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Así lucharon las valerosas amazonas del Ejército Rojo contra la Alemania nazi

Así lucharon las valerosas amazonas del Ejército Rojo contra la Alemania nazi

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Tras el comienzo de la Operación Barbarroja, y ante la escasez de soldados, las fuerzas armadas soviéticas se convirtieron en pioneras y permitieron la entrada de mujeres en sus filas.

La popular y letal francotiradora Liudmila Mijaílovna Pavlichenko defiende Sebastopol de los nazis el 6 de junio de 1942. Foto: Getty.

«Por fin te tengo, nazi cabrón, después de tanto tiempo sentada bajo un frío de muerte». Liudmila Mijaílovna Pavlinchenko, sargento primera del Ejército Rojo, no gritó aquel improperio; si lo hubiera hecho, una bala con sello alemán habría acabado con su vida aquel 23 de enero de 1942. Más bien fue un pensamiento que se cruzó por su mente antes de coger aire y apretar el gatillo. «¡Bang!». Un par de segundos después, el cuerpo inerte de su enemigo, un tirador de élite alemán que había segado la vida de cinco hombres en las últimas horas, se desplomó en su escondrijo, sobre un puente. Aquella fue la victoria 227 de una de las francotiradoras más letales de Iósif Stalin. Aunque también el acto final de un duelo que se había extendido durante dos jornadas y la constatación de que, durante la Segunda Guerra Mundial, la muerte también tenía rostro de mujer en la Unión Soviética.

«Lady muerte», tétrico apodo que se granjeó Pavlinchenko, abatió a 300 objetivos en tres años. Los números la elevan al olimpo de los francotiradores y la convierten en una de las rusas más letales del conflicto, que fueron muchas. Cuentan los historiadores que más de 800.000 mujeres combatieron en la Gran Guerra Patria, el grandilocuente nombre que el Camarada Supremo dio al enfrentamiento contra la Alemania nazi

Mujeres del ATA

Patricia González Gutiérrez

Lo hicieron por las gélidas estepas, en los buques de la armada y en los cielos de la URSS. Aunque aquellas que sedujeron a los propagandistas del dictador rojo fueron las tiradoras de élite, las tanquistas y las aviadoras. Muchas se presentaron voluntarias después de que Stalin llamara a los «ciudadanos, ciudadanas, hermanos y hermanas» a defender el país en julio de 1941; otras, después de que comenzara su reclutamiento obligatorio en la primavera de 1942. Pero, fuera por una u otra causa, allí estuvieron.

Iósif Stalin llamó a todos los rusos a defender el país en julio de 1941. La Operación Barbarroja, la ocupación alemana de la Unión Soviética, comenzó el 22 de julio de 1941. Foto: Getty.

Asesinas silenciosas

Las francotiradoras, pacientes y efectivas, ocuparon un papel preponderante en la URSS. Muchas jóvenes habían aprendido a disparar antes de la guerra. Así, cuando los alemanes atravesaron la frontera, se dejaron llevar por las consignas del Komsomol —la organización juvenil del Partido Comunista, encargada del reclutamiento— y se presentaron voluntarias para las unidades de tiradores de élite. María Ivánovna Morózova fue una de ellas: «Fuimos a la oficina de reclutamiento; me había hecho una trenza muy bonita… y salí sin ella. […] Allí mismo nos vistieron de uniforme, nos entregaron los macutos y nos metieron en vagones de mercancías». Una buena parte se formó en la Escuela Central de Francotiradoras, ubicada cerca de Moscú, aunque hubo otros tantos centros similares. A su vez, veteranos prolíficos como Vasili Záitsev o Nina Pavlovna Petrova —de 48 años en 1941— adiestraron de forma paralela a sus propios pupilos en el arte de matar a distancia.

Cuesta rastrear el número de tiradoras de élite que combatieron por la URSS. Las cifras más extendidas calculan que unas 100.000 chicas jóvenes asistieron a los cursos básicos de entrenamiento. De ellas, solo 2.000 los superaron. Lógico, pues los testimonios recalcan su dureza. «Estudiábamos los estatutos, la guarnición, el código disciplinario, el camuflaje, la defensa contra armas químicas… Aprendimos a montar el fusil con los ojos vendados, a comprobar la dirección del viento, el movimiento del objetivo, a cavar los fosos de tiro, a deslizarnos a rastras…», explicaba Ivánovna. También, les enseñaron a combatir en parejas, una característica de las unidades de francotiradores rusas.

Las francotiradoras voluntarias del Ejército Rojo Skrypnikova y Bykova regresando de una misión de combate en noviembre de 1943. Foto: Getty.

Las aptitudes de muchas de ellas sorprendieron a sus superiores. Cuando recibió a sus primeras reclutas, el coronel Borodkin se burló de ellas: «¡Me han asignado unas muñecas! ¿Qué clase de escuela de baile es esta?». Cuando las vio combatir, les pidió disculpas.

La historia guarda mil y un nombres de francotiradoras célebres. Pavlinchenko fue la más mediática. Tras resultar herida de gravedad, Stalin decidió que era demasiado popular para combatir y le ordenó extender la buena imagen de la URSS. Así, «Lady muerte» visitó el Reino Unido y los Estados Unidos, donde la recibieron como a una estrella mediática. Y tras ella, otras tantas. Nina Lobkóvskaya, por ejemplo, logró 89 bajas antes de empezar a entrenar a decenas de mujeres. Se calcula que su pelotón, exclusivamente femenino, abatió a 3.112 alemanes. Los números, sin embargo, son fríos y se olvidan de que eran seres humanos, y no asesinas con sed de sangre. «De la guerra regresé con canas. Tenía 21 años y la cabeza toda blanca. Tras 1945, cerca de mi casa se hacían explotaciones de yacimientos y, cuando comenzaban las explosiones, yo solo corría… tenía que escaparme», desveló Klavdia Grigórievna Krójina.

Liudmila Mijaílovna Pavlichenko fue una de las francotiradoras más letales del Ejército Rojo. Esta sargento primero llegó a abatir a 300 objetivos en 3 años. Foto: Getty.

Féretros sobre orugas

Las unidades acorazadas del Ejército Rojo también incluyeron mujeres. Los soviéticos fueron pioneros en este sentido y adelantaron tanto a sus colegas norteamericanos y británicos como al Tercer Reich. La actitud de estos países era en parte normal por el carácter machista de la población. Cosas de una sociedad del primer tercio del siglo XX afincada en la idea del «sexo fuerte» y el «sexo débil». Si por entonces ya resultaba difícil ver a chicas en el frente, contar con ellas para una labor que suponía un gran desgaste físico era una auténtica quimera. «Hacíamos grandes esfuerzos durante los combates. Uno de los momentos más pesados y duros para nosotros era el reabastecimiento de proyectiles. Con frecuencia nos encontrábamos siempre al límite de nuestras fuerzas», explicaba Ludwig Bauer, artillero destinado en un panzer alemán.

Pero los rusos superaron ese estigma social y permitieron a las mujeres acceder a las divisiones de carros motivados por la escasez de soldados tras la debacle que supuso el avance alemán en 1941. Por los blindados pasaron, así, miles de conductoras, artilleras o mecánicas. Con todo, cuesta ver la historia de las tanquistas soviéticas como un ente general. No existen datos sobre el número concreto; tampoco listados. Tan solo han trascendido un puñado de historias individuales como la de Marina Lagunova. De cara ancha y pelo corto, esta joven nacida en 1921 fue rechazada en principio como carrista, pero la muerte de su hermano en la guerra le abrió las puertas al ejército. Y vaya si le fue bien. Doce combates impolutos a los mandos de un blindado la hicieron famosa. Por desgracia, en el décimo tercero, sucedido en septiembre de 1943, su vehículo recibió un impacto que resultó letal. Le tuvieron que amputar las dos piernas y pasó a ser instructora de tanques.

Mujeres británicas trabajando en un tanque con destino a Rusia. En él se puede leer: «Saludos a nuestros aliados en la URSS». Foto: Getty.

Entre las más populares se cuenta A. Boiko. Cuando empezó la guerra, ella y su marido escribieron una carta al mismísimo Stalin. Querían colaborar con el Ejército Rojo. «Dimos 50.000 rublos para la fabricación de un tanque. Era mucho dinero, todos nuestros ahorros», explicó nuestra protagonista en una entrevista con la escritora Svetlana Aleksiévich. En principio, el Gobierno les hizo llegar su agradecimiento; poco más. Pero en 1943 les enviaron a la academia técnica de carros de combate de Cheliábinsk. Al salir, les esperaba un regalo: un IS-122, entre las moles acorazadas más pesadas de la URSS. Lo más llamativo es que ella fue la elegida para comandarlo. «Había muchas chicas en los tanques medios, pero ninguna en uno así». Vóronova no se prodigó mucho en sus declaraciones a la autora. «Llegamos a Alemania, fuimos heridos en combate y recibimos condecoraciones», finalizó.

Cuesta seleccionar historias de tanquistas, pues hay muchas. Desde la de Ekaterina Petliuk —que combatió en un pequeño T-60 en Stalingrado y Ucrania y salvó de la muerte a varios oficiales—, hasta la de María Oktiábrskaya —que vendió sus posesiones tras la muerte de su marido para adquirir un tanque T-34—. No sucede lo mismo con las enfermeras de las divisiones acorazadas, mucho menos conocidas. Nina Vishnevskaya, una de ellas, describió tras el conflicto cómo muchachas que pesaban 48 kilos luchaban por sacar de blindados calcinados a tripulantes heridos; 70 kilos de peso muerto. «Era muy difícil, especialmente a los artilleros de torreta. Además, debías tener los pies lejos de las cadenas para que no te atropellaran ». Nina Petróvna Sákova, de 17 años, opinaba lo mismo: «En mi primer combate todo estaba en llamas… El cielo ardía… El suelo ardía… El metal ardía… No sé por qué no me escapé de la batalla».

Brujas asesinas

Convencer a las rusas de subirse a un aeroplano para combatir a los alemanes fue más sencillo incluso que lograr que se alistaran como tanquistas o francotiradoras. Cuando el Tercer Reich lanzó sus tentáculos contra la Unión Soviética, el amor por los cielos se había extendido entre el sexo femenino gracias a Marina Raskova, una heroína nacional que había superado varios récords mundiales de distancia de vuelo a finales de los años treinta. Las incontables noticias publicadas sobre sus gestas hicieron despegar a los aeroclubes. Hasta tal punto que, en el verano de 1941, un tercio de los pilotos entrenados eran mujeres. Con esos mimbres, no resultó extraño que Stalin aceptase la petición de la propia Raskova de formar una unidad femenina. Y no solo por la necesidad de aviadores, sino porque sabía que aquellas jóvenes serían el carbón ideal para nutrir la propaganda del Ejército Rojo.

Aviadoras rusas del 588º Regimiento de Bombardeo Nocturno de la fuerza aérea soviética, apodadas «las brujas de la noche» por el ejército alemán. Foto: ASC.

Así fue como nacieron el 586º Regimiento de Aviación de Caza, el 587º Regimiento de Aviación de Bombardero y el 588º Regimiento de Aviación de Bombardero Nocturno. Todos ellos, sede de decenas de mujeres piloto, pero también de navegantes y mecánicas. A partir de entonces, cientos de chicas acudieron a la academia militar de Engels, donde la misma Raskova las preparaba para la pesadilla del frente. «Durante el entrenamiento perecieron dos tripulaciones. Cuatro ataúdes. Todas lloramos a lágrima viva. Ella nos dijo que secásemos nuestras lágrimas, pues habría muchas más pérdidas», explicaba la aviadora Klavdia Ivánova. Las dificultades fueron muchas —aprendieron el funcionamiento de sus nuevas monturas en medio año, en lugar de en dos—, pero se sobrepusieron hasta a los problemas físicos. «La altura por sí misma era una enorme carga para el organismo femenino, a veces la barriga se nos pegaba a la columna, pero seguimos, los hombres nos admiraban».

De los tres regimientos, el más deseado por las mujeres siempre fue el 586º. La idea de hacer acrobacias, acechar al enemigo entre las nubes y derribarle a toda velocidad hacía estremecerse a las aviadoras. Por eso fue el que más voluntarias recibió. A esta unidad perteneció la popular Lidia Litviak, más conocida como la «Rosa Blanca» de Stalingrado. Definida por los periódicos soviéticos como una letal «doncella de cabellos dorados», fue siempre un dolor de cabeza para sus mandos por su carácter irreverente. Pero, sobre los cielos, era incontestable. Así lo atestigua el título de mejor piloto femenina, que consiguió tras derribar a una docena de aviones del Tercer Reich en solitario. Murió durante una misión el 1 de agosto de 1943 en extrañas circunstancias. Poco antes, había dejado claro su odio al enemigo en una carta a su madre: «Solo tengo el deseo ardiente de expulsar a esos reptiles alemanes cuanto antes».

La aviadora Lidia Litviak, apodada «la Rosa Blanca» de Stalingrado. Foto: ASC.

Raskova sabía que los cazas eran un imán para los pilotos. Por ello, prefería narrar a las aspirantes las bondades de los regimientos de bombardeo. Y vaya si acertó. Con los años, el 588º se ha convertido en el más famoso por las agallas que demostraron sus integrantes al atacar a los alemanes tras la caída del sol. Las aviadoras despegaban en intervalos de tres minutos, volaban muy bajo sin más ayuda para orientarse que una brújula y dejaban caer pequeños explosivos que impedían dormir a los nazis y les destrozaban a nivel psicológico. La leyenda afirma que resultaban tan molestas que los germanos las apodaron «brujas de la noche», aunque los nuevos estudios confirman que fueron ellas las que se pusieron orgullosas el mote. Para añadir más peligro, montaban los viejos y lentos Polikarpov Po-2 y, al menos al principio, no llevaban paracaídas ni radios, pues la URSS no quería gastar demasiado en ellas.

Rosas para muchos, brujas para otros tantos, las aviadoras soviéticas demostraron a los alemanes y al mundo entero que las mujeres eran pilotos tan letales y eficientes como sus colegas masculinos. Las 30.000 misiones que acumularon los tres regimientos lo atestiguan. Lo mismo sucedió con sus camaradas de tierra y mar. Y todas ellas lo hicieron, según declaró la comandante Mariya Smirnova, sin perder ni un ápice de su feminidad: «Existe la opinión de que una mujer deja de ser mujer después de bombardear, destruir y matar… Esto no es cierto. Nos volvimos aún más femeninas y cariñosas con nuestros hijos, nuestros padres y la tierra que nos ha nutrido».

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-09 11:19:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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