Lapatilla
Nos devora una plaga más peligrosa que cualquier virus. La epidemia de la ignorancia política, cuando el fanatismo reemplaza el pensamiento cuestionador. Un fenómeno social que engulle la razón. Actitud caracterizada por el seguimiento irreflexivo de ideologías, líderes o directrices sin el más mínimo análisis crítico; que convierte a ciudadanos en fanáticos, debates en peleas de gallos, degradando la política a un espectáculo de apetito genésico, que, en lugar de informarse, debatir, controvertir, optan por adular enunciados que imponen burbujas ideológicas, ya sean de izquierda radical, oportunismo sinvergüenza, o populismo de mentiras reconfortantes.
¿Qué significa? Una peligrosa condición de exaltación irracional. El término no es solo un insulto, sino un diagnóstico sociopolítico; que se define por el pensamiento binario, «Si no estás conmigo, estás contra mí». No hay matices, solo bandos. Un adoctrinar emocional, que reacciona con visceralidad, no con razón. Un titular sensacionalista basta para enardecerse. La incapacidad de autocrítica, es distintiva, nunca se equivoca. Si lo hace, «es por el bien mayor». Y por supuesto, la repetición insistente de consignas, sin entender su significado.
Los mecanismos del adoctrinamiento, no son casuales, existe una maquinaria, redes sociales y algoritmos, plataformas que premian el contenido polarizante, enclaustrando a los usuarios en cámaras de eco. Medios de comunicación parcializados, noticias manipuladas, desinformación y tertulias berreadas, crean realidades alternativas. Por si fuera poco, los liderazgos carismáticos y frívolos venden soluciones escuetas a problemas complejos, convirtiendo a sus seguidores en apasionados, no en ciudadanos informados.
El apocalipsis borreguil tiene fisonomía. Los que apenas sobreviven con un salario mínimo de miseria, pero cacarean dogmáticos que ‘el imperio es culpable’, sin cuestionar – ¿por qué? su dirigencia no resuelve nada. Hacen colas para comprar víveres vencidos, pero defienden con memes de «resistencia antiimperialista». Exigen «tolerancia» mientras linchan. “Espacios seguros» de ideas, pero sólo las suyas. Los que llaman «fascista» a cualquiera que discrepe, pero aplauden cuando Cuba reprime disidentes. ¿Ironía? Para eso habría que pensar. Y los fogosos, que cantan «¡Estado malo!» y gimiendo acuden al gobierno.
En Venezuela, es llevado al extremo, convirtiendo al país en un laboratorio perfecto para estudiar el borreguismo tarúpido en su máxima expresión. Mientras, la economía colapsa y millones emigran, hay quienes celebran elecciones amañadas como «victorias del pueblo». Marchas «antibloqueo» en las cuales manifestantes protestan contra las sanciones, pero ¡pidiendo comida a los periodistas extranjeros! O influencers desde lejanías señalando «no hay crisis». El colmo: creer tus propias mentiras. Durante más de dos décadas, han cultivado una base fanatizada que repite lemas revolucionarios mientras se hunden en la infelicidad y la miseria. Del otro lado, un estorbo que adversa complaciente, cae en vacíos sin proponer soluciones.
Se utiliza la propaganda, control mediático y clientelismo para mantener parte de la población creyendo que todos los males son culpa del imperio y otras pendejadas foráneas, mientras ignoran la corrupción e ineptitud de su dirigencia. Por su parte, sectores antagonistas sucumben a la polarización, reduciendo el debate, sin reflexionar sobre errores propios o estrategias fallidas. El resultado, una sociedad dividida que, en vez de unirse para exigir cambios estructurales, se dedican a consentir miedos, pelearse entre sí, repitiendo sandeces mientras el país se desangra.
¿Cuál es el remedio? La solución no es fácil, ninguna fórmula mágica acabará con esta tragedia que produce borborigmo. Sin embargo, pasa por la educación cívica crítica que enseña a pensar, no a obedecer. Debatir con respeto y exigir coherencia, transparencia mediática, medios que informen, no que adoctrinen. Y, castigar la demagogia e hipocresía política, dejando de premiar la charlatanería que alimenta esta idiotez. Evadir memes como si fueran tesis doctorales o verdades absolutas, y aceptar que tu guía político no es Jesucristo. La democracia no funciona con ciudadanos que delegan su pensamiento.
El borreguismo tarúpido, es una amenaza a la democracia, y a la libertad. ¿Para qué reprimir si ser esclavo es bueno? Cuando la política se reduce a un espectáculo de fanáticos; a la incapacidad de pensar por uno mismo; donde razonar no importa, sino seguir ciegamente sin cuestionar, la enorme mayoría pierde. Urge despertar de la estulticia, antes de que sea demasiado tarde. ¿Eres parte del rebaño? ¿Aún piensas por ti mismo? ¿Sigues aplaudiendo como foca entrenada o empezaste a cuestionar? El reloj sigue su curso del tiempo.
@ArmandoMartini
Fuente de TenemosNoticias.com: lapatilla.com
Publicado el: 2025-05-12 07:22:00
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