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El nauseabundo desdén a la furia cívica, por Alejandro Armas

El nauseabundo desdén a la furia cívica, por Alejandro Armas

Si no nos molestamos por la profanación de lo sagrado, es porque perdimos la brújula moral. Sagrados para la ‘religión’ cívica son el Estado de derecho y la democracia

 

@AAAD25

¿Recuerdan aquellos días cuando las tribus de la oposición venezolana en perpetua y pueril pugna eran “las beatas” y “los guerreros del teclado”? Quien estuviera al tanto de mis opiniones por aquel entonces quizá hubiera concluido que yo calificaba como “beata”. Hoy, al contrario, si esa terminología siguiera en usanza, podría pasar por “guerrero del teclado”. Ciertamente, mis posturas han evolucionado, lo cual no está mal en sí mismo. “Si los datos cambian, mi opinión también” es un aforismo que se atribuye a John Maynard Keynes. O, por recordar a un más cercano Teodoro Petkoff, “solo los estúpidos no cambian de opinión”. En fin, mi metamorfosis comenzó en 2017, en coincidencia con la consolidación del sistema político chavista como fenómeno autoritario.

Desde entonces, dejé de creer que votar solo por votar en dicho sistema es algo inherentemente útil. Dejé de creer que vale la pena dialogar con el gobierno sean cuales sean las circunstancias.

Tales posiciones son para algunos “radicales”, “maximalistas” o “antipolíticas”. Y sin embargo… Mi visión sobre el fin más probable (de haber un fin) para esta desgracia nacional es una que a duras penas podría considerarse “radical”, etc. Me refiero a una transición democrática negociada entre el chavismo y la oposición. Un esquema provisional en el que ambos comparten el poder mientras dotan al país de instituciones republicanas. Eso sin duda puede sonar abominable para millones de conciudadanos, pues implica cohabitar con los responsables de tanto horror. Supone además que muchos de esos horrores queden impunes, al menos en el mediano plazo.

Pero resulta que en la política el ente rector no es lo que se quiere sino lo que se puede. No en balde su concepto central, el poder, es homófono con el verbo “poder” y comparte con él etimología. Ahora bien, nos guste o no, la oposición no tiene el poder para llevar a cabo un cambio político unilateral que además haga justicia implacable. Ni siquiera tiene de momento el poder para forzar al chavismo a aceptar una transición como la que describí. Para eso tendría que presionar. Tendría que jugar fuera del sistema de instituciones dominadas por el chavismo. Es decir, recurrir a aquellos mismos métodos, como la protesta ciudadana, cuya mera mención hace que empiecen los señalamientos de “radicalismo”.

Hasta ahora, el desarrollo de este artículo se puede enmarcar en una comprensión realista de la política. Aquella que sigue la tradición de Maquiavelo sobre la política como práctica con una especie de ética sui generis, la cual a veces debe romper con las convenciones morales si eso es lo necesario para el bien común. De ahí que tantas transiciones democráticas, desde la española a la chilena, se hayan concretado con algunos sacrificios en materia de justicia (piénsese en figuras vinculadas al franquismo y al pinochetismo que siguieron activas en política tras el fin de esas dictaduras, como Manuel Fraga y Jaime Guzmán, respectivamente).

De manera que esos sacrificios son una suerte de mal necesario. La aspiración de justicia puede ser inviable, pero no por eso deja de ser legítima. Cuando eso no se entiende, pues hay un problema. El problema al que quería llegar. Veo que muchos comentaristas de la política criolla, cultores del maquiavelismo acartonado, desdeñan el deseo de justicia de sus compatriotas. Lo pintan como algo de locos furiosos. De gente intolerante y llena de odio irracional. De sujetos con talante autoritario. De mentecatos que quieren arrasar con todo. Hasta se burlan de ellos copiando los modismos de la propaganda gubernamental, como fingir que aluden a Miraflores con una prolongación idiota de la vibrante alveolar múltiple (“el rrrrrrrrrrrégimen”).

Si usted asume que esta actitud es propia de la adaptación disfrazada de oposición, pues enhorabuena por su dotes intuitivas. Son estos “opositores” los que se la pasan en eso. De todas sus maniobras para blanquear el statu quo oprobioso que pesa sobre nuestras espaldas, y así desestimar el llamado a acciones contundentes contra el mismo, esta es una de las más repulsivas. Es una banalización, o un desconocimiento pleno, de todo el sufrimiento que ha infligido el gobierno a la sociedad venezolana. El daño antropológico, como diría el ensayista y filósofo Dagoberto Valdés. ¿Hambre y malnutrición entre las masas por la economía arruinada, mientras una oligarquía de altos funcionarios y empresarios amigos se enriquece de manera obscena? No importan. ¿Las miles de familias rotas por una estampida migratoria de personas desesperadas por ver cómo ganarse la vida? No importan. ¿Los presos políticos torturados y sus familiares sometidos a vejaciones escalofriantes? No importan. Y cualquiera que exprese indignación y clame por justicia ante todo eso es un insensato lleno de odio.

Por favor. Llenos de odio están los autores de aquellos desmanes. Ah, pero el desprecio y la mofa de los susodichos “opositores” nunca van por ese camino. No, señor. Para la elite gobernante solo puede haber guiños y sonrisitas, porque “hay que ponerse de acuerdo”. Ese empeño enfermizo en mostrar deferencia al gobierno empeora todo, pues es su argumento para una arrogancia insoportable. La pretendida superioridad moral de los que dizque no se dejan llevar por las pasiones y piensan con cabeza fría, siempre con el bien del país en mente, por encima de cualquier diferencia política. En realidad, eso no los hace epítomes de virtud, como creen. Los hace tontos útiles de un poder arbitrario e indigentes de la ética.

Para colmo, ni siquiera hemos llegado al punto en el que conviene moderar la molestia, aunque sea justa, y tragar sapos. Bien lejos estamos de esa situación. Para alcanzarla, insisto, hay que presionar. Hay que reclamar. ¿Y qué estimula el reclamo? Pues la indignación por una injusticia. Así que los traficantes de conformismo pueden irse a otro lado con sus ínfulas de nobleza sosegada.

¿Explotó la burbuja? ¿O no? No importa, por Alejandro Armas

La ira podrá ser un pecado capital, pero solo cuando es dirigida contra un inocente o contra alguien que, si bien obró mal, está recibiendo un castigo desproporcionado. No lo es cuando se dirige hacia alguien que abusa en flagrancia. Hasta Jesucristo puede montar en cólera. Miguel Ángel lo pintó visiblemente molesto cuando condena a los malhechores no contritos en El juicio final que adorna la Capilla Sixtina. Y si alguien cree que esa fue una caracterización impía del artista, pues que recuerde el furor de Jesús en el mismísimo Evangelio cuando expulsa a los mercaderes del templo hebreo. De eso se trata. Si no nos molestamos por la profanación de lo sagrado, es porque perdimos la brújula moral. Sagrados para la “religión” cívica son el Estado de derecho y la democracia. Más nos vale defenderlos de sus violadores.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-08-04 19:33:59
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión