entre la población para conseguir una sociedad mejor.

Santiago Ramón y Cajal retratado por el pintor español Ricardo de Madrazo y Garreta en 1906, año en el que se le concedió el premio Nobel de Medicina.Ateneo de Madrid.

Reglas y consejos

La iniciación del cajalista e incluso la trasformación de cajalista a cajaliano a menudo se produce a través de la lectura de Reglas y Consejos sobre la investigación científica que tiene el subtítulo de Los tónicos de la voluntad. Este libro deriva de su discurso de ingreso como académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales titulado Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica.

Cajal llevaba años escribiendo notas y tenía en mente la idea de escribir algunas reglas que pudiesen guiar a los biólogos en sus trabajos de observación y experimentación. Pretendía escribir unas normas que a él le hubiera gustado recibir para no perderse en el camino cuando comenzó a trabajar en el laboratorio, prácticamente de forma autodidacta. Esperaba poder redactarlo con calma, en algún tiempo impuesto de reposo por alguna enfermedad o, incluso, posponerlo al momento cuando el peso de los años le obligase a poner fin a su carrera de micrógrafo. El ingreso como académico le animó a ponerlo en orden. 

La sesión de ingreso como académico, el 5 de diciembre 1897, tuvo una gran acogida. Entre los asistentes se encontraba el doctor Enrique Lluria que pensó que los consejos y advertencias incluidos en el discurso de Cajal podrían ser de utilidad para promover el «amor y entusiasmo de la juventud estudiosa hacia las empresas del laboratorio». Animó a Cajal a retocarlo, desarrollarlo y completarlo y se encargó de los costes de reimpresión. Dos años más tarde, el libro vio la luz bajo el título Reglas y Consejos sobre la investigación biológica. Cajal lo dirige a la juventud estudiosa para fortalecer su afición a las tareas del laboratorio e incluye un post scriptum totalmente regeneracionista para alentar las esperanzas un tanto decaídas, después de los desastres de 1898, de los creyentes en el renacimiento intelectual y científico de España. En las sucesivas ediciones, Cajal lo universalizó eliminando referencias locales y poniendo un título más general: Reglas y consejos sobre la investigación científica (Los tónicos de la voluntad). Este libro es un clásico de la literatura científica internacional y se ha traducido a numerosos idiomas.

A la izda., Reglas y consejos sobre investigación biológica, y, a la dcha.,
Charlas de café. Pensamientos, anécdotas y confidencias. Publicados en 1913 y 1932.
ASC

Una gran inspiración para otros científicos

Desde entonces, hace más de 125 años, este discurso ha inspirado a generaciones de científicos. Severo Ochoa a menudo recordaba que se trataba de su libro de cabecera. En una ocasión, prologó el libro donde confesaba que «yo pasé por la gran desilusión de no tener como maestro a Cajal; de hecho, la de no haberlo conocido nunca. No lo tuve como maestro, porque Cajal se jubiló justamente antes de que yo ingresara en la Facultad de Medicina de Madrid. No le vi jamás pese a que era la figura que yo más admiraba e idolatraba y, a pesar de que mis maestros me ofrecían llevarme a visitarle, no me pareció que un joven estudiantillo como yo podía perturbar la paz o el trabajo de un hombre como don Santiago. Traté, sin embargo, siempre de organizar mi vida tomando a don Santiago como modelo y pensando siempre en él. Si yo algo he sido o algo he hecho, a él se lo debo».

Pese al tiempo trascurrido desde su publicación, la lectura de Reglas y Consejos (R y C, como Ramón y Cajal) es fascinante y sigue de plena actualidad. En muchos países suele regalarse a menudo a los estudiantes que empiezan una tesis doctoral. Y es que, en él se trasmiten los valores de trabajo, perseverancia e independencia de juicio tan necesarios para la realización del trabajo científico.

Santiago Ramón y Cajal en su laboratorio de Valencia con un microscopio Carl Zeiss Stand Va.ASC

Trabajo, perseverancia e independencia

Cajal nos habla en los primeros capítulos de las cualidades que se deben reunir para comenzar una labor científica como son la independencia mental, la curiosidad intelectual y la perseverancia en el trabajo. Describe algunas de las inquietudes enervantes del investigador principiante, como son el pensar que está todo descubierto, y ¡hablamos de 1897! 

Narra que al empezar en un laboratorio nos fijamos más en la técnica que en los problemas que debemos resolver. También, nos señala que habitualmente los jóvenes presentan una admiración excesiva a la obra de los grandes iniciadores científicos y nos advierte de que «la justa admiración causada por tales obras disminuiría mucho si imagináramos el tiempo y el esfuerzo, la paciencia y perseverancia, los tanteos y rectificaciones, hasta las casualidades que colaboraron en el éxito final, al cual contribuyeron casi tanto como el genio del investigador».

Reglas y Consejos intenta disipar las preocupaciones del joven investigador, muestra las cualidades morales que debe buscar, describe los depósitos de energía tonificadora de la voluntad, detalla la marcha de la investigación, realiza advertencias acerca de la redacción de un trabajo científico y describe los deberes del investigador como maestro. Afirma que «toda obra grande, tanto en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea», y nos alienta diciendo que el camino para llegar a ser algo en la ciencia es sencillo: «Se reduce a dos palabras: trabajo y perseverancia».

En definitiva, Ramón y Cajal cree que todos, cultivando la voluntad, podemos llegar a realizar una gran obra: «Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro, y que aun el peor dotado es susceptible, al modo de las tierras pobres, pero bien cultivadas y abonadas, de rendir copiosa mies».

Con las sucesivas ediciones el libro aumenta las reflexiones acerca del papel del científico en la sociedad, el del Estado en el fomento de su formación y trabajos. Finalmente, incluye un profundo análisis de la situación de la ciencia en España, de las raíces de sus problemas y sus posibles soluciones. Leyéndolo más de un siglo después, uno desea que gran parte de este escrito se incluya en el programa electoral de todos los partidos para las siguientes elecciones.

Recuerdos de una vida

La ciencia ha cambiado mucho, en especial la forma de trabajar que ahora es más colaborativa, multidisciplinar e internacional, pero el texto sigue de plena actualidad. Y más allá de la ciencia, este libro debería promocionarse más entre la juventud española. Porque don Santiago Ramón y Cajal es mucho más que ese señor mayor de pelo blanco al microscopio que imagina el público general cuando piensa en él.

No somos conscientes del entorno que le tocó vivir a Cajal, el de una España pobre y analfabeta que viajaba en burro. En este contexto todavía sorprende más la gran obra científica que realizó don Santiago. Por ello, el siguiente paso de cajalización, el de la consolidación del cajalista en un cajaliano pleno, pasa por leerse los Recuerdos de mi vida. Mi infancia y juventud. Esta hermosa autobiografía nos adentra en la transformación de un chico díscolo, gamberro, travieso que repite curso, le expulsan del instituto, vuela la tapia de un vecino con un cañón y pasa tres días con sus noches en la cárcel en un gran científico. Nos habla de un niño que quería dibujar, que amaba la naturaleza. Nos narra los deseos de aventuras de un joven Santiago. Inunda de reflexiones acerca de la vida, la educación, el patriotismo o la guerra.

En sus «recuerdos» nos muestra la figura de su padre, don Justo, como una persona clave para entender la figura del Nobel aragonés. Don Justo nació en Larrés, en el seno de una familia de labradores. Esta localidad oscense, que contaba con cuarenta casas y apenas superaba los doscientos habitantes, era una bellísima población y una tierra muy pobre. El padre de Santiago nació en una época en la que quien tenía dos vacas era una persona muy rica. Lo poco que había en una familia iba para el mayor de los hijos, y don Justo era el tercero. 

El cerebro sigue siendo un reto, pero el avance en su conocimiento y el desarrollo de nuevas tecnologías (incluida la inteligencia artificial) nos permiten comenzar a entenderlo mejor.Shutterstock

Su familia no tenía horizontes. Pastoreó y trabajó en el campo hasta que, con diecisiete años, abandonó el hogar familiar para ganarse la vida como mancebo de un cirujano de Javierrelatre, trabajo que supuso su primer contacto con la medicina. Don Justo era analfabeto y durante esos años aprendió a leer y a escribir por su cuenta, de forma autodidacta, con permiso de su amo empleando sus libros. A partir de ahí, y siempre a pie por no tener dinero ni para pagar una diligencia, fue primero a Zaragoza a estudiar el bachiller y a Barcelona a realizar estudios de Medicina. Pasó de analfabeto a médico reputado y llegó a ser catedrático en Zaragoza. Quería que sus hijos fueran médicos y fue su gran pedagogo «porque para él la ignorancia era la mayor de las desgracias, y el enseñar, el más noble de los deberes».

 Quien haya leído Reglas y Consejos y Recuerdos inevitablemente leerá El mundo visto a los ochenta años, disfrutará de sus pensamientos en Charlas de café, se sorprenderá con los relatos de ciencia ficción en Cuentos de vacaciones y se interesará por todo el universo cajaliano. Para los iniciados en neurociencias, sus textos científicos son extraordinarios y todavía esconden muchísimos secretos relacionados con las neurociencias y otras disciplinas, que don Santiago pensó en su día y se están confirmando un siglo después.

Siempre debemos celebrar a Cajal, pero quizás se haga más necesario que nunca hoy en día. El ejemplo de su figura, que encarna valores de trabajo y perseverancia, se hace imprescindible en estos tiempos. Sin lugar a dudas, Santiago Ramón y Cajal es el científico más importante que ha dado nuestro país. Está a la altura de Darwin, Pasteur, Curie o Einstein, pese a que a menudo es desconocido por el público general. Con Cajal empezó la neurociencia moderna. Describió que la neurona era la unidad fundamental anatómica y funcional del cerebro. La figura y los valores de Cajal deben servirnos de guía para prepararnos al nuevo mundo en el que comenzamos a adentrarnos.

Ejemplar de Cuentos de vacaciones que se conserva en el Instituto Cajal (CSIC).Instituto Cajal (CSIC)

Pionero de la neurociencia moderna

Hoy, vivimos inmersos en una revolución biomédica que nos acerca a un momento decisivo en la forma de entender la vida, la salud y las enfermedades. En los últimos años, la capacidad de manipular el ADN mediante tecnologías de edición genética nos permite «dibujar, pintar y colorear genes» y nos dirige al amanecer de una nueva «biocracia». La pandemia ha puesto en evidencia que vivimos en un momento apasionante y transformador para la biotecnología que no tiene precedentes y nos ha mostrado el inmenso poder de la biomedicina.

El cerebro sigue siendo un reto, pero el avance en su conocimiento y el desarrollo de nuevas tecnologías nos permiten comenzar a entenderlo mejor y saber cómo se altera en algunas enfermedades. Del mismo modo que las últimas dos décadas han sido las del genoma, transformando nuestro conocimiento acerca de enfermedades como el cáncer, nos encontramos ante una revolución en la neurociencia que permitirá descifrar las bases científicas de nuestra mente, facilitando novedosos tratamientos para muchas enfermedades. Pero, que, combinadas con la inteligencia artificial, podrían usarse para descifrar y manipular procesos mentales. Incluso de forma no invasiva. También podrían aumentar cognitivamente a las personas conectándolas a interfaces cerebro-computadora y, por tanto, llegar a alterar lo que significa ser humano.

Científicos como Rafael Yuste abogan por añadir unos nuevos derechos, los «neuroderechos», a la Declaración Universal de Derechos Humanos para garantizar nuestra privacidad mental, nuestra identidad, el libre albedrío, el consentimiento, la ausencia de sesgos y el acceso a un aumento cognitivo justo y equitativo. Debe asegurarse que esta nueva revolución tecnológica sea canalizada, en todo momento, en beneficio de toda la humanidad.

Las efemérides de Cajal constituyen, a menudo, días de luto y reivindicación para la denostada ciencia española. Muchas son las efemérides que podemos celebrar de Cajal y muchas son las reivindicaciones de nuestros científicos. No obstante, los aniversarios de su nacimiento y de su jubilación como catedrático, deberían ser un recuerdo y una celebración, un reconocimiento de nuestro país —tan acostumbrado a castigar a los suyos— hacia una figura tan grande como Cajal.

Recreación de una neurona artificial en el entorno de la inteligencia artificial. Los códigos binarios en forma de pared hacen líneas de transmisión de información como en un microchipShutterstock

El mejor consejo

Y es que es mucho lo que España le debe. Santiago Ramón y Cajal fue un regeneracionista. Desde los distintos cargos de responsabilidad que ostentó, promovió la ciencia y la educación para levantar el país creando programas de becas para enviar a científicos a formarse al extranjero, impulsando la educación y formando una escuela de discípulos inigualable. 

Carlos López Otín nos recuerda que el talento es el bien mejor repartido del mundo. Tenemos mucho. España debe apostar por invertir en talento y en educación: los valores más seguros para conseguir una sociedad mejor. No pudo enunciarlo mejor Cajal el día de su jubilación, hace más de un siglo: «Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia». 

Seamos cajaleros para impulsar a nuestro país y construir una sociedad mejor.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-22 05:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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