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Cómo la propaganda ha moldeado la historia: el poder del relato

Cómo la propaganda ha moldeado la historia: el poder del relato

La propaganda es una forma de comunicación que tiene como objetivo influir en las actitudes, creencias y comportamientos de un público determinado. La propaganda se basa en el uso de diferentes medios, como la prensa, la radio, el cine, la televisión, el internet o las redes sociales, para transmitir un mensaje que favorezca los intereses de quien la produce.

Pero la propaganda no es un fenómeno nuevo. Desde la antigüedad, los gobernantes, los líderes religiosos, los militares y los grupos políticos han recurrido a la propaganda para legitimar su poder, difundir su ideología, movilizar a sus seguidores, desacreditar a sus enemigos o justificar sus acciones. Se basa en la creación y la difusión de un relato, es decir, una narrativa que presenta una versión de la realidad que se adapta a los fines de quien la elabora. El relato puede contener elementos de verdad, pero también de distorsión, exageración, omisión, simplificación o falsedad. Con él se busca apelar a las emociones, los valores, los prejuicios y las expectativas del público, para generar adhesión, simpatía, miedo, odio, culpa o indignación.

Y su uso se remonta a la antigüedad, cuando su utilización se basaba principalmente en la voz, la escritura y las imágenes. Los antiguos griegos y romanos utilizaban la propaganda para difundir sus ideas políticas, religiosas y culturales, así como para exaltar sus hazañas militares y civiles.

Por ejemplo, los griegos utilizaban la oratoria, el teatro y la poesía como medios de propaganda. Los oradores, como Pericles o Demóstenes, usaban el arte de la retórica para persuadir a sus oyentes. Los dramaturgos, como Esquilo o Sófocles, usaban el teatro para transmitir sus mensajes morales y políticos. Los poetas, como Homero o Píndaro, usaban la poesía para glorificar a los héroes y a los dioses.

Aunque es cierto que su utilización ha cambiado poderosamente a lo largo de los siglos. Hasta convertirse en un arma de guerra que ha sido utilizada desde la antigüedad hasta la Segunda Guerra Mundial

Si quieres saber más, no te pierdas en exclusiva un extracto del primer capítulo de La batalla de la propaganda en la Segunda Guerra Mundial, escrito por Miguel García Álvarez y publicado por Pinolia.

Los orígenes de la propaganda. La importancia del relato

Uno de los grandes problemas de los historiadores al acercarse al pasado es la veracidad de las fuentes: ninguna se puede considerar fiel por completo a la realidad y a los hechos del momento. Conocer el autor de una fuente histórica es un buen punto de partida, ya que eso hace más fácil contextualizar los registros a los que tenemos acceso: en función de la predilección de ese autor, podremos entender que algo fue escrito desde la afinidad y la admiración, o desde el desprecio y la animosidad. En muchas otras ocasiones, las fuentes plasman hechos que han persistido en la tradición oral y que por ello se han ido modificando: tanto la intención dada por los distintos emisores como el interés cambiante de los receptores hacen de estas fuentes algo tan veraz como un teléfono escacharrado. Habrá incluso ocurrencias en las que la fuente intente ser un relato fiel a la realidad vivida por el autor, como es el caso de muchos de los cronistas de la historia, pero esa realidad tiene una perspectiva que, por definición, es única y no está contrastada con otros puntos de vista.

Tener acceso a dos escritos que relaten un hecho desde dos ópticas distintas aporta gran valor a la hora de entenderlo. En la actualidad, sabemos que leer dos periódicos que comulgan con ideas políticas opuestas aporta algo de perspectiva sobre un acontecimiento. Desafortunadamente, cuando nos acercamos al pasado, esto se hace más complicado, dado que resulta inevitable que sean los vencedores quienes hayan escrito la historia: son los que sobreviven y se perpetúan en el poder quienes tienen el lujo de escribir las crónicas y decidir qué escritos existentes se preservan y cuáles son destruidos. Acceder a fuentes que aporten dos puntos de vista dispares es sin duda una de las mejores maneras de identificar intenciones propagandísticas: las discrepancias en los relatos nos permiten apreciar los matices que realzan lo bueno y disimulan lo malo; los defectos que se ocultan bajo la alfombra y las victorias que se ondean cual banderas con tal de desviar la atención. 

Cartel de Estados Unidos para reclutar soldados en las guerras del siglo XX. Wikimedia.
War poster with the famous phrase «I want you for U. S. Army» shows Uncle Sam pointing his finger at the viewer in order to recruit soldiers for the American Army during World War I. The printed phrase «Nearest recruiting station» has a blank space below to add the address for enlisting.

http://hdl.loc.gov/loc.pnp/ppmsca.50554

La batalla de Qadesh es una de las que mejor refleja esto en la Antigüedad: este enfrentamiento entre el Imperio hitita y el Imperio Nuevo de Egipto ocupa una posición de honor en la historia por múltiples razones. En primer lugar, y por encima del resto, es la batalla mejor documentada de la Antigüedad: ha llegado a nuestros días no solo por la dimensión de los ejércitos que se enfrentaban, sino por su organización y la sucesión de acontecimientos durante la batalla. Toda esta información nos permite poder datar con una sorprendente exactitud el acontecimiento en algún momento de finales de mayo del año 1274 a. C., y el lugar: Qadesh, una ciudad del Canaán, en la actual Siria. Por otro lado, es relevante porque, como consecuencia de esta batalla y de los enfrentamientos posteriores, los hititas y los egipcios firmaron el tratado de paz más antiguo del que hay registro: en él se establece un cese de hostilidades entre ambos imperios. Pero aquí la razón que más nos interesa es cómo el gran volumen de registros que han llegado a nuestros días de esos hechos, en ambos bandos, evidencia la construcción de un relato por cada una de las partes con un claro fin propagandístico. 

Con la llegada al poder en Egipto de la dinastía XIX, hacia el 1295 a. C., el Nuevo Imperio reavivó el interés por tomar el control comercial del mar Mediterráneo, expandiendo su poder hasta el límite del reino de Amurru, en el actual Líbano. Para poder afianzarse como potencia comercial, era clave el control de Ugarit, un puerto situado cerca de la actual Latakia (Siria) que, en aquella época, era el principal puerto comercial del Levante mediterráneo. Al norte, el Imperio hitita y sus aliados tenían un interés semejante por controlar la zona, lo que llevó a una tensión creciente entre ambos imperios. 

Ramsés II accedió al poder en el 1279 a. C. y, con el conocimiento que había obtenido al apoyar a su padre durante la expansión del Nuevo Imperio por Siria, revitalizó las campañas con el fin de tomar el territorio del reino de Amuru. Tras unas aisladas incursiones, la ofensiva definitiva comenzó en el quinto año de su mandato, cuando reunió un Ejército de cuatro divisiones con un total de 2 000 carros de combate y 20 000 guerreros, lo que supone uno de los mayores ejércitos descritos en la Antigüedad, solo superado por el de la alianza hitita que le estaba esperando, con 3 000 carros de combate y 40 000 guerreros. 

Desde el inicio de la ofensiva el engaño estuvo presente: los hititas consiguieron despistar a las fuerzas egipcias haciéndolas creer que las tropas del Imperio hitita y sus aliados se encontraban a más de doscientos kilómetros de Qadesh. Esto permitió un ataque por sorpresa de los hititas por el flanco, lo que pilló al ejército egipcio desorganizado, dificultó la defensa inicial y dio una clara ventaja de salida a los hititas. Pero los carros hititas eran pesados y difíciles de maniobrar, lo que permitió a los egipcios reponerse y terminar plantando cara. La batalla, aunque corta, fue dura, y las bajas en ambos bandos fueron significativas, hasta el punto de que la historiografía ha llegado al consenso de que no se puede considerar que la contienda tuviera un vencedor. De hecho, es más fiel hablar de la debacle de los dos ejércitos, ya que un empate no refleja el desastroso resultado y las innumerables pérdidas de ambos.

Ramsés II había fracasado en su intento de conquistar Qadesh y de alzarse con el control del comercio en el Levante mediterráneo, pero también había visto frustrado su objetivo de afianzar la posición del Nuevo Imperio en Asia Menor. A la vuelta a Egipto, Ramsés podría haber optado por esconder la derrota y dejar que cayera en el olvido, pero optó por rehacer el relato y convirtió la batalla de Qadesh en una victoria épica del ejército egipcio. Templos como el de Karnak y el de Luxor, levantados bajo el mandato de Ramsés II, contienen inscripciones, imágenes y relieves que muestran una épica victoria egipcia sobre los hititas en Qadesh. Otros seis templos más en otros lugares de Egipto también contienen escritos y representaciones que cuentan la misma historia con consistencia. Toda esta narrativa se conoce como el Poema de Petanur y, de forma coherente, se replica en estas ocho localizaciones, así como en multitud de inscripciones, fragmentos y papiros posteriores. 

La construcción del relato de Ramsés II, como cualquier buena pieza de propaganda, parte de una verdad: cimentar una mentira requiere un grado de coherencia y complejidad que se puede evitar si se eligen con cuidado los hechos que interesa contar, con el foco en aquellos detalles que refuerzan a nuestra visión de la historia. En este caso, la narración se centró el gran daño ocasionado al ejército hitita, obviando de manera intencionada los fallos de cálculo que hicieron caer a las tropas egipcias en la trampa hitita, así como los apuros que tuvo el faraón para salir vivo de la contienda. El relato de Ramsés II también evita cualquier referencia al punto de inflexión que supuso esta batalla, tras la cual el interés de conquista de Siria desapareció y pasó a centrarse en dibujar una imagen despreciable de los hititas y de su rey, Muwatalli II. 

La construcción del relato de Ramsés II, como cualquier buena pieza de propaganda, parte de una verdad

Es interesante indagar en cómo la propaganda egipcia de la batalla de Qadesh muestra muchas de las sutiles estrategias para demonizar al enemigo que, con leves transformaciones, han persistido a lo largo de la historia. Desde el comienzo, la narración egipcia ya nos representa a los hititas como individuos miserables y viles, con el evidente propósito de mostrar que no eran gente amigable. A continuación, se refiere a ellos como ignorantes de dios y como asiáticos, en un intento de mostrarlos como forasteros que habían llegado de tierras lejanas para tomar lo que no era suyo. Por supuesto, el relato obvia de modo intencionado que la contienda tuvo lugar lejos de los confines del Nuevo Imperio: ambos bandos, y no solo los hititas, estarían luchando por expandir el control de sus respectivos imperios, más allá de las tierras que históricamente habían controlado. Por otra parte, se trata de forma continua a Muwatalli II como jefe de los hititas, negándole en todo momento el título de rey, con lo que se deslegitimaba su posición y lo situaba en una posición inferior a la del faraón egipcio. Este detalle no solo minimiza el poder de Muwatalli II, sino que también socava la relevancia del Imperio hitita: un pueblo que está liderado por un jefe no puede aspirar a ser mucho más que una tribu venida a más. Y cuando un faraón combate contra un jefe tribal, ¿quién tiene todas las de ganar? 

Durante mucho tiempo, la historiografía solo dispuso de documentos egipcios, lo que llevó a este relato a convertirse en fuente única y fiel de la historia. Esto cambió en el año 1906, cuando Hugo Winckler encontró en Boğazkale (cerca de Ankara) unas tablillas de arcilla escritas en hitita que relataban la batalla de Qadesh desde otro punto de vista, el del Imperio hitita. Esta nueva versión de la historia emplea otra estrategia diferente a la utilizada por Ramsés II en las inscripciones de sus templos: se centra en el importante hito que supuso el tratado de paz conseguido quince años después del enfrentamiento inicial, firmado por Hattusili III y el faraón egipcio, y con el que se puso fin a las hostilidades. 

Los hallazgos de Winckler también incluían correspondencia entre los gobernantes hititas y egipcios, lo que pone de manifiesto que las relaciones entre ambas potencias se mantuvieron tras la contienda inicial. De entre todas esas cartas, nos encontramos con la que quizá sea la mayor evidencia de la campaña propagandística llevada a cabo por el Nuevo Imperio. En ella, Ramsés II responde a una carta previa de Hattusili III donde el rey hitita se quejaba de cómo el faraón había tergiversado los sucesos de Qadesh para realzar su figura y demonizar al pueblo hitita. Este contrapunto que encontramos en la versión del Imperio hitita nos permite tener una idea más global de lo que sucedió en realidad. 

Dominar la narrativa fue muy importante para ambos imperios, pero es justo la comparación entre los relatos lo que nos permite entender cómo Ramsés II utilizó la propaganda de forma eficaz para manejar interesadamente una derrota que podría haber terminado con su mandato tras solo cinco años. En vez de eso, el faraón continuó en el poder hasta el año 1213 a. C., 62 años después de la batalla, convirtiéndose en uno de los gobernantes egipcios más longevos y memorables de la Antigüedad. 

El control del relato con fines específicos es algo que se repite continuamente a lo largo de todas las épocas. Otro gran ejemplo de manipulación con fines propagandísticos lo encontramos en la obra De bello Gallico, donde Julio César relata su campaña de ocho años batallando en la Galia. Al igual que en el caso del Poema de Petanur, Julio César parte de una exposición veraz de la guerra pero deforma la historia para ensalzar la magnitud de las batallas, el éxito de Roma y cómo los ejércitos galos fueron arrasados una y otra vez. Más interesante es si cabe cómo se atribuye a sí mismo todas las victorias y buenas decisiones, mientras que adjudica a sus subordinados cada uno de los fracasos y los juicios desafortunados. Es más, el mero hecho de que Da bello Gallico esté redactado en tercera persona no es casual: esa distancia permite dar un halo de objetividad a la narrativa, ya que Julio César se convertía en uno más de los personajes de la historia y lo desliga de la autoría de la obra. Esta crónica sirvió a Julio César para ganarse a la opinión pública y asegurar su posición de cara a la guerra civil en la que se enfrentaría con Pompeyo pocos años más tarde.

En estas dos situaciones hemos visto cómo se puede manipular el pasado para la persistencia de una narrativa que favorezca la posición de un individuo, un grupo o un país en el tiempo. En otras ocasiones, no resulta útil o necesario modificar lo acontecido, sino que lo óptimo es fabricar una crónica sesgada del presente que permita conseguir apoyo para una serie de acciones planeadas a futuro. Tras el ascenso de Adolf Hitler al poder en Alemania, en el año 1933, el partido nazi partió de la realidad de millones de alemanes que vivían en Austria, los Sudetes o Polonia y comenzó a alzar la voz sobre la injusticia de que todas estas personas no hubieran podido ser parte de Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Esto sentó las bases necesarias para construir el relato que sería utilizado a posteriori para justificar la expansión del Tercer Reich. 

La anexión de Austria y los Sudetes se realizó de forma sencilla y sin demasiados obstáculos. En Austria, bastó con un referéndum que simulaba una decisión democrática, aunque las urnas estaban vigiladas por miembros del partido nazi para garantizar que todos votaban libremente. En los Sudetes, Hitler generó una crisis internacional en la que Francia y Reino Unido se vieron obligados a aceptar la incorporación del territorio a Alemania. El caso de Polonia tenía mayor complejidad, dado que la población alemana era multitudinaria, pero no constituía una mayoría en ninguna región. Por ello, la propaganda comenzó a hablar de la persecución que estaban sufriendo los alemanes en Polonia y de cómo eran discriminados de manera sistemática, privados de los derechos que tenían otros habitantes. Toda esta narrativa permitió a Hitler conseguir un mayor respaldo de la opinión pública y, así, facilitar la invasión que comenzó el 1 de septiembre de 1939. 

Como en las situaciones anteriores, Alemania partió de una verdad —la presencia de minorías étnicas en otros países— para deformarla y afirmar que esas minorías estaban oprimidas por los estados. De este modo, la propaganda del partido nazi identificó a todas las naciones con población alemana como cómplices de la persecución, la causa nazi como una necesidad para unificar a todos los pueblos alemanes de Europa y, con ello, alcanzar la libertad.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-04-17 14:56:49
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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