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Sarah Luna Ñustes: la ex guerrillera de las Farc que se convirtió en actriz – Arte y Teatro – Cultura

Sarah Luna Ñustes: la ex guerrillera de las Farc que se convirtió en actriz - Arte y Teatro - Cultura

Sarah Luna Ñustes fue su nombre de guerra durante 11 años, pero tras la desmovilización de las Farc, en el 2016, decidió quedarse con él como su nombre definitivo: el Ñustes tenía un legado ancestral.

Las ñustas, descendientes de los pijaos del Tolima, fueron unas guerreras que se hacían embarazar y soñaban con solo tener hijas, que se llevaban a su lucha contra el colonialismo español en las selvas de esta zona del país, y las preparaban para el combate desde niñas.

Se pintaban de rojo porque ese era su color de la guerra. Esta información le llegó de su abuelo y a él por tradición oral. “Si tenían niños, los dejaban en el resguardo. Mi decisión con mi nombre tiene que ver con lo femenino y lo hice para homenajear a mi mamá y a las mujeres de mi familia”, afirma.

Sarah Luna nació en 1986, tiene 36 años y acaba de graduarse como actriz y maestra en Artes Escénicas en la ASAB de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Y es una de las primeras firmantes del acuerdo de Paz que se gradúa como profesional. Hasta ahora más de 3.000 exguerrilleros se han graduado de bachilleres y han finalizado sus estudios de primaria. Y otro buen número adelanta estudios técnicos.

Su grado de Sarah Luna fue el 9 de diciembre del año pasado. Fue una de los 114 graduados en Arte Danzario, Artes Escénicas, Artes Musicales, Artes Plásticas y Visuales, y la Maestría en Estudios Artísticos. Ese día se puso con un vestido dorado, de un solo hombro y minifalda, y en vez de alzar el fusil, levantó su diploma.

Se fue a la guerrilla el 15 de diciembre del 2006. Tenía 20 años. Iba a estar solo seis meses, pero se quedó. “Hice parte de la columna Antonio Nariño, un frente urbano al que llegaban sobre todo personas de Bogotá”, dice.

Ahora, como profesional, ha hecho varios montajes y participado en  cortometrajes. Pero quiere más, mucho más. Arte, teatro, televisión, pintar sus porcelanas (durante la entrevista empezó y terminó uno de sus trabajos).

Vive sola en un pequeño apartamento. “No tengo novio ni estoy enamorada. Tampoco tengo un círculo tan cercano, pero tengo a las personas con las que hago teatro y las de la Cooperativa Nahual, en Silvania, un lugar que me acerca a la naturaleza”. Es una organización de economía solidaria donde se apoya la agricultura y se practica la medicina ancestral.

Tiene voz dulce, pero es reservada. Y esto le contó a EL TIEMPO.

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Antes de irse a la guerrilla, ¿Cómo era su vida?
Estudiaba diseño textil y de modas en la CUN, pero por problemas económicos tuve que retirarme, no pude conseguir empleos estables y serios. También hice unos cursos de teatro de teatro y televisión.

¿Por qué diseño de modas?
Porque para mí es arte, creación, tiene que ver con cosas que me gustan mucho como el dibujo y la pintura. Soy muy despistada y las artes son afines con eso, creo. Además no soy hábil con los números.

¿Y el teatro y la televisión?
Recuerdo que cuando era pequeña yo veía ‘Cine arte’, que era los viernes muy tarde en la noche y era la única de la casa despierta a esa hora. Telenovelas, la verdad, vi pocas. Recuerdo ‘Las Juanas’ y ‘Yo soy Betty, la fea». No me gustaba sentarme a sufrir. En cine, ‘El club de la pelea’, las de Sandra Bullock, o en las que estaban Anthony Hopkins o Brad Pitt eran mis películas favoritas. A teatro iba poco, pero recuerdo que vi ‘Bodas de sangre’ y ‘El Quijote’, del Teatro La Candelaria.

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¿Cuáles fueron los cambios más radicales que tuvo que hacer cuando se fue para la guerrilla?
Madrugar. Nos levantábamos a las 4 a. m. todos los días, menos los domingos, que era a las 4:30 a. m., aunque hubo momentos que nos parábamos más tarde para no tener que prender las linternas y que nos vieran el Ejército y la Policía; aprender a llevar la casa al hombro, como un caracol, con el morral y el fusil; las largas caminatas y saber cómo caminar en el monte. Y a bañarme, porque en la selva es distinto, es fundamental saber cómo limpiarse las partes íntimas: un hongo puede hacer mucho daño y es para toda la vida. ¡Ah! Poner el toldillo también era clave.

¿Y lo que más le impactó del mundo rural?
Mire, la desigualdad que hay en Bogotá, que es grande, es un paraíso. En gran cantidad de lugares no hay acceso a la educación ni a la salud. Eso lo sabemos todos, pero definitivamente hay lugares de este país donde no hay nada, nada, nada.

El día de su grado, el pasado 9 de diciembre.

Foto:

Universidad Distrital

¿Qué pasó con su familia, cuándo se comunicó para decirles que se quedaba en la guerrilla?
Luego de tres años en la guerrilla, los pude llamar, pero no supe más de ellos. Cuando me fui a La Habana, durante el proceso de paz, tuve que abrir redes sociales por mi trabajo en Cuba y dejé una específicamente para buscarlos y comunicarme con ellos. Ahora viven en España. Los encontré, mis hermanos eran pelados cuando me fui y claro, han cambiado mucho. La primera vez que nos vimos por videollamada se reunieron en una sola casa y hablamos mucho rato. No nos hemos visto físicamente en todos estos años, pero seguimos en comunicación y con reuniones virtuales en las ocasiones especiales.

¿Cuál fue su trabajo en La Habana durante las negociaciones?
Estaba en la comisión de comunicaciones. Hacíamos un noticiero con los avances del proceso, con información de primera mano de los negociadores de las Farc, de nuestro lado. Para descansar un poco de lo pesado de la información, creé la sección RebelArte, hablando de reivindicaciones sociales y de cultura. La hacíamos en los parques de La Habana y allí apareció Julián Conrado, que es nuestro cantante y actual alcalde de Turbaco, Bolívar, y entrevistamos a estudiantes colombianos en Cuba. Esto me era afín porque en la guerrilla yo enseñé comprensión de lectura y filosofía.

¿Y cómo la escogieron?
Yo estaba en Inírida, replicando un curso a los mandos medios del Vaupés. Para llegar allí, viajé 36 horas sin parar en una lancha cubierta, como si fuera de mercancía, para que la aviación (aviones de la Policía, la FAC y el Ejército) no nos descubriera. En los últimos cinco años que pasé en la guerrilla hice varios cursos, desde el primero, que fue el de comprensión de lectura. Ya en el proceso, se hablaba de la comisión de género y yo mandaba cartas a La Habana con mis opiniones. Hubo una reunión en los llanos del Yarí, para hablar de la pedagogía de los acuerdos y me llamaron. Pensé que al terminar me devolvía a replicar, pero allí me dijeron que iba a integrar la comisión de comunicaciones. Dejé el fusil y el uniforme, que era el protocolo, y me fui a Cuba durante un año.

¿Qué piensa hoy de los momentos difíciles que vivió el proceso de paz?
Hubo fallas en la comunicación, pese a que se estaba en los mismos espacios y se hablaba el mismo idioma, a veces no se entendían. Yo creo que en los momentos más álgidos la comisión técnica, en la que estaba el general Óscar Naranjo, entre otros, del lado del gobierno, fue la que destrabó el proceso. Es que entre personas que tienen que ver con lo militar es más fácil entenderse, buscar la salida, ellos son clave en eso.

Cuando se empezó a hablar del proceso de paz, ¿cuál fue la reacción de ustedes?
Al principio no nos informaron nada, yo creo que ellos pensaron que para qué antojarnos si no se sabía si al final iba a haber pastel. Pero la cosa se fue filtrando y supimos que Mauricio Jaramillo era el encargado de negociar el preacuerdo. De todas maneras, en las Farc era prohibido el chisme, pero había rumores y se hablaba en corrillos.

¿Qué caminos recorrió en su vida guerrillera?
¡Ufff! Muchos. Los lugares por los que iba el frente eran el Meta, Huila, Tolima, Casanare y Vaupés, a pie, a caballo, en lancha, lugares inhóspitos y de reserva forestal, que no podíamos tocar. Lo triste es que hoy firmamos el acuerdo y al otro día se empezó a tumbar monte.

¿Y los momentos más difíciles?
Los momentos en los que llegaban a bombardear eran horribles, todo el tiempo metidos en las trincheras.

En la obra ‘Salida al sol’, que incluyó hallazgos de la Comisión de la Verdad.

¿Qué le hace falta de esa otra vida?
La naturaleza. Allá me voy mentalmente. Recuerdo una marcha, por el Meta, llevábamos varios días caminando y solo descansábamos un día a la semana. Y de pronto llegamos a un lugar mágico en las montañas. Parecía una laguna, pero no, era un río atrapado entre las rocas. Nosotros nos bañábamos en los ríos, pero nos tocaba a las carreras por la aviación. Este lugar estaba bien protegido por los árboles y lo pudimos disfrutar. Para mí el agua es mi arrullo, mi caricia. Me aterriza en la realidad. Ahora por eso voy con frecuencia a la cooperativa en Silvania, a 45 minutos de Soacha, un espacio en el que podemos convivir con la naturaleza y hemos conformado una comunidad. Es tanta la falta que me hace el campo, que en las vacaciones de la universidad me iba de mochilera a algún sitio.

¿Qué sintió con la firma del proceso?
Yo estaba en La Habana, así que fue a distancia, y hubo felicidad, pero, claro, llegó la pregunta ¿qué voy a hacer ahora? Eso sí, tenía claro que no quería obedecer órdenes ni madrugar más.

Y retomar la vida, ¿cómo fue?
Quería volver a Bogotá y tener comodidades. Para muchos de mis compañeros, especialmente los que fueron a La Habana, fue un martirio, varios eligieron seguir durmiendo sobre tablas. Yo no, entre más blandito el colchón, mejor. Pero durante muchos años yo no tuve champú, con el mismo jabón me bañaba el pelo y el cuerpo. Y allá de todos modos aprendí que no es necesario tener tantas cosas, y tampoco mil cremas.

¿Algo de lo que aprendió en sus estudios de moda los puso en práctica en la guerrilla?
Un poco. Allá afiné el trabajo de coser. Nos daban tres uniformes cada seis meses y todos eran de hombre, entonces los desarmábamos y los volvíamos a armar dándoles las curvas femeninas. Es que uno lleva su vanidad a donde vaya. Además, teníamos que marcar los cucos, los brasieres, las camisetas, todo. Ahora tengo un emprendimiento de bordado a mano, que es muy bonito y que me hace muy feliz.

¿Cómo fue su ingreso a la universidad?
No tenía certeza de qué iba a hacer, pero sí tenía claro que le iba a inyectar felicidad a mi vida y en ese propósito estaban las artes escénicas. Hice los exámenes como todo el mundo y pasé. Los primeros semestres las clases eran de 6 a. m. a 6 p. m., pero nos quedábamos hasta las 8 de la noche. Tuve un semestre completo de Shakespeare, Stanislavski, el teatro griego y las obras clásicas; Bertolt Brecht, que era difícil para mis compañeros, pero muy cercano para mí porque aplicó el marxismo a las artes escénicas. En la guerrilla no solo teníamos que leer sino aprender filosofía y yo dí varios cursos de esta materia. Además, aprendí mucho de la hoy ministra de Cultura Patricia Ariza, con quien he trabajado.

¿Qué pasó con sus compañeros cuando les contó que había estado en la guerrilla?
En los primeros meses no le dije a nadie, así que todo era normal. Después, cuando se enteraron, ya éramos amigos. No sentí rechazo, pero sí la necesidad de aclararles que me había ido por decisión propia y que no me habían violado.

¿Cómo cree que les ha ido a sus compañeros tras el acuerdo?
Hay varios puntos. El más duro es que han matado a 356. Otros han sufrido atentados y muchos no se han podido ubicar laboralmente, porque no tienen estudios ni experiencia. Para una gran cantidad, la opción fue convertirse en escoltas de los dirigentes del partido y ese es el único trabajo bien pago que hay para los firmantes de paz. El resto están rebuscándosela en el campo y en las ciudades sin muchas posibilidades, porque además de ser estigmatizados, hay gente con problemas legales que no pueden solicitar un préstamo y es muy difícil que alguien les arriende una casa. Y tenemos a muchos compañeros como activistas de la paz, en organizaciones políticas.

¿Sigue pensando que valió la pena firmar el proceso de paz?
Claro que valió la pena. Es la mejor decisión que pudimos tomar.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-02-09 20:54:20
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura