Cuando Keir Starmer ganó las elecciones generales en el Reino Unido el pasado 4 de julio ya sabía que sus primeros meses en el cargo no iban a ser fáciles. Pero seguramente ni él mismo esperaba encontrarse en la situación en la que se encuentra 100 días después: un periodo marcado por los escándalos y las divisiones internas y en el que apenas ha conseguido fijar el rumbo para lograr el «cambio» y la «reconstrucción» prometidos durante la larga campaña electoral. Los índices de aprobación del primer ministro han caído en picado y las previsiones para los próximos meses no son demasiado esperanzadoras, con un presupuesto a la vuelta de la esquina que incluirá subidas de impuestos y recortes de gasto público.
El Partido Laborista obtuvo una cómoda mayoría absoluta en las pasadas elecciones con 412 representantes en la Cámara de los Comunes, tan sólo siete menos que los logrados por Tony Blair en su histórica victoria de 1997. Pero a diferencia del carismático exprimer ministro, la holgada victoria de Starmer se debió más a la gestión desastrosa de los gobiernos del Partido Conservador durante 14 años que a sus propias capacidades para inyectar esperanza e ilusión entre los votantes. Blair logró más del 43% de los votos hace casi dos décadas, frente al 33% obtenido por el actual premier. Una muestra de la falta de confianza del electorado y del poco crédito con el que ha contado desde el primer día.
Donaciones y batallas internas
El primer ministro ha perdido el control de la narrativa en las últimas semanas. Los escasos éxitos logrados en poco más de tres meses –entre ellos los acuerdos para poner fin a las huelgas de médicos residentes y de maquinistas– se han visto desdibujados por unos escándalos que han ocupado las portadas de la prensa británica durante días. A las polémicas donaciones recibidas como líder de la oposición y como primer ministro, entre ellas 19.000 euros en ropa de trabajo o 14.000 euros en entradas para partidos de fútbol, se ha sumado la salida precipitada de su jefa de Gabinete, Sue Gray, a principios de este mes. Una salida que ha evidenciado las tensiones y las rivalidades internas en el entorno más cercano de Starmer y que ha puesto en duda su capacidad de liderazgo.
El impacto de estos escándalos se ha visto reflejado en las encuestas. La popularidad del primer ministro ha caído en picado desde que accedió al cargo y se sitúa ahora ligeramente por debajo de la de Nigel Farage, el líder del partido de derecha populista Reform UK. Según una encuesta de YouGov, el porcentaje de británicos con una opinión desfavorable del líder laborista ha alcanzado un nuevo máximo histórico (un 63%), mientras que casi un 60% están insatisfechos con la labor de su Gobierno, frente a un 18% que se muestran satisfechos. Las promesas de una nueva forma de hacer política tras años de escándalos y gestiones desastrosas del Partido Conservador se han visto eclipsadas por una realidad que, para muchos británicos, es lo mismo de siempre.
Diputados díscolos
El primer ministro confía en enderezar el rumbo lo antes posible, aunque ni siquiera los miembros de su propio partido se lo pondrán fácil. Siete diputados laboristas rechazaron el plan de ruta marcado por el nuevo Ejecutivo en el tradicional discurso del rey pocos días después del inicio de la legislatura, algo que les costó la suspensión durante seis meses. Una rebelión que volvió a enfrentar tras la decisión del Gobierno de eliminar las ayudas a los pensionistas para pagar la factura de la calefacción y de la luz en invierno, aunque en esa ocasión la dirección del partido no tomó medidas disciplinarias –consciente de que, quizás, el remedio era peor que la enfermedad–.
Starmer ha tratado de atribuir los recortes en el gasto público a una gestión deficiente del anterior Gobierno conservador de Rishi Sunak, al que acusa de haber dejado un agujero de cerca de 26.000 millones de euros en las arcas públicas. Pero por ahora esta justificación no convence al sector más a la izquierda de su partido, que teme la aprobación de más medidas polémicas en la presentación del presupuesto a finales de octubre. El primer ministro ha tratado de calmar los ánimos con medidas como la suspensión de una treintena de licencias de exportación de armas a Israel, pero todo apunta a que será muy difícil mantener la disciplina parlamentaria en los próximos meses.
Promesas pendientes
La buena noticia para Starmer es que, salvo sorpresas, todavía tiene tiempo por delante y una amplia mayoría para tratar de cumplir con sus promesas. Entre sus planes más inmediatos está la tramitación de una nueva ley de derechos laborales –presentada esta semana en el Parlamento y que incluye, entre otras medidas, el derecho a la desconexión de los trabajadores–, así como el pleno funcionamiento de las nuevas empresas públicas de energía y de ferrocarriles o el acercamiento con la Unión Europea con nuevos acuerdos en materia de inmigración y de seguridad. Sólo el tiempo dirá si consigue levantar una legislatura que, por ahora, ha empezado con mal pie.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.elperiodico.com
Publicado el: 2024-10-12 12:00:27
En la sección: El Periódico – internacional