El reencuentro en el Congreso de Borja Sémper y Santiago Abascal, rivales políticos pero “amigos a prueba de bombas”

“A nosotros nos ha costado sangre, sudor y lágrimas, literalmente, defender una idea de España plural en el País Vasco. Y probablemente, mientras algunas caminaban cómodamente sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida aquí defendiendo la Constitución y la convivencia”, respondió Borja Sémper a Cayetana Álvarez de Toledo, después de que esta criticara la “tibieza” del PP vasco. Fue esta oposición de Casado a la “tibieza” de los vascos, que cuando llegó a la presidencia del PP hizo todo lo posible por hacerse, lo antes posible, con el control de la delegación en Euskadi. Los tentáculos de Génova desembocaron en el PP de Euskadi y apartaron a Alfonso Alonso, dejando, pocos meses después, una nueva víctima: Borja Sémper.

Sémper, desencantado con los derroteros en los que se embarcó Casado, decidió dejar todos sus cargos institucionales y pasarse, después de 20 años, a la militancia de base. Lo que no consiguieron las bombas en años, lo logró Casado en 24 meses. Ahora, como diputado, después de que Feijóo lo resucitara, se ha reencontrado con un viejo amigo, Santiago Abascal, una amistad que, tal y como él dijo, es “a prueba de bombas”. Una amistad que, a pesar de lo ocurrido en el Congreso de los Diputados esta misma semana en relación con el debate de las lenguas cooficiales, se ha podido ver una relación muy cómplice.

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Ambos se conocieron con 17 años. Después del asesinato de la banda terrorista ETA a la esperanza popular vasca, Gregorio Ordóñez, Sémper se cogió un ferrocarril a San Sebastián y firmó el acta de entrada en Nuevas Generaciones. Abascal, por su parte, siguiendo la tradición familiar, se hizo con el carné popular. Abascal y Sémper, durante aquellos años, se jugaron su nombre en una esquela, mantenían a punto el traje y la corbata negra de forma permanente y eran acompañados a casa por un guardaespaldas. El portavoz popular tuvo escolta desde los 19 años.

Borja Sémper se estrenó en la política institucional en 1995, un año antes que Abascal. Fue elegido concejal de Irún, un puesto que le valió amenazas constantes: en la fachada de su casa aparecían dianas pintadas y recibía habitualmente llamadas a deshoras. ETA le quería muerto. “Estoy vivo porque no fui a clase el día que iban a matarme”, confesó en una entrevista en El País. Qué sepamos, a Sémper le intentaron matar en tres ocasiones.

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Por su parte, la militancia de Santiago Abascal tampoco fue fácil. A partir de 1996 es elegido concejal de Lloido (Álava), las amenazas suponen una réplica a las de su compañero de NNGG: pintadas, llamadas, acoso… incluso llegaron a grafitear a sus caballos con pintura verde: “Gora ETA” pintaron.

“Mantener una misma trinchera une mucho”, expresó Sémper en una entrevista en El Mundo, y es que el apoyo mutuo entre los miembros del PP vasco suponía parte muy importante de la militancia en Euskadi. Ambos, con muy buena relación, desembarcaron a principios de los 2000 en el Parlamento Vasco, la época en la que empezarían a aflorar las primeras diferencias ideológicas a raíz de la sucesión al frente del PP de Euskadi.

La sustitución de María San Gil por Antonio Basagoiti supuso el comienzo del cisma entre Abascal y el PP. El principio del fin. Al igual que para Álvarez de Toledo, el actual líder de Vox consideraba demasiado tibia las posturas del PP Vasco. La “tibieza” de los vascos y la “permisividad” con la que trató Rajoy los pasos de los independentistas catalanes colmaron el vaso del líder de la ultraderecha. En 2013 decidió abandonar al PP y unirse a los ultras.