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Este era el preciado (e inusual) premio que recibían los atletas ganadores de las Olimpíadas de la antigua Grecia

Este era el preciado (e inusual) premio que recibían los atletas ganadores de las Olimpíadas de la antigua Grecia

Hoy en día, los atletas olímpicos que suben al podio reciben, como reconocimiento a sus logros deportivos, medallas de oro, a mennudo acompañados de contratos de patrocinio y fama internacional. Sin embargo, en las Olimpíadas de la antigua Grecia no existían medallas ni premios monetarios para los ganadores de las competiciones. A los ojos modernos, esto podría parecer una carencia, pero para los griegos el verdadero honor estaba en la gloria misma del triunfo. El símbolo de esa gloria se expresaba mediante un gesto simple, pero de gran significado: la entrega de una corona de hojas de olivo. Exploraremos el contexto, los valores y los usos de este premio, así como su relación con otro producto estrechamente vinculado con la cultura atlética griega como es el aceite de oliva.

El olivo de Zeus: símbolo de la victoria

Las antiguas Olimpíadas se celebraban cada cuatro años en Olimpia, un santuario panhelénico dedicado al dios Zeus. Fundadas, según dicta la tradición, en el año 776 a. C., los Juegos reunían a competidores de todas las ciudades-estado griegas. Los vencedores no recibían dinero ni trofeos de valor económico. El premio supremo consistía en una guirnalda trenzada con las hojas de un olivo sagrado, conocido como el kotinos, que crecía en el recinto del Altis, en la Élide, y estaba consagrado a Zeus.

Este árbol gozaba de un estatus especial. Solo un sacerdote tenía permiso para cortar sus ramas, utilizando pra ello una hoz de oro. Estas ramas se entrelazarían para formar la corona con la que ceñir la cabeza del vencedor. Su poder simbólico radicaba en su conexión con la divinidad y en su asociación con la virtud, la areté, que guiaba el ideal educativo y ético del ciudadano griego.

Vencedor de las Olimpíadas griegas
Recreación fantasiosa de un vencedor de los juegos. Fuente: Midjourey/Erica Couto

El valor simbólico de ganar

La victoria en los Juegos no se medía en riquezas, sino en el reconocimiento obtenido. Coronarse campeón olímpico era una forma de inmortalidad: los nombres de los vencedores se escribían en las listas oficiales, los cantaban poetas como Píndaro y eran celebrados a lo largo de generaciones.

Además, el reconocimiento no terminaba en Olimpia. A su regreso, los atletas triunfadores eran recibidos en su polis con honores. A menudo se les eximía de pagar impuestos, recibían pensiones vitalicias e incluso se erigían estatuas en su honor. En ciudades como Atenas o Esparta, el triunfo olímpico se consideraba no solo un éxito personal, sino un motivo de prestigio colectivo.

Aceite de oliva, aceitunas y hijas de olivo
Aceite de oliva. Fuente: Pixabay

Aceite de oliva: sustancia sagrada y de valor económico

Aunque en Olimpia se entregaba la corona de olivo como premio , en otros certámenes panhelénicos como los Juegos Panatenaicos, celebrados en Atenas, el galardón consistía en ánforas llenas de aceite de oliva virgen extra, procedente de los olivares sagrados de la diosa Atenea. Estas ánforas, que se decoraban con motivos atléticos y la figura de la diosa, poseían gran valor tanto por su contenido como por su simbología.

El aceite de oliva desempeñaba múltiples funciones en la cultura griega antigua. Se empleaba en la cocina, en rituales religiosos, como medicina, en cosmética y en las prácticas atléticas. Los deportistas lo usaban para masajearse el cuerpo antes de competir, lo cual servía tanto para calentar los músculos como para conferir una apariencia de vigor físico.

Recreación fantasiosa de los juegos. Fuente: midjourney/Erica Couto

El aceite como motivación para competir

El aceite de oliva en los contextos atlético no solo tenía un valor simbólico, sino también material. En los Juegos Panatenaicos, por ejemplo, los vencedores podían recibir hasta 100 ánforas de aceite, lo que equivalía a más de 3.000 litros del preciado líquido. En un contexto donde el aceite era un bien costoso, esta recompensa podía cambiar la vida del atleta al permitirle comerciar o vivir del producto de su victoria.

Sin embargo, en Olimpia no existía esta forma de compensación. Allí, los atletas solo competían por la gloria de la corona de olivo. Esto no significaba que no hubiese una ganancia posterior, pero el acto de competir sin recompensa económica inmediata reforzaba el valor del ideal agonístico, en el que la lucha y el esfuerzo tenían un sentido casi sagrado.

Heroización y culto del cuerpo

En algunos casos, a los atletas victoriosos se les atribuía casi un estatus heroico. Sus cuerpos, entrenados según regímenes rigurosos y ungidos con aceite antes de cada prueba, se consideraban encarnaciones del ideal estético y ético de la polis. En esculturas como el famoso Discóbolo de Mirón, se representa ese momento suspendido en el tiempo en que el cuerpo alcanza su máxima tensión y armonía.

Por otro lado, la competición poseía una dimensión religiosa. Los atletas hacían ofrendas a los dioses antes de las pruebas, y el triunfo se interpretaba como un favor divino. Así, la corona de olivo también demostraba el favor y la aprobación de los dioses.

Copia romana del Discóbolo de Mirón
Copia romana del Discóbolo de Mirón, Palazzo Massimo alle Terme. Fotografía recortada. Fuente: Carole Raddato/Wikimedia

¿Gloria o recompensa?

El contraste entre los premios materiales y el reconocimiento simbólico sigue siendo tema de debate. En la actualidad, el oro, la plata y el bronce que se entregan a los vencendores han desplazado al kotinos como símbolo del triunfo olímpico. Con todo, el mensaje implícito en la antigua tradición —que el honor y la virtud pesan más que el oro— sigue teniendo cierta relevancia. Incluso en los Juegos Olímpicos modernos, fundados en 1896, se intentó recrear ese simbolismo. En las primeras ediciones, se entregaron coronas de laurel, mientras que, en Atenas 2004, los vencedores recibieron además una guirnalda de olivo, en homenaje a la tradición antigua.

Atleta coronado de olivo
Recreación ficticia de un atleta coronado. Fuente: Midjourney/Erica Couto

La victoria sin oro

En un mundo que mide el éxito en cifras, la corona de olivo de los antiguos Juegos Olímpicos nos recuerda otro tipo de victoria: la que se alcanza mediante la excelencia, el esfuerzo y el reconocimiento del mérito por parte de la comunidad. El lugar del olivo en la cultura griega, tanto como símbolo religioso como económico, está profundamente entrelazado con el deporte y la virtud cívica. Hoy, aunque los atletas ya no regresan a casa con ánforas de aceite ni con ramas del kotinos, la esencia de aquella antigua recompensa —el honor puro— sigue estando presente.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2025-05-16 15:03:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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