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Exposición Sembrar la duda, en el Museo de Arte de Banrepública – Arte y Teatro – Cultura

Exposición

‘Sembrar la duda’, en el Museo de Arte Miguel Urrutia de Banrepública, es –al lado de la espectacular muestra que celebra los 60 años del Museo de Arte Moderno de Bogotá– la gran exposición del año en Colombia. No hay nada parecido.

En los últimos años ninguna curaduría había sido tan ambiciosa, tan demente ni tan retadora: 400 años de historia en dos salas inmensas que quedan convertidas en dos cuartos diminutos, ¡en total son 850 obras! Es una exposición que hay que ver dos o tres veces; digerirla, pelear con ella; tragársela a mordiscos y, finalmente, aplaudirla y pedir una o dos salas más, porque se quedan cosas por fuera; o por lo menos se quedan cosas sin ver porque las obras están unas encima de otras.

Desde el comienzo, Sigrid Castañeda –una de las curadoras de la muestra– me señala dos piezas coloniales en la primera pared de la exposición; en la primera –un cuadro del siglo XVII de Domingo de Vasconcellos– hay un indígena con una azucena en la mano (el símbolo de la castidad) y en la otra un tierno armiño (el símbolo de la mansedumbre: un animal tan flojo que cuando lo amenazan se dobla sobre sus patas y prefiere morir que dar la pelea). El cuadro se llama Armiño, ¿el indígena se llamaba Armiño? ¿O eso querían los españoles (un indio bueno y manso)?

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A solo unos centímetros de distancia hay otra pintura del siglo XVII en la que hay un ‘indio malo’, totalmente ‘distinto’ a Armiño, que –en su papel de enviado del infierno– le clava un cuchillo a un evangelizador –Pedro Ortiz de Zárate– que mira al cielo en pleno éxtasis; en esa onda colonial el purgatorio está lleno de indios que arden en las llamas eternas. Sin embargo, la exposición está lejos de ofrecer miradas “reinvindicativas” o “paternalistas”, al contrario, por primera vez una muestra no se ensaña en “los otros”, sino en “nosotros”.

En esa misma pared –insisto, es apenas la pared de la entrada, es solo el comienzo– hay varias láminas del siglo XIX de José María Gutiérrez de Alba, Ramón Torres Méndez y Edward Walhouse Mark, en las que empieza a hacerse evidente algo no tan obvio: los rasgos indígenas de los campesinos y el mestizaje absoluto de su ropa y de sus objetos cotidianos, en pocas palabras, el inicio de la “identidad nacional”. En Colombia –a diferencia de México, por ejemplo–, la herencia indígena no se había evidenciado tanto en una exposición. No es difícil identificarse en esas caras de indios y campesinos; tampoco sonreír ante el mapa de Fernando Arias de Suramérica en el que las fronteras están tejidas con la frase ‘Mucha india’.

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La exposición recoge cerca de 400 años de historia de la influencia de las culturas y las tradiciones indígenas de nuestro país en el arte.

María Wills, Julien Petit y Sigrid Castañeda, los curadores de la muestra, estuvieron durante cuatro años sumergidos en el tema de la identidad indígena colombiana. Y los cuatro años no solo se justifican, sino que se notan, cada pieza es un tesoro de un rompecabezas alucinante; hay fragmentos de la muestra donde se “ve” el origen indígena de la modernidad: Ramírez Villamizar y Negret no habrían hecho su obra sin haber puesto sus ojos en la geometría y en las esculturas de los pueblos prehispánicos. Olga de Amaral –me cuenta María Wills– no pudo disimular la emoción cuando recorrió la muestra en silla de ruedas y vio sus tejidos gigantes al lado de mantas de 1500 d. C.
Y hay más, mucho más, pero ¿cómo abarcarlo? La muestra explora las visiones del yagé, la importancia de los tejidos y los canastos; hay cuadros espectaculares que merecen ser vistos fuera de la muestra para ver todos sus matices. Tiene una sección de fotografía documental que –más allá del significado de su mirada– cuenta con piezas espectaculares y es un placer explorar su luz (tienen que ver las de Paul Beer). Hay varias obras de Antonio Caro que merecen una antología en solitario. Hay un cuadro de Alipio Jaramillo (Campesinos, 1957) que podría competir con varias obras de Diego Rivera. Hay obras como la de Carlos Motta que muestra la (¿nueva?) diversidad de las tribus del Amazonas con un baile de indígenas travestis. Hay una pieza de Miguel Ángel Rojas que muestra un objeto precolombino que ni siquiera su propia comunidad recuerda para qué servía. Hay obras que se enlazan en una narrativa particular como las de Luz Lizarazo, Abel Rodríguez, Rosario López y Carlos Jacanamijoy. Hay ovnis indígenas y Mickey Mouse precolombinos. Hay… una vez más: 850 obras. Y volvemos al problema original, ¿cómo ver la muestra?

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Exposición Sembrar la duda en Banrepublica

La muestra es el reflejo de una de las curadurías más cuidadosas de exposición alguna.

No hay nada al azar en ‘Sembrar la duda: indicios sobre las representaciones indígenas en Colombia’ (su título es, en sí mismo, una invitación). La entrada –todo un monumento escultórico– con su poderosa estructura de madera –diseñada por Organizmo en colaboración con varios artesanos– invita a perderse en la muestra. Es un túnel que hay que atravesar y, cuando se atraviesa, se viven varios siglos de historia; se puede ver sin atender autores ni piezas, se puede recorrer como un largo mural, pero esa primera visión despierta el hambre de saber más. Porque deliberadamente los curadores decidieron dejar la muestra sin fichas técnicas. Hay que tomar una sala de guía o leer los códigos QR, pero… ¿quién quiere ver una exposición con un catálogo en la mano?

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La primera visión –creo– tiene que ser sin ninguna clase de ayuda; literalmente hay que perderse en “la selva” y dejar que las obras se impongan unas sobre otras.
La segunda visión necesita –¿exige?– la compañía de los competentes guías de sala –que siempre están ahí para hacer un recorrido completo– y, ocasionalmente, vivir una experiencia con alguna comunidad (esa fue otra gran apuesta). Porque en ese momento la colección se abre de distintas maneras: aparecen piezas como los dibujos de Francisco Tumiñá; las fotos de Viki Ospina de los años 70 de las marchas indígenas; la reinterpretación de la firma de Quintín Lame en alambre de púas; las fotos de Luis B. Ramos de las figuras de Ráquira en los años 30. O la maravilla final: Color Amazonia, la obra de Susana Mejía en colaboración con Casia, Kathy y Tomasa Morales (otra obra que merece estar en solitario en un museo).

¿Cómo vemos a los indígenas?, ¿cómo nos vemos a nosotros mismos?, ¿de dónde viene y qué es el arte colombiano, ¿cuál es el lugar de los indígenas en los museos? Era necesario sembrar la duda.

FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
Editor de Cultura de EL TIEMPO
@LaFeriaDelArte

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-12-08 23:09:04
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura

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