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Una capilla para los Velasco-Cuadros en la iglesia de Guadalupe

Una capilla para los Velasco-Cuadros en la iglesia de Guadalupe

En el imaginario colectivo, la Edad Media se presenta como una época en la que la religiosidad dominaba todas las esferas de la vida y del pensamiento. Siendo esto una realidad, también lo es que en la sociedad medieval las fronteras entre lo religioso y lo civil eran difusas y, de la misma forma que la religión se colaba en la vida de las gentes, la cotidianeidad de la sociedad civil también invadía el ámbito religioso.

De esta forma, los monasterios ocuparon un importante papel en la sociedad. Los monasterios eran espacios de retiro, de oración y de vida en comunidad, pero también eran hospitales de beneficencia, albergues, y lugares de descanso para viajeros y peregrinos.

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Guillermo Arquero Caballero

Este es el motivo por el que, con frecuencia, recibieron el apoyo de reyes y nobles con intenciones muy variadas, que podían ir desde establecer un centro de poder en un territorio recién conquistado, hasta la protección de una frontera, financiar un lugar en donde reposar para la eternidad o fomentar las explotaciones agrícolas y ganaderas de una zona.

El monasterio de Guadalupe es, sin duda, un ejemplo destacado de toda esta mezcla de intereses, y, en parte, esto es lo que permite explicar la importancia que llegó a adquirir en la Castilla de los siglos XIV y XV.

Primera iglesia del monasterio de Guadalupe

Los poderosos casi siempre disfrazaron estas ambiciones con relatos legendarios que narraban acontecimientos milagrosos o el hallazgo fortuito de imágenes sagradas.

Guadalupe nació, precisamente, como un santuario creado en tiempos de Alfonso XI (1312-1350) en honor a una Virgen que se había aparecido a un pastor y a la que el rey le atribuyó su victoria en la batalla del Salado.

Este primitivo complejo se encontraba formado por un recinto fortificado que albergaba algunos edificios en su interior, entre los cuales ya existía una iglesia de dimensiones significativas, que debió ser construida en torno a 1326 y que fue sustituida por otra hacia 1340; no son muchos los datos con los que contamos de estas primeras iglesias, si bien se ha sugerido que el ábside de la actual construcción reaprovecha el del edificio anterior.

La construcción de un coro en alto, de grandes dimensiones, fue el principal cambio respecto al proyecto original. FOTO: SHUTTERSTOCK.

Sea como fuere, la vida de estas dos iglesias fue muy efímera, pues en tiempos del prior Toribio Fernández de Mena (1348-1367) se inició una reconstrucción que daría lugar al templo actual.

Las obras se alargaron hasta la llegada de los jerónimos en 1389, aunque en el año de la muerte del prior debían de estar lo suficientemente avanzadas como para permitir su sepultura en el interior.

Importantes arquitectos castellanos en el monasterio de Guadalupe: los Alfonso

La construcción de una obra de la envergadura de la iglesia de Guadalupe solo podía materializarse gracias a la existencia de un nutrido equipo de profesionales, con tareas especializadas y regidos por una estricta jerarquía. Fue precisamente esta nueva organización del trabajo la que permitió la construcción de los grandes templos góticos.

A la cabeza de los talleres constructivos se encontraban los denominados maestros de obras, que eran profesionales con una sólida formación y encargados de realizar las trazas del edificio, seleccionar los materiales constructivos más adecuados, los caminos para transportarlos y coordinar el equipo de trabajo. En ocasiones, delegaban los problemas cotidianos de la obra en un aparejador, que permanecía al pie de la construcción mientras el maestro mayor se hacía cargo de otras empresas edilicias. Por debajo se encontraba todo un equipo de canteros, yeseros, albañiles, carpinteros, vidrieros, pintores y todo tipo de profesionales especializados, que trabajaban de forma asalariada o por destajo.

La complejidad de las obras de la iglesia de Guadalupe sugiere la sucesión en el tiempo de más de un maestro mayor al frente, pero los diferentes autores no han podido identificar los nombres de estos arquitectos.

Interior del templo gótico del monasterio de Guadalupe, Cáceres. FOTO: ASC.

Todo parece indicar que, al menos la última fase de las obras, correspondiente al cierre de las bóvedas, debió ser dirigida por un miembro de la familia de los Alfonso. Fue esta una de las sagas más notables de arquitectos castellanos, cuya importancia queda probada por los promotores para los que trabajaron y la multitud de empresas constructivas que acometieron.

Rodrigo Alfonso, por ejemplo, a quien una parte de la historiografía ha atribuido la iglesia de Guadalupe, fue el autor de la capilla de San Blas y del claustro de la catedral de Toledo, financiada por uno de los más poderosos promotores artísticos de su época, el arzobispo Pedro Tenorio (1377-1399). Se trata de una familia que todavía resulta algo confusa, dado que muchos de los datos de los que se dispone resultan imprecisos, a lo que tampoco ayuda lo común de su patronímico.

Igualmente, resulta difícil afinar qué miembros de esta familia trabajaron en Guadalupe. Las semejanzas constructivas que se han hallado con la colegiata de Talavera de la Reina, realizada también en el último tercio del siglo XIV, sugieren que el equipo constructivo tenía un conocimiento de este edificio.

El cimborrio de la iglesia de Guadalupe

El cimborrio es el nombre que recibe la torre que se levanta en el crucero de la iglesia, a modo de linterna. El del monasterio de Guadalupe es un ejemplo destacado, además de uno de los ejemplos más tempranos que podemos encontrar en Castilla.

Algunas de estas estructuras llegaron a alcanzar una gran monumentalidad, como el de la catedral de Valencia, que supera los 40 m de altura. Se trata de construcciones realmente arriesgadas, pues se levantan sobre un espacio hueco, en donde no hay muros de carga, por lo que todo el peso recae sobre los pilares del crucero. Esto hizo que los fracasos y los derrumbes fueran frecuentes.

En la catedral de Zaragoza, por ejemplo, llegaron a construirse hasta tres cimborrios distintos, también en Sevilla se derrumbó el cimborrio en tres ocasiones, la última, en el siglo XIX, a raíz de unas obras de restauración que se estaban llevando a cabo.

De cuando la Orden Jerónima llegó a Guadalupe

Cuando los jerónimos llegaron a Guadalupe se encontraron con la existencia de una iglesia cuyas obras ya habían comenzado y, por tanto, con un proyecto que había sido realizado sin tener en cuenta sus intereses.

Esta anómala situación permite explicar que el templo se aleje de los modelos establecidos en otros monasterios de la orden jerónima y siga una estructura de tres naves, que tuvo que modificarse parcialmente con el objetivo de servir a las necesidades litúrgicas de los monjes.

El principal cambio que tuvo que realizarse del proyecto original fue la construcción de un coro en alto a los pies de la iglesia, destinado al canto, que llama la atención por sus grandes dimensiones, sin duda relacionadas con la importancia que la música cobró en la liturgia de los jerónimos.

Otro de los aspectos más singulares de la iglesia de Guadalupe es el cimborrio, que se alza sobre el crucero y que constituye uno de los ejemplos más tempranos de estas estructuras en la arquitectura tardogótica castellana.

Al contrario que el coro, nada parece indicar que esta estructura se proyectase desde el comienzo de la obra; se trata de una linterna octogonal cuyos muros se encuentran horadados por grandes vanos y que se apoyan en contrafuertes transitables en su parte inferior.

El valor de las «muestras» de la iglesia de Guadalupe

La importancia de los dibujos realizados por Egas Cueman para la capilla funeraria de los Velasco-Cuadros radica en su calidad artística, y en el hecho excepcional de que, junto a los dibujos, se ha conservado también la obra.

El empleo de este tipo de dibujos es habitual en la arquitectura tardogótica. La documentación se refiere a ellos como «muestras», dado que su objetivo era realmente ese: mostrar el aspecto que tendrían las obras antes de que se iniciasen, adelantando su visión a los ojos de los promotores que se encontraban deseosos de intervenir en el proceso de creación artística.

Las muestras alcanzaron tanta importancia que llegaron a introducirse dentro de los contratos de las obras, supeditando el pago final al grado de fidelidad con el diseño. En realidad, pueden encontrarse en las creaciones artísticas de cualquier naturaleza y son más frecuentes conforme avanza el siglo XV, siendo ya habituales en la siguiente centuria.

La fachada de la iglesia de Guadalupe

En el exterior, el cimborrio de la iglesia de Guadalupe queda enmascarado por las estrechas calles de la población y por la impresionante fachada telón del monasterio, que se sitúa entre dos torres fortificadas.

Originalmente, la iglesia debía contar con un acceso desde el exterior que no se ha conservado. Hay autores que han situado este primitivo ingreso a los pies de la iglesia, en el ángulo suroccidental, si bien, las últimas investigaciones realizadas por el profesor Fuentes Ortiz apuntan a que esta puerta se encontraría en el mismo muro meridional, pero en la zona de la cabecera, correspondiéndose con el arco apuntado que, en la actualidad, permite acceder al baptisterio.

Rosetón y cimborrio de la iglesia de Guadalupe, Cáceres. FOTO: ASC.

En cualquier caso, esta primitiva puerta de ingreso pronto debió quedarse pequeña para un monasterio que recibía cientos de peregrinos llegados desde los más diversos confines. Por ello, en torno al primer tercio del siglo XV, se decidió construir una nueva puerta monumental, que se ubicó en el flanco meridional de la iglesia.

En la actualidad, se muestra como una fachada telón estructurada en cuatro calles, con un diseño característico del gótico final, en donde los roleos y las formas curvas y contracurvas restan protagonismo a la propia estructura arquitectónica.

Si bien hay que considerar que el aspecto actual se debe, en gran medida, a la intervención restauradora que emprendió Luis Menéndez-Pidal en el siglo XX, la mencionada investigación del profesor Fuentes Ortiz ha demostrado que su diseño no se aleja demasiado del original.

En consecuencia, se trataría de uno de los ejemplos más tempranos de la renovación que surgió de la arquitectura gótica castellana en torno a la década de los 30 del siglo XV, pudiéndose poner en relación con obras como la capilla del contador Saldaña en Tordesillas o la capilla del Sagrario en la catedral de Palencia.

Estas formas estaban destinadas a deslumbrar a sus contemporáneos, con unos diseños completamente novedosos que acentuaban el efecto escenográfico, pues no debe obviarse el hecho de que la fachada se encuentra en alto, sobre una escalinata que se abre a uno de los flancos de la plaza, última parada de los peregrinos antes de entrar en el monasterio y a la que se accede a través del entramado de calles estrechas que impiden verla desde la distancia.

El testimonio de la familia Velasco-Cuadros en la iglesia de Guadalupe

Pero no son solo la fachada y el cimborrio las estructuras de la iglesia de Guadalupe que presentan unas formas novedosas dentro del panorama tardogótico. El templo alberga, en su interior, un ámbito funerario cuya importancia nos habla del lugar que ocupó Guadalupe en la Castilla medieval. Se trata del panteón de los Velasco-Cuadros.

Su promotor fue Alfonso de Velasco (?- 1477), el segundo hijo de Juan de Velasco y María Solier, pertenecientes a una de las familias nobles más importantes de Castilla. Un personaje muy interesante dado que, como era habitual en los segundones, inició una carrera eclesiástica que se aventuraba prometedora, pero que fue interrumpida de forma drástica en 1443 para casarse con una noble sevillana, Isabel de Cuadros.

Este acontecimiento, que debió sorprender a sus contemporáneos, no supuso un freno en las ambiciones de Alfonso de Velasco, que llegaría a formar parte de los Veincuatro de Sevilla y a presidir el Consejo Real en época de Enrique IV (1454-1474).

El panteón familiar de los Velasco se encuentra en el monasterio de Santa Clara de Medina del Pomar. Sin embargo, Alfonso, al tratarse del segundón, tuvo libertad para elegir su lugar de enterramiento fuera de este ámbito.

No es extraño que optase por el monasterio de Guadalupe, no solo porque en esta época ya se había convertido en uno de los más importantes centros de peregrinación de toda Castilla, sino porque además, la relación de su familia con la Orden Jerónima era muy estrecha, debido a que, según narran las crónicas, la llegada al mundo de Pedro Fernández de Velasco fue gracias a un milagro del fundador de la orden, el prior Fernando Yáñez de Figueroa.

La capilla funeraria ocupa el último tramo de la capilla de Santa Ana, lugar de paso obligado para entrar a la iglesia. El espacio fue proyectado por Egas Cueman, uno de los arquitectos más importantes de finales del siglo XV. El maestro supo materializar aquí los deseos de Alfonso de Velasco en un ámbito magnificente, con un sepulcro que presentaba una iconografía novedosa y que no debió pasar desapercibida.

El sepulcro de los Velasco-Cuadros en la iglesia de Guadalupe. FOTO: ALBUM.

Junto a esto, la importancia de esta capilla radica en el hecho de que su construcción se encuentra excepcionalmente bien documentada. El archivo del monasterio de Guadalupe custodia unos dibujos originales que fueron realizados por el arquitecto y que muestran un diseño que debía ser de presentación ante el promotor.

El hecho de que estos dibujos no se correspondan exactamente con la obra final nos indica que se trata del primer proyecto de la capilla a la que, seguramente, siguieron otros cuyas trazas no han llegado hasta nosotros.

El proyecto final del sepulcro muestra un túmulo funerario con el matrimonio en actitud orante y dos pajes de menor tamaño sosteniendo sendas espadas. Por encima de ellos, dos ángeles portan los escudos familiares. Un arcosolio cierra todo el espacio, sobre el que se sitúa una Virgen con el Niño, que recuerda a la Madonna Durán de Rogier van der Weyden (Museo Nacional del Prado), cuyos modelos pueden rastrearse también en los ángeles y en los propios dibujos del proyecto de la capilla.

Todo esto nos introducen en el sugerente camino de las transferencias artísticas entre pintores, arquitectos y escultores. El dibujo del proyecto de la capilla revela que, junto al sepulcro, Egas Cueman también diseñó la ornamentación de las bóvedas de este ámbito con los emblemas heráldicos de la familia, aunque su ejecución, si es que llegó a realizarse, no se ha conservado.

Asimismo, seguramente también fuese el encargado de la decoración pictórica, formada por un trampantojo de un coro de piedra, con los escudos visibles en el respaldo de una sillería que se encontraría reservada, simbólicamente, a sus finados y que acentuaba el carácter simbólico de este ámbito, al tratarse, los coros de las iglesias, de los lugares más deseados para el enterramiento.

Reforma barroca en la iglesia de Guadalupe

A comienzos del siglo XVIII, la iglesia medieval de Guadalupe, aunque impresionante, ya no lucía como antaño. Múltiples construcciones exteriores se habían adosado a las estructuras de la iglesia medieval de Guadalupe, produciendo un efecto indeseado: la luz que penetraba al templo era escasa.

Se decidió entonces, hacia el año 1726, reformar toda la iglesia. Se levantó todo el pavimento del templo varios metros (destruyendo en el proceso la multitud de sepulcros góticos que la jalonaban), se encalaron sus muros pintados y se añadió decoración de madera a sus bóvedas, ajustando su aspecto a los gustos barrocos de la época. Además, se sustituyeron algunos altares por otros más monumentales, en estilo «churrigueresco», que son los que han permanecido hasta nuestros días.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-04-07 11:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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