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Lo bueno que aún hay en Venezuela, por Alejandro Armas

Lo bueno que aún hay en Venezuela, por Alejandro Armas

En aras de cerrar el año con, bueno, ánimo positivo y vigor para empezar el siguiente, hoy voy hablar de lo que está bien en Venezuela, en medio del desastre

 

@AAAD25

Una columna de opinión en un medio de comunicación masiva no suele ser, metafóricamente hablando, un “sitio feliz”. El columnista por lo general no está ahí para hablar de asuntos positivos o gozosos, sino para expresar lo que, a su juicio, está mal en el mundo. En palabras de Cabrujas, para “pellizcarle el trasero a la sociedad” y hacerle notar que tiene problemas que deben ser atendidos. Ese papel de tábano socrático puede prestarse para reacciones adversas (“¿Quién eres tú para decirnos lo que está mal?”) y hacer que el columnista pase por una especie de ser gris, tedioso y lúgubre, por estar de manera reiterada pensando en problemas. Tal como Heráclito, “el filósofo que llora”.

¿Es que acaso no es más divertido hablar del show en tarima de Anitta y Peso Pluma que sobre derechos humanos? Sí, quizá. Pero por penoso que sea (y créanme, tampoco es que sea penoso al punto de lo insufrible), hay que hacerlo. Incluso si, por ser Venezuela el entorno, los problemas son más numerosos y peores que lo normal. Lo contrario sería incurrir en el error conformista de Leibniz, que Voltaire puso en boca de su Pangloss para alertar sobre la resultante abulia.

No obstante, hoy me voy a desviar de la norma. En aras de cerrar el año con, bueno, ánimo positivo y vigor para empezar el siguiente, hoy voy hablar de lo que está bien en Venezuela, en medio del desastre. El puntito de yang en medio del yin que siempre existirá (“Todas las cosas tienen en su espalda la oscuridad y tienden a la luz”, reza el Tao Te Ching) aunque, si nos atenemos a los fundamentos de la psicología Gestalt, por predominio perceptivo del todo sobre las partes parezca inconcebible que haya algo de bondad en medio de tanta maldad. Veamos, pues.

Comenzaré con lo que es mi área de dedicación profesional y tal vez sea más inverosímil: la política. Sí, quedan algunos huesos sanos en la política venezolana, que en general es la fuente putrefacta de las cuitas infernales que se viven en este país. Puede que sean, como el martillo, el yunque y el estribo en el oído humano, los huesos más pequeños, pero ahí están. Me refiero a personas honestas que siguen en la vanguardia de la tan difícil causa democrática venezolana. Muchas no ocupan cargos públicos. Y si los ocupan, no suelen pasar de concejales. La regla tácita, impuesta por el chavismo, de que para ser gobernador o alcalde ajeno al PSUV o sus socios minoritarios hay que renunciar a la oposición activa no permite más que esas modestas posiciones. Otros no son políticos profesionales, pero militan en los partidos que siguen haciendo disidencia real. Hacen el trabajo de hormiga que permite a esas organizaciones seguir funcionando.

Aparte, hay todo un microcosmos de periodistas, politólogos, sociólogos, historiadores y profesionales de otras ciencias sociales abocados a entender la calamidad política venezolana y a reflexionar sobre cómo ponerle fin. Muchos de ellos son jóvenes que no han llegado a los 30 años y que, por una u otra razón, no se han sumado a los cientos de miles de sus coetáneos que optaron por emigrar, en la mayor fuga de cerebros que ha experimentado Venezuela. Siguen aquí, con sus respectivos proyectos. Al igual que los referidos en el párrafo anterior, estos ciudadanos no figuran a menudo en medios de comunicación tradicionales por la censura y la autocensura. Dependen de los medios digitales y las redes sociales para hacer llegar su mensaje.

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Luego tenemos a las personas que, a pesar de una de las catástrofes económicas más grandes a nivel mundial en al menos dos siglos, decidieron seguir apostando por la provisión de bienes y servicios en Venezuela… Y sobrevivieron a lo peor de aquella crisis. Porque hay que decir que no todos los que se propusieron esa labor titánica lo lograron. Se valora toda perseverancia, pero si me pusiera a hablar de aquellas empresas privadas que desaparecieron, pues estaría regresando a mi oficio típico de columnista y no es la idea hoy. También los hay que abrieron nuevos negocios de distinta envergadura. Cuando esa envergadura es amplia, es decir, cuando requiere inversiones cuantiosas, a los propietarios frecuentemente se les acusa de “ser enchufados”, “lavar plata”, etc. Señalamientos hechos a la ligera que no reparan en el principio del Derecho por el cual quien acusa tiene la carga de la prueba. Eso no quiere decir que en Venezuela no exista una pantagruélica economía turbia, con fondos originados en la corrupción y otras prácticas ilegítimas. Pero, de nuevo, no quiero hablar de lo negativo hoy. Más bien quiero alzar una copa de fiesta decembrina por todos esos panaderos, zapateros, agricultores, proveedores de fibra óptica, dueños de restaurantes y demás que siguen haciendo la vida en Venezuela más soportable.

Eso, incluye, por cierto, las actividades culturales. Pudiera pensarse que las artes son lo primero en extinguirse en un país en emergencia humanitaria. Después de todo, no representan para nada necesidades básicas. Pero como sostuve en una de las emisiones más recientes de esta columna, la realidad siempre es algo más compleja y la coexistencia de factores a primera vista incompatibles no es una aberración. Ni natural ni moral, puesto que un hipotético desvío de todos los recursos originalmente dedicados a la vida cultural hacia la atención de la emergencia humanitaria pudiera ser contraproducente (piensen nada más en todos los trabajadores de ese sector, de pronto desempleados y engrosando las filas de los que necesitan ayuda).

Colas, conciertos y contrastes, por Alejandro Armas

De manera que la cultura afortunadamente pervive. No hay razones para creer que eso vaya a cambiar en el corto o mediano plazo. Al menos en Caracas (el resto del país es, desgraciadamente, otra historia), la movida artística nunca se detuvo. Ni siquiera en 2018, cuando la crisis era más aguda que hoy. Ese año, me fui a Nueva York por razones académicas. Obviamente, ni en su mejor época Caracas pudo competir con la capital cultural del planeta en estos menesteres. Y, sin embargo, no puedo decir que me sienta insatisfecho desde que volví a mi ciudad. He podido ver montajes de Sófocles, Ibsen, Ionesco, Sartre y Cabrujas. También exposiciones de Picasso, Cruz-Diez, Botero, Vigas y Soto. Estuve en una función de Fidelio, la única ópera compuesta por Beethoven. Este fin de semana honraré una tradición navideña caraqueña yendo a ver El cascanueces, con la música de Chaikovski y la coreografía de Vicente Nebrada.

Por último, no puedo dejar de mencionar que quizá lo mejor que sigue habiendo en Venezuela es la solidaridad entre sus habitantes. A lo largo de las décadas, como sociedad consentimos el desarrollo de un Estado elefantiásico, con la expectativa de que nos lo diera todo. Por una cruel ironía, quienes prometieron llevar esa cobertura a su máxima expresión acabaron por dejar el Estado sobre cuatro bloques, totalmente incapacitado para cubrir aquellas necesidades que nadie o casi nadie le desconocería como parte de su rango de acción natural. Mientras que la elite chavista se aseguró para sí el gozo de un Estado privatizado de facto, los ciudadanos comunes quedamos desamparados. Pero seguimos siendo una comunidad, en palabras aristotélicas, de animales políticos. Naturalmente, hemos llenado hasta cierto punto el vacío que dejó el Estado. A veces, con fines de lucro que no por ello son repudiables. Pero otras veces, por pura empatía. Es lo que hace la organización Alimenta la Solidaridad, con sus comedores populares en barrios reducidos a una pobreza mucho más abismal que la que tenían antes.

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No son solo necesidades básicas. Cada diciembre, el gremio periodístico venezolano lleva a cabo Un juguete, una buena noticia: una recolección de juguetes donados para regalar a niños de escasos recursos. Son iniciativas como esta las que mantienen sin romper algo de tejido social, que necesitaremos para reconstruir en serio la nación cuando las circunstancias políticas lo permitan.

Como ven, en Venezuela sí hay gente de bien haciendo el bien. Espero que leer estas líneas les brinde al menos un poco de optimismo. Con ellas, la presente columna se despide hasta enero. ¡Felices fiestas!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-12-15 12:39:10
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión

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