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Colas, conciertos y contrastes, por Alejandro Armas

Colas, conciertos y contrastes, por Alejandro Armas

El aparato de propaganda chavista pretende suplantar estimaciones de PIB, inflación, porcentaje de población bajo el umbral de pobreza y otros indicadores socioeconómicos científicos con… colas para conciertos

 

@AAAD25

La semana pasada, en Caracas, hubo dos colas bastante llamativas. O, mejor dicho, un número no determinado de colas bastante llamativas que podemos poner en dos categorías. La primera es como el género zoológico Loxodonta, de los elefantes africanos: solo tiene dos especies. Son las colas para la adquisición de entradas al concierto en Caracas de Karol G, la popular cantante colombiana de trap y reguetón. Una fue en la tienda Avanti. La otra, en el CCCT. Las demás colas, por seguir con la analogía taxonómica, son como el género Rhinotia de escarabajos, pues tiene unas cuantas decenas de especies. Me refiero a las colas de carros para llenar el tanque de gasolina, a lo largo y ancho de la ciudad. Tanto en bombas “subsidiadas” como en bombas “dolarizadas”.

Volvieron. Mientras que en el resto del país llevan años presentes de forma casi constante, en la capital siempre han sido algo esporádico. Pero me parece que en 2023 han sido incluso en Caracas más comunes. Cada cierto tiempo, por lo general unos pocos meses, se repite la noticia, cual leitmotiv mediocre, de un incendio u otra falla en las refinerías de Amuay, Cardón o El Palito. El resultado es un empeoramiento temporal de la escasez de combustible. Creo que ya hasta los caraqueños lo normalizaron.

Empezar cualquier oración con el título de la novela de Urbaneja Achelpohl, En este país, es siempre una invitación a lo paradójico y contradictorio. Ojalá fuera un ejercicio dialéctico que, diría Hegel, marque el progreso de la historia. Pero no. Acá estamos en el mejor de los casos estancados en un dislate mayúsculo. Entender Venezuela es un dolor de cabeza para cualquier observador foráneo, e incluso para muchos de los que vivimos aquí. Mejoramos en algunos aspectos, pero en otros seguimos terriblemente igual o hasta empeoramos.

Es comprensible entonces que la imagen de un país lleno de petróleo pero sin gasolina, con apagones constantes y miles de hogares que pasan semanas sin agua, con escuelas y hospitales devastados, con niños que ven ocho meses de clase al mes, con trabajadores públicos que son perseguidos y encarcelados por pedir salarios que no sean de hambreadores; con todo esto, digo, sea un país donde se está reactivando el negocio del entretenimiento, cuya mayor expresión sea el regreso de los conciertos con artistas internacionales. Los que están viniendo son cada vez de más renombre. Y si alguien cree que es imposible que los lugares designados se llenen, pues vean las ya aludidas colas para boletos al show de Karol G. Se agotaron casi al instante y los organizadores ya anunciaron una segunda presentación de la artista.

No soy aficionado a ese tipo de música y me parece que el grueso de la fanaticada de Karol G está en la generación inmediatamente más joven que la mía. Pero por azares de la vida, tengo a varios familiares, amigos y conocidos que compraron entradas. Puedo dar fe de que no se trata de hijos de los oligarcas de nuevo cuño. Ni siquiera son ricos. Son chamos de la casi extinta clase media venezolana, o incluso de estratos más humildes, para algunos de los cuales hasta las entradas más económicas ($30) representan un gasto importante. Así que el que venga a declarar que “solo los enchufados” pueden ir a estos conciertos no tiene idea de lo que dice.

Pero si tal razonamiento es una tontería, mayor necedad es asumir que los conciertos y otras formas de recreación en Venezuela constituyen una negación de la emergencia humanitaria en la que nos encontramos.

Como se podrán imaginar, viene sobre todo del aparato de propaganda chavista semejante desaguisado, que pretende suplantar estimaciones de producto interno bruto, inflación, porcentaje de la población bajo el umbral de pobreza y otros indicadores socioeconómicos científicos con… colas para conciertos. Dada la naturaleza descaradamente mendaz de la fuente, podemos asumir que en ella no hay una creencia sincera en lo dicho, sino un intento conscientemente inmoral de manipulación. Pero eso no quiere decir que aguas abajo no haya personas que de verdad se coman la engañifa.

Si usted cree que consumir propaganda gubernamental venezolana es a estas alturas un síntoma grave de fanatismo, pues tiene razón. Es a eso a lo que quería llegar. Una de las lecciones más valiosas que he tenido en mi vida adulta es que muchas deficiencias epistemológicas colectivas obedecen a una incapacidad para pensar en grados. Posiblemente porque, si tenemos más de dos elementos en una categoría de factores que impactan nuestras vidas, tenemos que hacer un mayor esfuerzo por distinguirlas y escoger cuáles son correctos o preferibles. Es más fácil pensar en solo dos polos antitéticos que en un gran número de distintas tonalidades de gris. Ese maniqueísmo es muy propio de la aludida mentalidad fanatizada.

La incapacidad de pensar en grados, por Alejandro Armas

Así, quien se decante por el polo opuesto al propio es a juro alguien que inconscientemente se alinea con el mal (es decir, un inepto), o conscientemente (es decir, un crápula). La propaganda chavista explota estas debilidades para crear narrativas en las que algo complejo, como la economía de un país, se puede explicar solo con algo mucho más sencillo, como la demanda de boletos a un concierto. Y, para el creyente, quien disienta es estúpido o deliberadamente mentiroso.

En un cuestionamiento al énfasis hegeliano en la antítesis, u oposición plena, como esencia de lo diferente, Deleuze invita a concebir la diferencia más como algo afirmativo que negativo, con resultados que no se limitan a lo binario y que son más difíciles de prever. Este marco ontológico facilita la visión de grados y admite la coexistencia de elementos muy disímiles sin necesidad de un eventual choque sintético. Creo que en eso estamos en Venezuela, el país de las colas para poner gasolina y para ver a artistas musicales famosos, todo al mismo tiempo.

Con este fundamento, podemos hacer consideraciones más concretas sobre nuestro país de contrastes. Para empezar, la inmensa desigualdad geográfica, otra muestra del fraude del socialismo revolucionario, con sus “teorías de la dependencia” que distinguen entre un “centro” explotador y una “periferia” explotada. Caracas ha sido, no la única, pero sí la gran beneficiaria de la pequeña recuperación económica de los últimos años. Es donde se concentra la poca riqueza que queda. Hay datos que dan fe de ello. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de 2022, 40 % de los hogares más ricos del país está en la capital. Más recientemente, la firma Atenas Grupo Consultor estimó que 42 % de los dólares gastados en Venezuela son para consumos en Caracas y los estados aledaños.

Al tanto de la situación seguramente, los organizadores de estos conciertos los hacen donde saben que hay mercado. Es decir, en Caracas. La misma ciudad donde, aunque, cabe repetir, si hay colas de gasolina, son estas ínfimas al lado de las que hay en el resto de Venezuela. Espero que los asistentes al concierto de Karol G se diviertan y que sus colas valdrán la pena. Todo ciudadano honesto se merece un rato de gratificación, más aun considerando lo dura que es la vida en este país. Esa dureza y los momentos felices contrastan, pero coexisten.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-11-10 07:31:16
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión