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Confesiones de una bruja que blindó a los escoltas de un cabecilla de las Auc – Cultura

Sofía del Güercio. Esotérica

Una tarde llegó a consulta un hombre que decía ser ganadero y agricultor. Buscaba protección personal y para sus negocios, que enfrentaban dificultades; acordamos hacerle una activación para que fluyeran sus cosas y me pagó en efectivo una suma superior a diez millones de pesos de hoy. Regresó agradecido y me aseguró que en adelante no tomaría decisiones estratégicas sin consultarme. De esta manera, siempre lleno de efectivo y generoso, que era realmente lo que me importaba, se convirtió en visitante asiduo de mi casa, aunque siempre de afán, muy escoltado y reacio a que le leyera las cartas porque se consideraba escéptico.

Mario Villalobos es periodista y escritor. Este libro le tomó 20 años de investigación.

Pasados algunos meses, un día su avanzada llegó a casa y quien coordinaba su seguridad me explicó que llegaría pronto. Pasaron tres horas y no aparecía; durante ese tiempo, el hombre fuerte de su escolta, que la mayoría de las veces estaba presente en las consultas, se tomó un tinto largo conmigo y comenzó a preguntarme por uno de los rituales más peligrosos y ancestrales.

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Me relató que había escuchado que las brujas poderosas eran capaces de lograr que las personas fueran inmunes a los ataques de bala. Cuando se lo confirmé, me dijo sin tapujos que necesitaba que se lo hiciera a él y a varios de sus hombres. Solté una risotada para decirle con arrogancia que tendría que trabajar tres vidas para poder pagarme por un trabajo tan complejo.

Poco después llegó su jefe, presuroso como siempre; le comenté el episodio y con otra risotada casi sádica escupió con desprecio:

—Estos manes son la cagada con sus supersticiones; pero hágale, tía, hágale que yo los respeto mucho. Hágale, que yo le respondo por ese billete.

«La única forma en que mueren es si son alcanzados por balas conjuradas por otro brujo y que tengan dibujadas
tres cruces».

Por esa época el amor por el dinero se había apoderado como nunca de mi vida y entendí que ese encargo era la oportunidad perfecta para fraguar el sueño de cambiarme a una vivienda realmente lujosa. Comencé entonces a hacer lo que en el ocultismo se conoce como cruzamiento. Durante semanas enteras recibí a decenas de hombres que se presentaban como integrantes del esquema de seguridad y que pasaban por el meticuloso proceso.

La persona que se somete al trabajo debe limpiarse primero con un baño de limón y bicarbonato, para desligarse de toda energía negativa. Toma una fruta, la parte en cuatro pedazos, la introduce dentro del químico y se frota desde el cuello para abajo. Posteriormente, se quita esa mezcla con agua de yerbas amargas mientras reza un padrenuestro e invoca la ayuda divina.

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Luego, se acuesta desnudo en el suelo y extiende sus manos como si estuviera crucificado; alrededor de sí se prenden treinta y tres velas, en homenaje a la edad en que murió Jesucristo. Sus colores deben ser los mismos de las siete potencias: blanca, naranja, roja, violeta, amarilla, verde y azul. Una vez las velas se derriten por completo, se hace un sahumerio con tres plantas o sustancias, depende del peligro que la persona enfrente. Puede ser una combinación entre estoraque, mirra, ruda y salvia, entre otras.

Enseguida, el cruzado, como se denomina a quienes solicitan el blindaje, se debe vestir enteramente de blanco y proceder al conjuro que se conoce como “los Niños en Cruz”
. Se trata de siete tatuajes, discretos y hasta de tres centímetros, que deben estar en la nuca, en los antebrazos, en las pantorrillas, en el pecho o tórax, y en la espalda. Quien los hace debe ser alguien de extrema confianza que guarde el secreto; este los imprimirá con tinta blanca virgen, es decir que no haya sido usada ni se vaya a usar para ninguna otra cosa.

Portada del libro 'Confesiones de una bruja'

Editorial Testigo Directo
205 páginas
$ 59.900

Foto:

Editorial Testigo Directo

Una vez están listos, viene el momento cumbre del ritual con una oración de la cual tan solo puedo compartir un fragmento:
Gran poder oculto y oscuro, invoco tu poderosa presencia para que apartes de mí el peligro en el momento preciso y para que mi camino se vea iluminado por la fortuna; te invoco para que no llegue a mí la mala sombra y para que por tu intercesión llegue a mí la bienaventuranza.

El blindaje se consolida con el riego de agua bendita por todos y cada uno de los tatuajes. El hechizo está diseñado para que quienes estén cruzados no perezcan por arma de fuego y suelen utilizarlo escoltas, malandros, fleteros, sicarios, paracos y guerrilleros. Son legendarias las historias de muchos de ellos que recibieron impactos de bala en medio de un enfrentamiento armado y sobrevivieron de una forma tan milagrosa que sus rivales no se explican lo que pasó.

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Pero hasta este sortilegio tiene su contra. La única forma en que mueren es si son alcanzados por balas conjuradas por otro brujo y que tengan dibujadas tres cruces. A cada uno de los hombres de mi benefactor les expliqué con detalle el riesgo al que se exponían. Incluso a él mismo le ofrecí blindarlo con el cruzamiento, pero lo descartó de tajo:

—Esas maricadas son para esta gente desocupada, tía.
El mandamás pagó con rigor y en efectivo tanto dinero que a la vuelta de unas semanas tenía casi todo el que financiaría mi barahúnda de caprichos.

La confianza entre ambos creció tanto que comenzó a pedirme favores personales. El más frecuente era que, de lo que me pagaba, comprara fertilizantes y plaguicidas para sus cosechas, que él mandaría a recoger con sus muchachos.
Por primera vez mi instinto me traicionó y cedí a sus peticiones con una candidez que me saldría muy cara. Por esa época atendía tantos y tantos clientes, y realizaba tantos trabajos oscuros, que en realidad no me importaba nada diferente a la plata.

Cuando reaparecía, lo que hacía cada vez de forma más espaciada, me reembolsaba los dineros sin falta; a pesar de los altos ingresos por cuenta de mi trabajo, me seguía faltando algo de dinero para sostener a mi familia entera y para una casa que ya había negociado de palabra, la cual estaba a punto de perder porque acordé cancelar todo de contado y no lograba conseguir lo que me faltaba.

«Lamenté entonces jamás haberlo convencido de leerle las cartas porque, de haberlo hecho, los arcanos me habrían revelado quién era en realidad».

Recurrí a un préstamo hipotecario, gracias a la ayuda de una poderosa ejecutiva de un banco, cliente más que habitual. Entonces volvió mi amigo el ganadero y convinimos que, en adelante, los dineros por mis servicios me los consignaría a una de esas cuentas para abonar al crédito y de paso evitar averiguaciones oficiales incómodas sobre mis ingresos. Una carambola perfecta. Así sucedió y aunque sus visitas personales ya no eran tan asiduas, la plata estaba asegurada. ¡Lejos estaba de saber lo que me corría pierna arriba!

Un día cualquiera recibí un requerimiento judicial en el que se me notificaba la investigación de una de mis cuentas bancarias. Las autoridades revelaron un arsenal de pruebas que demostraban que los dineros que habían entrado estaban vinculados con una organización al margen de la ley y que era considerada presunta cómplice de extorsiones y lavado de dinero.

Mi abogado concluyó que los giros los hicieron empresas del famoso ganadero y agricultor que se había convertido en mi cliente estrella. Tras examinar la situación legal, me explicó con una sinceridad que pesaba una tonelada que el problema era la inminencia de mi captura, que lo más aconsejable era dilatar las diligencias y entrar en la clandestinidad. Aprobé a medias su estrategia porque no estaba dispuesta a moverme de la casa de mis sueños y durante meses enteros le robamos tiempo al tiempo.

No quise buscar al cliente ni a sus escoltas, pues era claro que su ausencia estaba justificada por su clandestinidad y no por la urgencia de cuidar cultivos.
En esas estábamos cuando las noticias en la televisión me dejaron sin aliento: en ellas reportaban la muerte de uno de los más peligrosos y despiadados comandantes paramilitares en medio de una especie de vendetta, pues dos de sus hombres de mayor confianza lo habían matado cerca de Puerto Lleras, Meta; lo que me dejó estupefacta fue la imagen de la víctima. Se llamaba Miguel Arroyave y enseguida reconocí al mismo ganadero y agricultor que frecuentó durante más de dos años mi casa con el nombre de Emilio Ruiz, el mismo que me pedía prestado para comprar insumos para sus cosechas, el mismo que me giraba los dineros que me tenían en problemas con la justicia.

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Caí en la cuenta de que si me hubiera hecho caso de hacerse el cruzamiento era probable que estuviera vivo y habría sobrevivido a la inmisericorde lluvia de plomo que lo acallaba para siempre. Entonces entendí que con él fuera de la ecuación de la guerra, las autoridades redoblarían esfuerzos para desenredar la pita de su fortuna mal habida y, por supuesto, de sus compinches, entre los que me encontraba yo, producto accidental de una inocencia que no se compadecía con mi talante de bruja todopoderosa. Lamenté entonces jamás haberlo convencido de leerle las cartas porque, de haberlo hecho, los arcanos me habrían revelado quién era en realidad. Decidí poner en marcha, sin escrúpulo alguno, un milenario y oscuro blindaje esotérico que no me es permitido revelar, pero que me permitió zafarme del acoso judicial.

Sofía del Güercio. Esotérica

Sofía del Güercio es la protagonista del libro escrito por Mario Villalobos.

Foto:

Editorial Testigo Directo

Comencé una obra de demolición, una filigrana esotérica tan efectiva que el proceso en mi contra jamás prosperó. Bien fuera a punta de vudú, de tumbes, de activaciones y de sortilegios extremadamente negros, los fiscales a cargo se enfermaban repentina y oportunamente, y no asistían a las diligencias. Los investigadores perseguían pistas que no los conducían a ningún lado; los testigos de las triangulaciones financieras de Arroyave y su combo aparecían muertos; el sistema informático colapsaba y nunca podían notificarme.

En una ocasión, enfrentaría a un fiscal inflexible, famoso por su portentoso don para atar cabos en operaciones financieras. Obtuve su nombre completo y su fecha de nacimiento; sobé tres tabacos que requería y recé el conjuro la noche anterior a la cita:
Ofrezco los humos de este tabaco al planeta que domina este día para que me ayude a dominar el espíritu vivo, juicio y pensamiento de este hombre que le presento; ofrezco los humos de este tabaco por mi protección para que venga manso y humilde a mí como el león que tiene san Marcos a sus pies.

En el procedimiento, el hombre lució confuso en su exposición, no halló en su computador los documentos con los que quería soportar sus argumentos y menos de media hora después se retiró sudoroso del estrado. Se anunció un receso en el que abordó a mi abogado y le presentó excusas por “la falta de delicadeza” conmigo porque, según sus palabras, “realmente no me explico qué pasa conmigo hoy”.
En fin, fueron tantas y tan variadas argucias que mi propio abogado —quien jamás estuvo al tanto de mis movidas— se sorprendió cuando, al cabo de los años, los términos del proceso se vencieron.

*Fragmento del capítulo ‘El paraco incrédulo’, del primer libro del periodista Mario Villalobos.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-11-23 01:05:00
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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