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Fabri Meriño, la historia de la acordeonera perdida del vallenato – Música y Libros – Cultura

Fabriciana

Un marconi, como le decían antiguamente a los telegramas, fue la última comunicación que los hermanos Meriño -Agustín, Osmel y José Manuel- tuvieron con su hermana Fabriciana, antes del accidente de tránsito en el que la jovencita perdió la vida. Era noviembre de 1971. Les decía que había conseguido el apoyo de Aníbal Velásquez, ‘El Rey de la Guaracha’, que en ese momento pasaba por su etapa de esplendor, para grabar un disco de ellos, de su familia, en Barranquilla. Los instaba a viajar a esa ciudad, en uno de los camiones de gaseosa de la época.

Los Meriño le hicieron caso a la instrucción de tomar rumbo. La habían seguido en todo durante mucho tiempo, incluso cuando se los llevó a Venezuela sin tener certeza o idea de cómo iban a sostenerse en el país vecino y los organizó como conjunto musical, para poder ganarse la vida.

Hablamos de Fabriciana ‘Fabri’ Meriño Manjarrez, nacida el 21 de mayo de 1952. Una jovencita que pasó a la historia del vallenato cuando, con tan solo 16 años, pocas semanas antes de que el mundo se sacudiera con la célebre revolución estudiantil de Mayo del 68,  se subió a competir en la tarima del primer Festival de la Leyenda Vallenata.

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Fue una mujer muy osada desde el momento en que decidió ser acordeonera. El oficio de juglar del acordeón en el Caribe de la época estaba reservado para los hombres que iban de pueblo en pueblo, amenizando parrandas y fiestas de galleras, rivalizando entre ellos por el que cantara el mejor verso y conquistando corazones en cada parada. Otras mujeres lo habían soñado y habían tenido que conformarse con tocar en la casa, o enseñarles a los hijos para que ellos sí cumplieran el sueño.

Al nacer competencia máxima del vallenato en Valledupar, en 1968, a la par de la creación del departamento del César, el público esperaba ver competir a un Alejo Durán, a un Luis Enrique Martínez, al Viejo Emiliano Zuleta Baquero, que ya había compuesto La gota fría hacía décadas, y a otros experimentados maestros del acordeón. Pero no a una niña de 16 años que nadie conocía y, durante los años posteriores, pocos se interesaron en descubrir.

Fabriciana ‘Fabri’ Meriño tocando acordeón.

Fabriciana había nacido en El Molino, que en ese momento era corregimiento de Villanueva Grande. Su historia empezó a interesarle al investigador villanuevero Juan Celedón -de los mismos Celedón que se han convertido en una dinastía de cantantes, con Daniel y Jorge entre los más famosos-, el día en el que al revisar recortes de periódicos antiguos, que daban cuenta de la historia del folclor, tan vital en esas tierras, vio una foto de ‘Fabri’ con un acordeón en los brazos.

Celedón, que cansado de que la historia gloriosa de Villanueva Grande, su pueblo natal, en La Guajira, que en otra época era un solo municipio junto con El Molino, Urumita, La Jagua del Pedregal y El Plan, permaneciera oculta, llevaba años dedicado a documentar y escribir la historia de esas tierras y de su gente. Dedicado a consignar las memorias de las familias que construyeron a la vieja Villanueva, en sus aspectos económicos, políticos y también musicales, hacía el inventario de los cerca de 70 músicos nacidos en lo que él y amigos suyos llaman “un territorio de gracia”.

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Fabriciana era molinera; es decir, en esos tiempos, también era villanuevera (pues El Molino se convertiría en municipio muchos años despúés). Clasificaba en la investigación que Celedón convirtió en un libro, aún inédito, de más de 300 páginas. La imagen de la jovencita, sin identificar, salió en varios periódicos del país, incluso en primeras planas. Quizás por ser mujer de acordeón, era una rareza. Y en una de esas fotos, el investigador puso la lupa sobre el instrumento que llevaba. No era un Hohner, era un Paolo Soprani. Ese detalle lo obsesionó. “¿Qué hacía esta niña en el Festival Vallenato con un acordeón de esos?”, se preguntó Celedón. Y empezó a seguirle la pista.

A la primera persona que Celedón encontró y entrevistó fue a Amparo Quiceno, que cantó a su lado cuando interpretaba las últimas canciones que tocó en su vida

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“Me dije, si Amparo Quiceno vive, yo la localizó”, relata el investigador recordando la emoción que sintió al saber que la cantante se había casado con un señor Jorge Portasio, en Chinú. Hasta allá la fue a buscar, para saber cómo fue esa última noche, en la que subieron juntas al escenario. Después, entró en contacto con la familia, los hermanos y la hija, Lisbeth, que Fabriciana dio a luz en Venezuela, siendo aún adolescente de 17 años.

Así llegó a armar el rompecabezas de la trayectoria de la misteriosa Fabri Meriño, desde sus antepasados músicos, pasando por la afición a cantar de su madre y la aparición fortuita de su primer maestro del acordeón. Su irrupción como niña prodigio de la música en el mismo nacimiento del Festival Vallenato, que llevó después a que tanto Alfredo Gutiérrez, ‘El rebelde del acordeón’, como Aníbal Velásquez, ‘El rey de la guaracha’, se la quisieran llevar, para apadrinarla, e incluirla en sus conjuntos musicales.

Juan Celedón

Juan Celedón, investigador especializado en la historia de Villanueva.

Foto:

Milton Díaz. EL TIEMPO

‘Fabri’ Meriño Manjarrez era hija de Francisca ‘Chica’ Manjarrez. Su abuelo materno, Manuel Salinas, era uno de esos acordeoneros enamorados, tanto que dejó una prole que se contaba por decenas. La música estaba en el ADN de la familia y en el ambiente de El Molino: de allí también era Francisco ‘Chico’ Irenio Bolaño, otro cuya historia parece desvanecerse en los anales del vallenato y que tuvo el mérito de establecer la diferencia entre los cuatro aires de la música vallenata.

Fabriciana aprendió a tocar de la mano de José Oviedo Pedraza. Un forastero que llegó El Molino, en un día de 1967, con un acordeón entre sus escasas pertenencias. Chica Manjarrez lo encontró desorientado en la calle y le ofreció espacio en su rancho para colgar su hamaca, lo hospedaría mientras encontrara trabajo. En la primera noche el hombre sacó el acordeón y tocó alguna canción para los muchachos, es decir: para  Fabriciana y sus hermanos.

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A todos ya les picaba la música. El uno aprendió a tocar caja, al otro le iba bien con la guacharaca. Pero ‘Fabri’, de 14 años, supo ahí que lo suyo era liderar con el acordeón. Un día el huésped la encontró tratando de descifrar ese instrumento y decidió darle clases. La convicción de la muchacha debió ser tal, que según el relato de sus hermanos al investigador, tardaron un tiempo juntando monedas para comprar un acordeón Hohner, de contrabando, para ella, seguramente.

Pasado un año, en abril de 1968, Fabri se estaba subiendo a la tarima de Valledupar, a darle pelea, una justa imposible, a Alejo Durán, al ‘viejo Mile’, a Luis Enrique, a Ovidio Granados y a los demás. Pudo darse el lujo de decir que se midió sin amilanarse con Durán, el primer rey vallenato, en su momento de más gloria. Pocas mujeres en los 50 años siguientes se atreverían a entrar en la competencia.

Alfredo Gutiérrez, que a su vez venía de haber sido un niño prodigio, la vio y leyó su talento al instante. Habló con la mamá, que al ser cantante de fiestas, había apoyado a su hija en su empeño de sobresalir con el acordeón. Pero no le siguió la corriente en esta. “Déjemela, que ella va a tener éxito, que yo respondo por ella”, dicen que insistía Alfredo. Y Chica le decía: ¿Cómo se la voy a soltar, si solo tiene 16 años?”.

Cabe imaginar lo que pudo ser para una talentosa jovencita de sus ambiciones que uno de los más famosos del momento, Alfredo, que triunfaba con su pasebol, quisiera llevársela como pupila musical y la frustración ante la negativa rotunda de la madre. No hubo poder humano. Contrariada, la muchacha armó su maleta y se fue con sus hermanos a Maracaibo, Venezuela. Iban a ciegas, sin nada seguro en el horizonte. “Como ella era avispada -le relataron los hermanos a Celedón-, ella dijo: Nosotros tenemos un conjunto. Tu ‘tocai’ la caja; tú, la guacharaca y yo el acordeón. Nos vamos pa’ la primera plaza que encontremos, tocamos ahí y pedimos plata y de eso vamos a vivir”.

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Alcanzó para más que eso. En esa aventura, adquirió el enigmático acordeón italiano de la foto de 1969, tomada cuando Fabri volvió al Festival Vallenato. Allí en Maracaibo, conoció al conjunto musical en el que militaba Francisco Parada Salcedo, el padre de su hija, a quien dejó justamente para volver a disputar la corona en Valledupar.

De pronto le estaba yendo bien en Venezuela, ya incluso había tenido la oportunidad de hacer presentaciones, comprar el acordeón, presentarse ante Aníbal Velásquez en uno de los pasos del exitoso músico, por esa ciudad, que iba acompañado por su hermano Joseíto como cantante. Pero sus allegados dicen que estaba obsesionada con ser reina vallenata, “por eso dejó al marido en Venezuela y corrió a inscribirse”, relata Celedón. Hoy, más de cincuenta años después, hay competencia femenina y ya hay reinas del acordeón. Pero en su época y mientras la competencia fue mixta, el título nunca fue para una mujer.

Hay fotografías de su regreso, de su inscripción en la casa de los Molina para participar en la categoría de acordeonero aficionado que se estrenó para el segundo festival Vallenato. Ya no iba a competir con las leyendas, sino con los talentos más jóvenes. Se las iba a ver con Emiliano Zuleta Díaz, hijo de ‘El viejo Mile’, que después conformaría, con su hermano Poncho, el conjunto de Los Hermanos Zuleta.

Los grandes triunfadores del año en que el hombre llegó a la luna serían Colacho Mendoza, como rey vallenato profesional. Emiliano Zuleta como rey aficionado y Gustavo Gutiérrez Cabello, como rey de la canción inédita, con Rumores de viejas voces. A ‘Fabri’, en cambio, la descalificaron.

“¿Quiere saber cómo la eliminaron? -relata el investigador Celedón-. En ese festival, antes de llegar a la final en la tarima principal, los competidores primero tocaban en kioskos. El que sobresalía pasaba a tarima. En esos kioskos, Fabri se ganó al público, parecía imparable. ¿Sabe qué se les ocurrió? Decirle que como ya iba pa’ la tarima, había que ponerla bonita, arreglarle el pelo y vestirla para la ocasión. Y se la llevaron al salón de belleza. Allí estaba cuando en la tarima sonó: ‘Fabriciana Meriño, primer llamado…” y la llamaron tres veces. Me dice el hermano que cuando ella llegó, lista para tocar, Andrés Becerra le dijo: ‘Te eliminamos, porque te llamamos y no participaste’”.

“Descalificada -relata Celedón- se va con su mamá a la caseta Broadway. Allí está tocando Aníbal Velásquez. Y es Chica quien le dice al artista: «Dale una oportunidad a mi hija, que quiere tocar una tanda”. Velásquez, generoso de alguna manera, le respondió que solo le dejaría tocar una pieza, «a ver qué tal». Y se quedó tocando ella en la caseta, con Joseíto, el cantante y hermano del artista, acompañándola.  Admirado por su talento, Aníbal le dijo: “Te vas a trabajar conmigo”.

Nuevamente, la madre quiso protestar. Pero esta vez, Fabri le respondio: “No, Mamá, yo tengo una hijita, te la dejo y me voy a trabajar”.

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Así se fue a tocar y cantar en la agrupación de Velásquez. Estuvo en sus giras durante dos breves años. Desde una de esas paradas, para presentarse por la región, Fabri, pensando en reunirse con sus hermanos en Barranquilla les envió el marconi. Luego, subió a la tarima para dar el último espectáculo de su vida.

“Sí, yo canté con ella tres tandas -le dijo la cantante Amparo Quiceno, a Celedón, cuando la encontró-. La gente no quería que nos fuéramos. A ella le decían: ‘El Show de Medianoche’ y yo la acompañé porque Aníbal Velásquez me la llevó. Ella era la novia del hermano de Aníbal, Joseíto, y estaba embarazada cuando murió”.

Obedientes, los hermanos Meriño se levantaron el cupo en el camión de las gaseosas y llegando a Barranquilla, según relato de Osmel, oyeron la noticia por Radio Libertad. “Llegando a Lomo de Piedra (entre Turbaco y Cartagena), muere la cantante y acordeonera Fabriciana Meriño”. Tenía tan solo 19 años.

La noticia publicada al día siguiente en El Heraldo, relataba que “murió trágicamente al volcarse el bus de placas K-19361, que llevaba a la agrupación musical de Chinú a Cartagena. El accidente ocurrió entre Turbaco y Cartagena, y el bus accidentado de la empresa La Costeña, que conducía el chofer Luis E. Moreno, se volcó sin que se conozcan mayores detalles de las causas del accidente”.

El investigador y autor que reconstruyó su trayectoria, aún se pregunta qué habría ocurrido si la madre hubira dado el permiso de írse bajo la tutela de Alfredo Gutiérrez,¿habría podido evitarse el trágico desenlace, o quizás la historia del folclor habría tenido antes su primera reina vallenata?

LILIANA MARTÍNEZ POLO
REDACCIÓN DE CULTURA
EL TIEMPO
En X: @Lilangmartin

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-10-21 23:00:00
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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