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Incendio en Páramo de Berlín, el cementerio de frailejones y su tragedia ambiental – Santander – Colombia

Incendios en el Páramo de Berlín

Dicen que eran las 5 de la tarde del pasado 22 de enero cuando la primera chispa dio vida a las llamas que por casi cuatro días consumieron 300 hectáreas del complejo natural insignia de Santander, una de las grandes fuentes de agua para Colombia: el páramo de Berlín.

El silencio es atravesado cada media hora por el ruido del helicóptero que lanza agua para calmar las llamas, mientras cuadrillas de bomberos y campesinos luchan para socavar los focos de calor que una y otra vez se encienden al vaivén de los vientos que a 3.500 metros parecen rasguñar la piel y el ánimo.

Puede leer: Imágenes y videos: el impactante incendio en páramo de Berlín que sigue expandiéndose

Base militar el Picacho y vereda Ucatá, localizada en inmediaciones de El Picacho, en el Páramo de Berlín.

Incendios en el Páramo de Berlín

Base militar el Picacho y vereda Ucatá, localizada en inmediaciones de El Picacho, en el Páramo de Berlín.

Al llegar a uno de los puntos de paso de las llamas, la vista es sobrecogedora. Un cementerio de 40 hectáreas de frailejones se asoma entre las oleadas de humo oscuro que quedan después del sofoco.

El azul nítido del cielo y el olor penetrante a vegetación chamuscada hacen que el paisaje lúgubre de las cenizas se haga más desolador.

El aire sopla gélido, pero el calor que aún sale de la tierra da cuenta de las casi 90 horas en las que comunidad, Ejército, Defensa Civil, Policía y Bomberos han luchado por ahogar el incendio con palas, mangueras, carrotanques y a veces con las manos mismas. Toda una titánica y a veces infructuosa misión.

El alcalde de Tona, municipio que colinda con este ecosistema, Jesús Santiago Gutiérrez, dice que todo se habría originado por un corto circuito en los cables de energía de la zona. No obstante, el servicio no se vio afectado. Es, según dicen, una de las conflagraciones más fuertes que la historia recuerde en el departamento.

Incendio páramo Berlín

Cuatro días duró la conflagración.

Llamas de 10 metros

En el camino encontrábamos muchas especies nativas muertas. Había lombrices, serpientes, un oso hormiguero estaba quemado”

“Con profunda tristeza lo que quisimos proteger… desafortunadamente la naturaleza jugó en contra, nos cambió el viento y el trabajo que se había realizado con nuestras máquinas se perdió.

El Picacho es la zona más alta de Tona, los vientos son demasiado fuertes, tan densos y poderosos que un carro de bomberos, que pesa aproximadamente ocho toneladas, se mueve como si fuera presa de un terremoto.

Durante los casi cuatro días de incendio el viento jugó en contra de estos héroes que voluntariamente y en servicio decidieron ayudar a apagarlo. El primer día fue incontenible, empezó en la noche, tomó fuerza y se expandió; al segundo día, martes 23 de enero, los bomberos de cinco municipios llegaron en la madrugada para dar una mano, que luego fueron cientas.

En la mañana de ese día, el estimado de afectación eran 10 hectáreas y la vegetación afectada principalmente eran los frailejones, pinos, pajonales y arbustos de páramo. Fue el día crítico, el valle de frailejones se consumió. Durante 14 horas seguidas, las diferentes autoridades lucharon por apagar las llamas entre las montañas, con apoyo aéreo de los helicópteros tipo Bambi Bucket.

El brigadier general, Óscar Vera, comandante de la Quinta brigada, contó que en el Bambi Bucket caben 2.500 litros de agua y al cuarto día ya eran 90 mil los litros de agua esparcidos por las montañas del páramo de Berlín. Pero aun así había focos de fuego y calor.

“La labor fue ardua, bajamos desde el Picacho hasta la vereda Ucatá con 200 personas colaborando de varias entidades. Éramos el Ejército, Policía, Defensa Civil, animalistas, comunidad en general. En el camino encontrábamos muchas especies nativas muertas. Había lombrices, serpientes, un oso hormiguero estaba quemado”, cuenta a EL TIEMPO Jaime Monguí, bombero maquinista de Bucaramanga, que usó sus días de descanso para ponerse en servicio.

El arduo trabajo de las cientas de personas que durante el día logran sofocar el fuego parece vano al caer la noche, cuando de nuevo las llamas toman la fuerza para regresar y seguir consumiendo este ecosistema vital para el agua de más de 30 municipios.

Cargar los equipos manuales es sumamente complicado. El frío es de por lo menos nueve grados centígrados –o menos–, la altura marea al personal y el físico se ve desgastado por los fuertes vientos. En la oscuridad que llega apenas se perciben las siluetas inclinadas de los hombres rasgando la tierra para sofocar las brasas.

El bombero Carlos Daniel Duarte, uno de ellos, cuenta que bajaban y subían por la montaña con bombas de espalda (instrumentos que contienen de almacenamiento de agua mínima) y otros elementos de trabajo como gafas, protección respiratoria, casco y guantes.

“Si el viento sopla, le inyecta oxígeno al incendio, lo aviva y eso hace que las labores sean difíciles, porque este puede estar totalmente controlado y al recibir estas corrientes de aire se aviva la llama y la propagación va a ser mucho más alta y rápida. La altura de más de 3 mil metros dificulta el estado físico, toca exigirse más”, relata agitado durante una breve pausa.

Duarte, con el rastro en su rostro y su cuerpo de una jornada extenuante, asegura que su trabajo es incierto, ya que no hay puntos seguros. Las corrientes del viento cambian de manera inesperada y deben correr de un lado a otro con sus elementos para apagar el incendio en otra zona o para que las llamas no los abrasen.

El punto de quiebre fue al caer la noche de ese 23 de enero debido a que trabajaron 14 horas intentando calmar el incendio en una zona, algo que se logró sobre las 5:00 p. m. Pero, más tarde, se reactivó con un fuego de más de 40 metros.

El teniente Jorge Peña, uno de los bomberos de Bucaramanga, descargó en un video su dolor por el esfuerzo perdido. “Con profunda tristeza lo que quisimos proteger… desafortunadamente la naturaleza jugó en contra, nos cambió el viento y el trabajo que se había realizado con nuestras máquinas y el personal como policía, bomberos, Ejército, se perdió. Por Dios, es una situación lamentable”, se le escucha decir con desazón en el rostro e impotencia en su voz mientras registra el avance voraz de las llamas.

Incendios en el Páramo de Berlín

Base militar el Picacho y vereda Ucatá, localizada en inmediaciones de El Picacho, en el Páramo de Berlín.

Equipo de Bomberos de Bucaramanga

Fueron los 14 colaboradores que ayudaron a extinguir el incendio en Berlín.

Foto:

Melissa Múnera Zambrano

Incendios Páramo de Berlín

Santander 26 enero 2024. Estos son los rostros de los soldados que trabajan sin descanso en el páramo Berlín, sector El Picacho, para proteger nuestros recursos naturales.

El camino del agua

“Cuando tú ayudas a la naturaleza, la naturaleza te cuida, ella te devuelve. Para recuperar esto no hay forma, el daño está hecho, ahora es cuidar lo que queda».

La impotencia de los bomberos y demás autoridades se transmitió entre los campesinos aledaños a la zona que después de las 10 de la noche insisten con enfrentar las llamas.

Orlando Velandia, presidente de la vereda Ucatá, la zona donde comenzaron las llamas, rompe en llanto mientras pide ayuda del Gobierno.

“¿Qué pasa? Todos nos colaboran hasta la 7 de la noche, pero de ahí para abajo nos toca a nosotros los campesinos seguir con la labor, porque dejan el fuego calmado, pero la brisa vuelve y empieza a avivar las llamas. Gracias a una comisión de Málaga que nos ayudó a controlar hasta las 5 de la mañana”, dice Velandia entre lágrimas.

Al tercer día, el fuego mantiene su expansión a pesar de los múltiples esfuerzos y cientos de manos que colaboran. Desde Bucaramanga empiezan a llegar a la zona varias personas que dan de comer a quienes apoyan la lucha contra el incendio. Salchichón, bocadillo, banano y botellas de agua forman parte del menú.

“Cuando tú ayudas a la naturaleza, la naturaleza te cuida, ella te devuelve. Para recuperar esto no hay forma, el daño está hecho, ahora es cuidar lo que queda, son muchos años, la naturaleza tiene un ciclo, rehabilitar el páramo es algo natural, toca salvar lo que queda”, dice Fredy Barajas, una de las personas que se acercó a ayudar hasta que las llamas cedieron.

Frailejones quemados

40 hectáreas de frailejones fueron consumidas

Foto:

Melissa Múnera Zambrano

Una lenta recuperación

“Un daño de eso limita la captura de agua, eso significa que se disminuye la seguridad hídrica, es un punto crítico. Los frailejones crecen lento, lo que se quema en una hora se recupera en 40 años

Muchos catalogan esta tragedia como un desastre ambiental irreparable. El frailejón, que apenas crece un centímetro al año, es una planta vital en zona de páramo, pues es la encargada de captar el agua en el aire generando líquido en fuentes hídricas. Es por eso que hay suma preocupación por lo ocurrido en el área calcinada.

“Hay frailejones de 100, 200, 300 años en esta área que son los que se encargan de hacer captura del agua para que luego se generen fuentes hídricas y finalmente se consuma”, explica Juan Carlos Reyes, director de la autoridad ambiental, CDMB.

Luis Fernando Cáceres, director de Biótica Consultores, dice que el frailejón puede almacenar 100 o 200 litros de agua y liberarla de manera paulatina al suelo del páramo.

Aunque todavía haya conmoción entre las autoridades y la misma comunidad, se debe empezar a trabajar en la evaluación de los daños para saber cuánto tiempo tomará aliviar el terreno.

La recuperación –explican los expertos– tardará muchos años y para calcular la afectación se debe precisar qué se puede recuperar de manera natural.

Mario Avellaneda, biólogo de la Universidad Nacional con especialización en desarrollo rural y experto en páramos, indica que si no hay frailejones no hay captura de agua y eso dificulta la recuperación natural.

“Un daño de eso limita la captura de agua, eso significa que se disminuye la seguridad hídrica, es un punto crítico. Los frailejones se demoran en crecer, son lentos, lo que se quema en una hora se recupera en 40 años”, sentencia el experto.

Tras la fatal emergencia, el gobernador de Santander, Juvenal Díaz, decretó la calamidad pública en la región para que llegaran con más efectividad en cantidad los refuerzos desde el Estado, a través de las Fuerzas Militares.

La gran tarea de los próximos meses le corresponde a la CDMB, ya que debe hacer una evaluación después de la quema. Avellaneda dice que luego de calcular el daño toca comenzar a construir viveros de producción de plántulas que permitan rápidamente restaurar especies de la zona.

“Habría que hacer un monitoreo durante los próximos tres meses para tener una respuesta. Con ayuda de la sociedad hay que hacer bancos de plántulas y eso lo deben coordinar las alcaldías y la autoridad ambiental”, asegura.

El pasado jueves, cuarto día del incendio, militares del Batallón Caldas de la Quinta Brigada, en medio del humo y las llamas, rescataron frailejones ‘bebé’ que estaban en un vivero de la base militar El Picacho, a pocos metros de donde ocurrió el incendio, y que casi son consumidos por las llamas.

Este fue el primer grano de arena a una esperanza de recuperar el ecosistema que, si bien tardará años, dejó ver que con el apoyo de la comunidad y las autoridades será vital de ahora en adelante para acelerar su progreso.

La viceministra de Ordenamiento Ambiental del Territorio, Tatiana Roa Avendaño, visitó el valle gris de frailejones y anunció que desde el Gobierno se ejecutará un plan de atención y recuperación del complejo natural. Esta restauración se hará con la ayuda de la autoridad ambiental, alcaldes municipales y el Instituto Humboldt.

En medio de la alegría por el éxito del trabajo en equipo, queda la tristeza de un paisaje gris y muerto donde antes nacía la vida y brotaba el agua.

A lo lejos, las siluetas aún erguidas de los frailejones calcinados parecen hablar.

Melissa Múnera Zambrano 
Corresponsal de EL TIEMPO – Bucaramanga.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-01-26 23:45:00
En la sección: EL TIEMPO.COM – Colombia

Publicado en Colombia

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