Menú Cerrar

¿Quieres conocer el claustro del monasterio de Guadalupe?

¿Quieres conocer el claustro del monasterio de Guadalupe?

Podría decirse que, a pesar de haber sufrido algunos cambios a lo largo de sus más de siete siglos de historia, el claustro de los Milagros del monasterio de Guadalupe se presenta ante nosotros de una manera similar a la que se mostraría ante un espectador de la Edad Media.

Al igual que entonces, por sus paredes se despliegan numerosos cuadros y esculturas. También el jardín y el célebre templete que cubre el rumor de su fuente central desbordan los sentidos de aquellos que los contemplan. Pero, aunque pudiera parecerlo, no siempre resulta sencillo descifrar los mensajes que la Orden Jerónima, más de siete siglos atrás, codificó entre los muros de este claustro.

Dependencias de los jerónimos en el monasterio de Guadalupe

El claustro de Guadalupe fue uno de los primeros en ser edificados por los jerónimos, tras su llegada a Guadalupe en 1389. El esfuerzo en levantarlo con rapidez fue tal que, tan solo una decena de años más tarde, en 1402, ya había sido concluido en sus partes principales.

El claustro de Guadalupe, como todo claustro monástico, resume a la perfección la manera de vivir de sus habitantes. La planta baja contenía aquellas estancias necesarias para la comunidad de los jerónimos. Una de las más importantes era el refectorio (hoy museo de bordados), donde comían los monjes en estricto silencio solo interrumpido por un lector desde su púlpito.

También se encontraban aquí la ropería (actual museo de pintura y escultura), donde se guardaban los utensilios textiles precisos para los quehaceres de cada día, y la sala capitular, que hasta 1475 ocupaba la capilla de San Martín. En esta última era donde se decidía sobre los asuntos que concernían a la organización del monasterio de Guadalupe.

El claustro se compone de dos plantas de forma rectangular, con unos 40 metros de lado y doble número de arcos en el cuerpo alto con respecto al bajo. FOTO: ALBUM.

Además, uno de los lados del claustro albergaba otras cuatro capillas destinadas a la oración privada de los monjes. Y es que, con una comunidad que superaba las 100 personas, a mediados del siglo XV, todo espacio sagrado resultaba insuficiente a la hora de cumplir con la obligación de ofrecer misas diarias a la que estaban sujetos los jerónimos.

En la planta superior, alejados de las zonas accesibles a los fieles, se encontraban los dormitorios. Estos se dividían entre habitaciones comunes para los novicios y celdas privadas para el resto de los monjes. El prior del monasterio, como no podía ser de otra manera, contaba con su propia residencia privada que no solo servía como lugar de habitación, sino también de espacio de representación de cara al público.

El diseño mudéjar del claustro de Guadalupe

Prácticamente desde el mismo momento de su construcción, el monasterio de Guadalupe (uno de los más grandes de su tipo) fue objeto de admiración por parte de todos aquellos que lo visitaban.

Su magnificencia y suntuosidad despertaban la curiosidad de monarcas, nobles y peregrinos. Sin embargo, no fue hasta varios siglos después cuando empezaron a llamar la atención sus formas andalusíes o «a la morisca». De hecho, no sería hasta finales del siglo XIX (y tras la invención del término mudéjar) cuando el claustro comenzase a ser denominado comúnmente por este calificativo.

En realidad, no parece que en Guadalupe hubiese trabajado mano de obra mudéjar en ningún momento, más bien todo lo contrario. Hoy sabemos que su tracista, probablemente, fuese el monje jerónimo fray Juan de Sevilla, quien se encargaría además de diseñar también el célebre templete central.

Templete de barro cocido y ladrillo aplantillado, decorado con azulejos y yeserías. FOTO: SHUTTERSTOCK.

Es por ello que para encontrar las raíces de la arquitectura del claustro del monasterio de Guadalupe debemos volver la vista la catedral de Sevilla. Un edificio que se correspondía esencialmente con la antigua mezquita aljama de la ciudad (cristianizada más de 200 años antes) y que contaba con un gran claustro de arcos túmidos similares a los del monasterio de Guadalupe.

Es decir, el claustro de Guadalupe no derivaba directamente de ninguna construcción musulmana ni de ningún capricho decorativo «a la morisca», sino de lo que se consideraba uno de los claustros catedralicios más importantes del medievo hispano.

La cierva califal del monasterio de Guadalupe

La fuente del lavatorio, realizada en 1402 por el orfebre Juan Francés, no solo sorprendía a los visitantes del monasterio por su belleza y por los sugerentes azulejos alicatados que la adornaban. Sabemos por las crónicas, que sobre ella se dispuso una de las dos ciervas califales que aparecieron en el siglo XV en las inmediaciones de la ciudad cordobesa de Medina Azahara.

La otra se destinó al también jerónimo monasterio de Valparaíso, construido junto al mismo yacimiento donde fueron encontradas. Si bien esta última hoy se custodia en el Museo de Medina Azahara, la cierva de Guadalupe corrió diferente suerte.

Desaparecida durante largo tiempo, reapareció en una casa de subastas en 1997 despertando gran revuelo: no en vano se trataba de una de las escasísimas figuras de su tipo conservadas en la actualidad. Finalmente, fue adquirida por el Museo Nacional de Qatar en Doha, donde puede contemplarse hoy día.

Singularidades sobre el templete del claustro de Guadalupe

Al igual que el claustro del monasterio de Guadalupe bebió, en sus formas, del célebre «patio de los Naranjos» sevillano, el templete que se levanta en su centro, probablemente, hizo lo propio con su no menos famosa torre campanario.

Y es que, no solo la composición del pabellón en dos cuerpos y su aspecto de torre rematada por paños de sebka (decoración romboidal) acercan el pabellón del monasterio de Guadalupe a la Giralda de Sevilla, también se da un hecho que frecuentemente pasa desapercibido a la vista: el templete del claustro de Guadalupe se encuentra rematado en su cima por un yamur (terminación en forma de varias esferas).

Yamur del templete del claustro de Guadalupe, elemento típico de la arquitectura andalusí. FOTO: ASC.

Esta decoración realizada en cerámica evocaría, probablemente, al yamur de bronce que lucía la Giralda de Sevilla antes de su caída durante el terremoto de 1356. En otras palabras, al igual que la Giralda era conocida como «torre de Santa María», el templete del claustro de Guadalupe fue concebido como otra atalaya dedicada a la Virgen.

Por otra parte, como construcción dedicada a Santa María, el templete muestra en cada una de sus caras el emblema de la Virgen «AVE» repetido dentro sus arcos. En todas menos una, que muestra el emblema Cristológico «IHS».

No resulta casual que este último aparezca en el lado que mira hacia la entrada del templo, lo que probablemente signifique que el templete también fue diseñado para acompañar a la liturgia de las procesiones claustrales, que comenzaban y terminaban en este punto. Con su lectura, los fieles entenderían el mensaje codificado por los jerónimos: la intercesión de la Virgen se producía con inicio y fin en la figura de Jesucristo.

Los milagros de la Virgen expuestos en el claustro de Guadalupe

Actualmente, cuelgan de los muros del claustro una serie de cuadros relativos a los milagros de la Virgen de Guadalupe, que han sido datados entre 1621 y 1623 y atribuidos a fray Juan de Santa María, un monje pintor de la orden de los jerónimos.

Pero sabemos que estos cuadros existieron anteriormente, incluso la costumbre de colgarlos en las pandas del claustro puede remontarse, al menos, hasta el siglo XV.

Lo interesante es que dichos cuadros suponían la plasmación visual de un espectáculo al que fieles y peregrinos ya habrían asistido previamente, tras penetrar en el santuario por la iglesia del monasterio de Guadalupe. Era allí donde los jerónimos acostumbraban a leer públicamente los libros de milagros de la Virgen, unos textos que despertaban la fascinación de los oyentes por lo extraordinario de sus peripecias.

Curiosidades sobre la fuente del claustro de Guadalupe

En una de las esquinas del claustro de Guadalupe, y bajo un templete abovedado y adornado con azulejos alicatados, encontramos el lavatorio. Se trata de una singular fuente de bronce labrada por el orfebre nórdico Juan Francés en 1402.

Nos encontramos ante una obra extraordinaria no solo por su cuidada calidad técnica, sino porque además suponía una suerte de rótulo fundacional del monasterio de Guadalupe.

monasterio-santa-maria-de-guadalupe-caceres

Guillermo Arquero Caballero

Así, en la inscripción de su taza central se recordaba a su fundador, el prior Fernando Yáñez, pero también al rey que ofreció el santuario a los Jerónimos, Juan I. La presencia regia en el cenobio se acentuaba además al observar los múltiples escudos reales que se prodigaban por las techumbres del claustro del monasterio de Guadalupe.

Sin embargo, y pese a estar situado frente al refectorio donde comían los monjes, parece que la fuente no sirvió como lavamanos. Más bien, parece que su función era la de impresionar a algunos visitantes ilustres a quienes, en ocasiones especiales, se les permitía comer con los monjes.

El reloj solar que luce el claustro del monasterio de Guadalupe

Cerca de una de las esquinas del claustro de Guadalupe se guarda una pequeña joya que suele pasar inadvertida.

Se trata de uno de los relojes de sol horizontales más antiguos de España. Datado en 1577, se cree que pudo ser un regalo de Felipe II, gran aficionado a los mecanismos cronográficos. Además, y de forma excepcional, aún conserva su gnomon original (pieza de latón que sirve para marcar con su sombra las horas).

Este reloj serviría más como una curiosidad que como mecanismo efectivo para medir las horas pues, seguramente, el monasterio contaba con otros relojes más precisos. De hecho, al parecer, el reloj del claustro del monasterio de Guadalupe fue diseñado para una latitud más al norte (40º) que la que presenta la localidad de Guadalupe (39º).

¿Dónde se enterraban los monjes jerónimos?

Dentro de la Orden de San Jerónimo, el claustro era el lugar de enterramiento por excelencia. El propio cronista jerónimo fray José de Sigüenza señalaba que el monje «ni vivo ni muerto» había de salir del claustro.

Muy probablemente, cientos de monjes serían enterrados en sus diferentes galerías, conformando un gran cementerio monástico. Pero solo una de ellas fue reservada para los jerónimos más ilustres, es decir, los priores del monasterio de Guadalupe. De hecho, aún hoy pueden verse sus humildes tumbas labradas en pizarra y colocadas una tras otra sobre el suelo.

Sin embargo, en esta misma galería y junto a la entrada al templo del monasterio de Guadalupe, se encuentra un lugar sorprendente: la capilla de Gonzalo de Illescas.

Gonzalo de Illescas fue uno de los personajes más interesantes de la primera mitad del siglo XV. Prior de Guadalupe y Obispo de Córdoba, llegó a ocupar cargos importantes en el gobierno de Juan II e incluso a gobernar, temporalmente, los asuntos del reino de Castilla, junto al también obispo Lope de Barrientos.

El problema era que, además de un famoso prelado, Gonzalo de Illescas nunca dejó de ser monje jerónimo. Y esto implicaba unos niveles de austeridad, en su comportamiento, con los que el Gonzalo de Illescas nunca terminó de comulgar.

La capilla funeraria de Gonzalo de Illescas está situada en el claustro, junto a la entrada de la iglesia. FOTO: ASC.

Así, además de sufragar importantes campañas constructivas en el monasterio de Guadalupe, en las cuales mandó colocar grandes escudos con sus armas, al final de sus días mandó construir una capilla funeraria para que le recodaran en el futuro.

Pero había un problema. A los monjes jerónimos no les estaba permitido enterrarse en las iglesias de sus monasterios, que estaban reservadas a los nobles y reyes.

Sin embargo, Gonzalo de Illescas consiguió sortear esta prohibición. ¿Cómo pudo hacerlo? El prelado mandó construir su capilla en el claustro, pero junto a la entrada del templo, labrando una suntuosa portada en el lado de la iglesia de Guadalupe que, con sus puertas abiertas, asimilaba su capilla a una más de las construidas en el interior.

Con esta ubicación, además, el obispo conseguía que su mausoleo se construyese en el lugar principal de paso de las procesiones que iban del claustro a la iglesia.

Para construir su capilla contó con la ayuda del flamenco Egas Cueman, quien la realizaría entre 1454 y 1460. El maestro de Bruselas diseñó un programa mariano, de carácter Inmaculista, que comenzaba observando las figuras de los padres de la Virgen en el tímpano de la puerta y continuaba, tras cruzar el umbral del claustro, con la imagen apocalíptica de María y el Niño rodeados de ángeles.

Bajo estos últimos se encontraba el sepulcro del Gonzalo de Illescas, un prodigio técnico que reproducía perfectamente, y con las últimas novedades artísticas importadas de Europa, el verdadero aspecto del obispo.

fachada-monasterio-guadalupe-caceres

Víctor Daniel López Lorente

Sin embargo, la suntuosa capilla de Gonzalo de Illescas contaba con un serio problema de cara a la comunidad jerónima de Guadalupe. Mostraba al que había sido prior de Guadalupe como un noble más de la época, sin tener en cuenta las virtudes de humildad que se le suponían a un monje de la orden de los jerónimos. Incluso mostraba, en más de una decena de ocasiones, los escudos con las armas familiares del prelado.

Muy probablemente, este sería el motivo por el que, apenas diez años después de la muerte del obispo, en 1464, parte de la capilla fuese desmantelada. La parte superior del sepulcro, es decir, la Virgen con el Niño y los ángeles (que mostrarían los escudos de Gonzalo de Illescas), fueron sustituidos por un grupo escultórico de la Resurrección. Con el tiempo, la Virgen esculpida por Egas Cueman sería colocada en el coro del templo, perdiéndose la pista de su ubicación original.

Hallazgos bajo la capilla de Santa Cecilia

Finalmente, junto a la capilla de Gonzalo de Illescas se encuentra uno de los lugares más antiguos del recinto claustral. Anterior a la llegada de los jerónimos, la hoy conocida como capilla de Santa Cecilia resultaría, en su día, la base de un torreón de la antigua fortaleza del santuario.

Así lo confirman, de hecho, dos estrechas ventanas recientemente descubiertas, decoradas con pinturas medievales y que, en origen, darían al exterior.

En el siglo XVIII le fue añadido un retablo barroco, cuya titular es precisamente la patrona de los músicos. En definitiva, adentrarse en el claustro del monasterio de Guadalupe es transitar por la memoria de sus antiguos habitantes. Desde los peregrinos y visitantes, que quedaban maravillados por sus formas y sus obras de arte, hasta los monjes, que encontraron en el jardín un necesario lugar de meditación y esparcimiento frente a la vida de la clausura.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-04-08 13:10:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

Deja un comentario