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Biden tiene covid. ¿Ahora qué? | nytimes.com

Biden tiene covid. ¿Ahora qué?

Cada presidente es una prueba de Rorschach sobre la que los ciudadanos proyectan sus esperanzas, dudas, sueños y terrores nocturnos más profundos. Desde el principio, la pandemia ha sido un desfile de decisiones personales y análisis de riesgos permanentes. Una vez convertido en el principal medio de señalización tribal, mostró la forma en la que los estadounidenses sopesan sus valores: libertad, privacidad, compasión, comunidad. Ahora que el virus ha transgredido las defensas del santuario más protegido del planeta, se añadió una prueba más: la de la verdad, la transparencia y la tolerancia al riesgo.

Los expertos en salud pueden debatir si las decisiones recientes del presidente fueron habituales o imprudentes: volver a viajar, reunirse, saludar, haciendo lo que hace un presidente en el camino hacia la normalidad. Los partidarios de ambos lados del espectro político sacarán su propia moraleja de la historia: que su contagio muestra que los esfuerzos de prevención siempre fueron equivocados, que tratar de evitar la covid es como tratar de evitar la luz del sol. O que su infección muestra que los mandatos de usar cubrebocas terminaron demasiado pronto y la mitigación es para siempre. Pero para el líder del mundo libre, tal vez esta sea una forma de mostrar —especialmente para esos códigos postales donde las personas aún usan mascarillas en playas vacías— que es hora de seguir adelante. Hemos llegado a la fase en la que un virus que paralizó el mundo ahora puede llegar a la Oficina Oval y no detener las prensas ni colapsar los mercados. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, sugirió que mientras Biden se aísla todo seguirá como como de costumbre: el presidente “continuará cumpliendo con todas sus funciones plenamente durante ese tiempo”, dijo, y señaló que “participará en sus reuniones planificadas en la Casa Blanca esta mañana por teléfono y Zoom desde la residencia”.

Desde el punto de vista histórico, por supuesto, esas declaraciones no siempre resisten al escrutinio. Los informes en tiempo real sobre el estado de salud de Donald Trump cuando dio positivo por coronavirus en octubre de 2020 subestimaron bastante lo enfermo que estaba. En los días previos a que las vacunas estuvieran disponibles, una persona de 74 años que tomaba estatinas ya estaba en alto riesgo. Desde entonces, nos hemos enterado de que la oxigenación sanguínea de cuando Trump estaba enfermo bajó a los 80, que le dieron esteroides potentes y que tuvieron que ponerle oxígeno, incluso cuando el médico de la Casa Blanca, Sean Conley, insistió en que el presidente estaba “muy bien”, sus asistentes se esforzaron por conseguirle tratamientos aún experimentales.

El gobierno de Trump no fue el primero en ocultar la condición del presidente; eso es más la regla que la excepción. Woodrow Wilson sufrió un derrame cerebral que lo dejó parcialmente paralizado y, según algunos informes, con menor capacidad para gobernar por sí mismo; Dwight Eisenhower tuvo un infarto y un derrame cerebral mientras estaba en el cargo; John F. Kennedy tenía la enfermedad de Addison. La transparencia en asuntos relacionados con la salud de los jefes de Estado casi nunca es usual. Hay razones comprensibles, entre ellas: orgullo, privacidad y seguridad nacional. Como del estado mental y físico de un presidente los mercados se alteran, y, potencialmente, también los ejércitos.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.nytimes.com

Publicado el: 2022-07-21 19:12:12
En la sección: NYT > The New York Times en Español

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