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¿Sabías que Isabel II se alistó en el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial?

¿Sabías que Isabel II se alistó en el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial?

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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El infierno se desató el 7 de septiembre de 1940, un día apacible de finales de verano. Las temperaturas rondaban los 30 grados cuando la Luftwaffe llegó a Londres; de hecho, muchos niños jugaban en las calles para aprovechar el calor. La primera sirena chilló a la hora del té, poco antes de las cinco de la tarde. Después, una oleada de un millar de aviones dejó caer cientos de explosivos. «El corazón del Imperio británico se ha entregado al ataque de las fuerzas aéreas alemanas», espetó orgulloso un locutor germano a través de las ondas. Aquella locura marcó el inicio del Blitz, el bombardeo del terror de Adolf Hitler. Fue una carnicería que afectó a todos los barrios, aunque el que más sufrió fue el paupérrimo East End. «Los edificios más grandes eran meros esqueletos, se me hizo un nudo en la garganta», escribió uno de los amigos de Winston Churchill.

Londinenses refugiados en una estación de metro durante un ataque aéreo a finales de 1940. Foto: Getty.

A partir de entonces, las explosiones no hicieron distinción. Unas pocas jornadas después, el 13 de septiembre, la Luftwaffe se cebó con el palacio de Buckingham. Cinco bombas demostraron que ni siquiera la monarquía estaba a salvo de la ira nazi. «Escuché el zumbido inconfundible de un avión alemán y, después, el silbar de un proyectil», afirmó la Reina Madre. La frase que pronunció después Isabel I se hizo famosa: «Me alegro de que nos hayan bombardeado. Ahora, al menos, podré mirar al East End a los ojos». La suerte sonrió a los reyes, pues Jorge VI y su esposa salieron ilesos. Aquel triste suceso fue un empujón de popularidad para familia real y consiguió que la mayor de las princesas se ganara un hueco en el corazón de la sociedad al negarse a abandonar Inglaterra. Aunque lo que se suele obviar es que, para entonces, Isabel y Margarita se hallaban lejos del palacio…

Evitar las bombas

La pequeña Isabel tenía 13 años cuando los Panzer atravesaron la frontera con Polonia el 3 de septiembre de 1939. Hasta entonces vivía en el palacio de Buckingham con su familia; un edificio colosal que, según escribió su institutriz tras el conflicto, distaba mucho de las fastuosas viviendas que tenían a su disposición las familias reales de otros países europeos: «No era el último grito en lujo. Vivir allí era como acampar en un museo. Uno que se cae a pedazos… El viento gemía en las chimeneas como mil fantasmas». Quizá por ello no le resultó difícil adaptarse al castillo de Windsor, otro enclave igual de lúgubre y ubicado a 40 kilómetros al que fue enviada junto a Margarita para escapar de un posible ataque de la Luftwaffe. Allí vivió entre ventanas oscurecidas, paredes vírgenes de cuadros —pues habían sido descolgados para evitar accidentes durante los bombardeos— y muebles envueltos en sábanas.

Dos bombarderos Luftwaffe Dornier 217 sobrevuelan el área de Silvertown de los Docklands de Londres, el 7 de septiembre de 1940. Foto: Getty.

La vida de unos y otros no podía ser más diferente. En Buckingham, Jorge VI se dedicaba a practicar con su revólver y su fusil en los jardines por si una unidad de los temidos Fallschirmjäger alemanes —los famosos paracaidistas del Tercer Reich— asaltaban el edificio. La reina hacía lo propio, aunque admitió en varias cartas que era «una cobarde» que se ponía «roja de miedo» cuando pensaba en combatir. La vida en el castillo de Windsor era mucho más aburrida. Como el paradero de las chiquillas era un secreto, Isabel se dedicaba a seguir el conflicto a través de la radio y hablar tan solo con los soldados de su guardia. Lo único que la sacaba de la rutina eran las carreras que, de cuando en cuando, tenía que darse a una de las mazmorras del castillo, donde estaba el refugio antiaéreo. Uno en el que había incluso bañera. Cosas de la realeza.

Las anécdotas en la vida de las niñas se cuentan por toneladas. Margarita, por ejemplo, solía morder a su hermana cuando se enfadaba con ella. Y se sabe que, en una ocasión, se quejó por no estar destinada al trono. «No soy nada», dijo con tristeza. Isabel se limitó a responder: «Siempre quieres lo que yo tengo…». De vez en cuando, el bibliotecario las llevaba a hurtadillas a las bóvedas del castillo, donde, escondidas en cajas de viejos sombreros y envueltas en papel de periódico, se hallaban las Joyas de la Corona. Con el tiempo, las pequeñas comenzaron a tejer prendas y fabricar broches que se vendían con el objetivo de recaudar dinero para la guerra. Poco después participaron en obras de teatro anuales con el mismo fin. A Jorge VI, aquello le hacía gracia. «Al menos, si me destronan, las niñas podrán ganarse la vida», repitió en alguna que otra ocasión.

Jorge VI, la reina Isabel y el primer ministro Winston Churchill inspeccionan los daños causados por las bombas en el palacio de Buckingham, el 10 de septiembre de 1940. Foto: Getty.

Cierto es que Isabel y Margarita no estaban solas. Formaban parte de los más de tres millones de chiquillos que, durante toda la Segunda Guerra Mundial, fueron evacuados de las ciudades inglesas al campo. Y eso, sin contar con otros 2.600 jóvenes que fueron enviados a Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Sudáfrica y los Estados Unidos. En honor a todos ellos, la futura reina pronunció un discurso a través de la radio el 13 de octubre de 1940. Lo hizo desde el castillo de Windsor y como parte del programa La hora de los niños de la BBC. «Cuando llegue la paz, recordad que será para nosotros, los niños de hoy, la responsabilidad de hacer el mundo del mañana un lugar mejor y más feliz. Mi hermana está a mi lado y las dos queremos daros las buenas noches. Buenas noches y buena suerte a todos», declaró.

Conductora e ingeniera

Desde ese instante, Isabel y Margarita se convirtieron en dos faros que guiaron a la población inglesa. Pronto fueron unas figuras recurrentes en los medios de comunicación y el Gobierno las usó como modelo para la población. A los 14 años, la mayor de las princesas fue fotografiada con una pala y una carretilla de mimbre como parte de la campaña Dig for victory («Cavar para la victoria»). En ella, se instaba a los ciudadanos a usar sus jardines —o cualquier terreno que tuvieran a su disposición, incluso parques infantiles ubicados en mitad de las ciudades— para cultivar vegetales y paliar la escasez de alimentos que asfixiaba al país. No quedaba más remedio. Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña basaba su economía en la importación; una práctica imposible de mantener con los submarinos alemanes al acecho de los cargueros que traían las vituallas a través del Atlántico.

El paso de los meses hizo que el interés de Isabel por las Fuerzas Armadas aumentara. Así, en la mañana de su decimosexto cumpleaños, la princesa realizó su primera inspección a un regimiento durante un desfile en el castillo de Windsor. Las instantáneas nos muestran a una adolescente sonriente, de baja estatura comparada con los militares que formaban frente a ella y ataviada con una falda larga y chaqueta. Su padre la había nombrado ya coronel honoraria de la Guardia de Granaderos; todo un honor. Jorge tardó poco en arrepentirse. A los dos años exactos, cuando su hija cumplió la mayoría de edad, le pidió enrolarse en el Servicio Territorial Auxiliar (A.T.S., por sus siglas en inglés), la rama femenina del Ejército. Para el monarca, aquello fue un golpe en la nariz. «Nunca quiso que se uniera ni que trabajara en una fábrica, pero ella tenía otras ideas», confirmó la revista Life en 1944.

Isabel posa en 1945 con uniforme de oficial, junto a un camión de primeros auxilios del Servicio Territorial Auxiliar. Foto: Getty.

Isabel cumplió sus deseos, como buena princesa que era, e inició el curso de acceso al A.T.S. Seis semanas después. fue aceptada. Su número de servicio todavía destaca en los informes: 230873. Aunque accedió al cuerpo en febrero de 1945, poco antes de que terminara el conflicto, trabajó duro. Los periódicos de la época coinciden en que aprendió a conducir ambulancias —cosa sorprendente, pues jamás tuvo carné de conducir— y estudió mecánica básica. «Una de las mayores alegrías de la princesa era ensuciarse las uñas y llenarse las manos de manchas de grasa. Le encantaba demostrar que trabajaba», escribió la revista Collier’s Magazine en 1947. Una vez más, los medios de comunicación supieron valerse de esa imagen y la fotografiaron en un millar de ocasiones con mono y llave inglesa. Aunque la realidad es que no pasaba las noches en el campamento, sino que regresaba al palacio de Buckingham para estar junto a su familia.

Del Día D a la victoria

Lo que pocos saben es que Isabel se desplazó también hasta el sur de Inglaterra para observar los entrenamientos de los paracaidistas británicos que se lanzarían tras las líneas enemigas durante el desembarco de Normandía. Normal, pues para entonces ya se había convertido en un icono mediático. En el verano de 1944, acudió a la base de Bulford junto a sus padres para disfrutar de un día de entrenamiento junto a la 6.ª División Aerotransportada. En principio, la jornada transcurrió con normalidad bajo la tutela del general de brigada y comandante de la unidad Hugh Kindersley, un veterano de la Primera Guerra Mundial que había obtenido la titulación de piloto de planeador en 1943. Como estaba previsto, los combatientes formaron un cuadrado mientras la familia real, gratamente sorprendida por aquellos hombres, les pasaba revista, les deseaba suerte e intercambiaba unas palabras con ellos. Estaban ante unos de los soldados mejor entrenados del Reino Unido.

No hubo ningún contratiempo hasta que, al llegar al punto más alto de una loma en la que había sido ubicado un planeador Horsa, el militar los informó de que habían preparado una exhibición para ellos. Según les dijo, a su señal los ingenieros cerrarían la cola del aparato, harían estallar un cable explosivo y un jeep saldría del interior remolcando tras de sí un cañón anticarro. Se trataba de una maniobra normal. A continuación, el general hizo sonar su silbato, pero lo que sucedió no fue lo esperado. Un grito de dolor surgió de la nada, acompañado de un sonoro insulto que resonó por todo el campamento… Alguien se había pillado los dedos con las bisagras. Los presentes trataron de pasar página distrayendo a la comitiva real con una conversación fluida, pero estaba claro que las personalidades lo habían oído. Al final, y por suerte, Isabel tranquilizó a todos con una sonrisa sincera.

La princesa manipula un automóvil durante un entrenamiento en un centro de formación A.T.S., en el sur de Inglaterra, en 1945. Foto: Getty.

Aunque si por algo será recordada Isabel es por la instantánea en la que aparece en el balcón del palacio de Buckingham celebrando junto a su familia el Día de la Victoria: la jornada en la que el Eje dobló la rodilla ante los Aliados. En 1985, la ya reina Isabel II desveló en una entrevista que aquel 8 de mayo de 1945 fue inolvidable para ella: «Salimos a saludar cada hora, unas seis veces». Estaba tan exaltada que decidió escaparse vestida de uniforme y mezclarse entre la gente. Quería empaparse de la euforia. «Recuerdo que la posibilidad de ser reconocida me inspiraba terror», añadió. La acompañaban su hermana y un guardia personal; curiosa comitiva. En principio, intentó ocultarse tras la gorra, pero al final desistió y se unió al desenfreno. «Aclamamos a los reyes desde la calle y, luego, caminamos kilómetros y kilómetros por la ciudad». Aquella fue, según admitió, la mejor noche de su vida.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-03-15 06:00:57
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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