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La paradoja de María Corina Machado, por Alejandro Armas

La paradoja de María Corina Machado, por Alejandro Armas

Tras la apoteosis de María Corina Machado en las primarias, pienso más bien que hubo una toma de conciencia de que el voto, en nuestro contexto político, no basta para alcanzar un cambio de gobierno (…) Tal vez esa misma mayoría sí espera que le digan qué se puede hacer para defender su voto

 

@AAAD25

Voy a comenzar este artículo con el reconocimiento de una equivocación. Hace más o menos un año, cuando ya era evidente que prácticamente toda la oposición había vuelto a la “ruta electoral” y fijado los comicios presidenciales de 2024 como próxima oportunidad para alcanzar un cambio político, erré en mi juicio sobre quiénes serían los que más ventaja tendrían, entre los dirigentes destacados. Creí que serían Manuel Rosales y Henrique Capriles. Porque fueron los que más insistieron en el voto como herramienta para cambiar el gobierno y sus respectivas bases de apoyo se adhirieron a ese mensaje.

En cambio, pensé que, por la otra cara de esa moneda, a María Corina Machado le iba a costar muchísimo competir en la elección primaria que ya se estaba perfilando. A partir de 2017, ella fue de las voces más reacias a cualquier participación en elecciones mientras en Venezuela hubiera el sistema viciado de instituciones que aseguran la continuidad del chavismo en el poder. Por el contrario, se afincó en salidas mediante la fuerza extranjera, como la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Incluso después de que todos los países del continente, empezando por Estados Unidos, dejaran claro que no tienen disposición alguna a irse por ese camino, muchos de sus seguidores quedaron prendados de eso que pasó cómicamente a la historia como “pedir la pizza”. Quienes lo vieran como indeseable o simplemente imposible, eran tildados de “colaboracionistas y cohabitadores”. De manera que, imaginé, iba a ser muy difícil para Machado decirles que había que volver a las urnas. Es más, sus detractores más enconados no demoraron en reprocharle el giro, que consideraron incoherente e hipócrita.

Pero henos aquí, tras una primaria en la que la líder de Vente Venezuela arrasó. Ahora ella va a recubrirse con un manto de protagonismo que nunca antes tuvo. Recordemos que, a lo largo de su trayectoria política, Machado ha sido objeto de no poco desdén (a lo que su propio sectarismo ocasional ha contribuido, hay que decir). “La que solo tiene apoyo del 1 % en las encuestas”. “La del partido con un solo curul en la Asamblea Nacional”. “La que solo mueve a los radicales de Twitter”. “La que nunca ha buscado un cargo de elección popular fuera de Chacao, Baruta y El Hatillo ni podrá ir más allá del este de Caracas”. “La ama del valle, incapaz de entablar conexión con barrios y pueblos rurales”. Esa imagen acaba de desmoronarse, al haber Machado superado con creces a todos sus contendientes en una elección en la que se hizo sentir la participación de comunidades humildes.

Entonces, ¿qué vimos mal todos los que hasta hace no mucho descartamos aquello que hoy es una realidad? Desde luego, solo puedo hablar de mi propia miopía. En descargo mío, aclaro que nunca vi como imposibilidad una apoteosis de María Corina Machado y que, si alguna vez lo puse en duda, no fue por las razones aludidas en el párrafo anterior, ahítas de cierto clasismo que ha embargado al grueso del pensamiento político venezolano desde mediados del siglo XX, con su romantización de la pobreza y su recelo hacia los ricos. Mi punto ciego fue otro, como dije, relacionado con la distribución de preferencias sobre cómo lidiar con el chavismo. Subestimé tanto la flexibilidad del núcleo duro de seguidores de Machado al momento en que se les invitó a volver a las urnas como la receptividad que ella pudiera tener entre otros ciudadanos que nunca comulgaron con sus llamados a la abstención electoral.

Lo cierto es que Machado, otrora defensora militante del boicot a elecciones venezolanas, se las ingenió para ser la mayor beneficiaria, en las filas opositoras, de la preparación para las venideras elecciones presidenciales. Esa es la verdadera paradoja en torno a ella. No la que están dibujando sus críticos más recalcitrantes, quienes dicen que su victoria es también una derrota suya. Del “abstencionismo y el radicalismo” que encarnó. Difiero. El regreso triunfal de Machado a la “vía del voto” no constituye una reivindicación del fetichismo electoral que es santo y seña de aquellos señores. De la noción del voto en elecciones antidemocráticas, no como una herramienta que puede ser parte del cambio político, sino como un mandato deontológico y fin en sí mismo que no se debe eludir jamás. Si tal reivindicación hubiera ocurrido entre los votantes de la primaria, muy a duras penas Machado habría ganado. Los electores hubieran preferido a alguien más representativo de esa opinión.

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Pienso más bien que hubo una toma de conciencia de que el voto, en nuestro contexto político, no basta para alcanzar un cambio de gobierno. Que puede ser parte de una estrategia con ese propósito, pero que muy probablemente habrá que presionar por otras vías para que la elite chavista acate una voluntad ciudadana que le es adversa. Estaríamos entonces ante un rechazo masivo del mantra “Si votamos, ganamos”, que deja las cosas hasta ahí y omite la necesidad de defender el voto ante su desconocimiento por un poder arbitrario. ¿Por qué otra razón iban a escoger, por aclamación, justo a aquella candidata que está vetada por el chavismo, lo cual precipita la situación en la que se hace necesario presionar con mecanismos no electorales para seguir avanzando? Si el público piensa que solo hay que votar, ¿por qué no evitaron el obstáculo de la inhabilitación ni se decantaron por alguien que puede inscribir su candidatura en el Consejo Nacional Electoral tan pronto como se llame a comicios presidenciales?

Tal vez, aunque una mayoría de la población quiera una salida electoral de esta tragedia, “Si votamos, ganamos” no es una consigna tan popular como algunos analistas pensaron. Tal vez esa misma mayoría sí espera que le digan qué se puede hacer para defender su voto, cosa que no hizo Henri Falcón en 2018 (mito de la derrota predilecto de los fetichistas electorales). Tal vez la gente no quiere un candidato “opositor” que resulte aceptable para la elite gobernante porque hay un acuerdo tácito de que el mismo no reclamará por los vicios del sistema. Tal vez la gente quiere ser más desafiante. Pronto lo sabremos.

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Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-10-27 07:59:58
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión