En un humilde salón de madera del barrio Guacamayal de Guapi, en el suroccidente del Cauca, un puñado de músicos se prepara para recorrer los caminos que los llevarán a participar en el Festival Petronio Álvarez de este año. La marimba, el bombo, el bordón y las voces de cuatro cantadoras ancestrales llenan el aire con ritmos que surgen de las cuencas de los ríos del Pacífico. Cada golpe de tambor y cada estrofa está cargada de tradición y convive con la presencia latente de los grupos armados. A veces basta que una bala suene a lo lejos para interrumpir el ensayo.
Para los once miembros de Camarón de Playa, un colectivo musical fundado en 1996, su repertorio no es solo un legado ancestral, es también un mecanismo de resistencia frente a las amenazas de grupos ilegales que aún operan en las riberas del río Guapi.
Marcos (no se proporciona la identidad real del sujeto por su seguridad), uno de los integrantes de ese grupo, cuenta el temor con el que vive y ha cargado a lo largo de toda su vida. Una angustia que se remonta a sus primeros desplazamientos forzados, cuando en 1981 tuvo que partir de su hogar luego de que una granada fue arrojada contra su casa. Desde entonces, la música se convirtió tanto en refugio como en arma de defensa cultural.
De las veredas a los grandes festivales regionales
Camarón de Playa tuvo sus raíces en el humilde corregimiento de Balsita, ubicado en la ribera del río Guapi. En 1976, Marcos —de entonces 14 años— aprendió a cantar y tocar marimba acompañando a su abuela y a su madre. Participaban en todas las fiestas patronales: la del Virgen del Carmen, el 16 de julio; la de San Juan Bautista, el 24 de junio; la de San Antonio, el 13 de junio; la de Virgen de la Alaja, el 14 y 15 de septiembre; el nacimiento de Jesús, el 24 de diciembre; y el Sagrado Corazón de Jesús, el 10 de julio.
El colectivo diseña uniformes que evocan las raíces africanas y los colores de la región Foto:Unidad de Restitución de Tierras
“Ese era un pueblo que siempre ha sido católico. Cada imagen tenía su síndico, y nosotros cantábamos en cada celebración con mi mamá, mi abuela y demás cantadoras. Fue así como aprendí los cantos ancestrales”, explica el músico entrevistado.
En 1996, ya radicado en la ciudadela Las Piedras de Guapi, Marcos decidió formalizar el grupo musical que había comenzado en las veredas de Balsita. A partir de la experiencia compartida con su madre y la herencia recibida de su abuela, se reunieron inicialmente doce personas: dos encargados de tocar el marinero (la marimba grande de llantas y madera), dos para el bordón (tambor de gran tamaño, afinado de manera grave), dos bomberos (un hombre y una mujer a cargo de bombos medianos) y cuatro cantadoras.
Con el tiempo, la madre de Marcos y su abuela dejaron el grupo para atender asuntos familiares, pero él se consolidó con once artistas provenientes de las veredas Chacón, Balsita y Santa Rosa.
Integrantes, instrumentos y repertorio: todos provienen de comunidades desplazadas
El grupo se compone de músicos que provienen de comunidades desplazadas y han vivido de cerca el conflicto armado. Su repertorio se divide en dos grandes bloques: composiciones originales y cantos ancestrales rescatados de las fiestas patronales.
Las piezas compuestas son historias de dolor, resistencia, tierra y agua. “Yo compongo la mayoría de las canciones; las que canto son mías. Pero cuando vamos a competencias, rescatamos los cantos ancestrales que nos dieron nuestros abuelos”, dice Marcos.
En 2024, Camarón de Playa compitió en el Festival Nacional de Marimba Foto:unidad de restitución de tierras
Para sostener la tradición y la calidad musical, Camarón de Playa organiza ensayos diarios desde el 6 de febrero hasta diciembre. Cada integrante asume ese compromiso como parte de su rutina: de lunes a sábado se reúnen durante dos horas en la tarde, y los domingos destinan la mañana a repasar repertorio y la tarde a ajustar arreglos.
Desde sus inicios, el grupo ha buscado competir en festivales regionales. En 2015, participaron por primera vez en la eliminatoria de marimba en Chocó, donde ocuparon el cuarto lugar de catorce agrupaciones. Ese resultado les permitió acceder al Festival Petronio Álvarez de 2016. “Quedamos entre los clasificados. Fue nuestra primera vez en Petronio y nos dieron un reconocimiento de 13 millones de pesos por la Universidad del Valle”, cuenta el artista.
A diferencia de otros colectivos urbanos que acceden a convocatorias de artes en las grandes ciudades, Camarón de Playa depende de dos fuentes principales de ingreso: la extracción artesanal de oro y el pago por presentaciones. Cada vez que los llaman a un evento —fiestas patronales, ferias municipales, festivales locales o provinciales— reciben aproximadamente cuatro millones de pesos por acto. Esa suma se reparte entre los once integrantes por partes iguales.
En cuanto a la vestimenta, el colectivo diseña uniformes que evocan las raíces africanas y los colores de la región: rojos, azules y amarillos vibrantes. “Fue la alcaldesa quien nos regaló un uniforme para ir a Petronio en 2016. En otro periodo, la primera dama nos dio camisetas para un evento en la plaza central. Pero fuera de eso, no hay ayudas estatales”, explicó Marcos a este medio.
Restitución de tierras en Guapi, Cauca. Foto:Cortesía
Balsita: un pueblo fantasma y la memoria de un territorio vacío
Antes de convertirse en municipio cabecera, Guapi albergaba varios corregimientos que hoy ya prácticamente no existen, entre ellos Balsita. Allí, en los años ochenta, vivían aproximadamente 426 habitantes repartidos en dos pequeñas veredas. El principal sustento económico era la minería ancestral y artesanal: con bateas y dragas improvisadas extraían oro de los sedimentos del río. La agricultura de subsistencia (maíz, plátano, yuca) complementaba los ingresos, pero la pobreza era extrema. “Mi familia siempre fue super pobre; mis padres trabajaban desde el amanecer en los bancales y, cuando les alcanzaba, dedicaban horas a barequear. No existía ningún apoyo del Estado”, detalla el músico.
Con el desplazamiento masivo que sucedió entre 2005 y 2006, la mayoría de los pobladores abandonó Balsita. Solo unas pocas decenas de personas regresan esporádicamente para barequear: “Cuando voy allá a trabajar, veo que ya no hay más de 30 o 40 personas. El 80 % del pueblo está vacío. Antes había un colegio y una escuela; ahora, solo quedan las paredes derruidas”. Marcos asegura que, en más de treinta años, los gobiernos municipal y departamental no ejecutaron un puesto de salud en Balsita. “El único puesto de salud que existe fue levantado por la comunidad. Nunca hemos recibido un peso para infraestructura. El hospital San Francisco cerró en 2007 y, desde entonces, no hay médico ni enfermero fijo”, cuenta.
Mientras la música ha sido el centro de su vida, la guerra acecha de cerca. Uno de los integrantes de Camarón de Playa recuerda haber sido forzado a desplazarse por primera vez en 1981, cuando un miliciano intentó introducir una granada en su vivienda para obligarlo a colaborar con un grupo armado en tareas de informante. “Me llevaron preso por unas horas y luego me soltaron. Pero me dejaron claro que, si no cooperaba, me matarían. Regresé a Balsita gracias a la mediación de la Junta de Consejo Comunitario, pero supe que debía salir para proteger a mi familia”, detalla el hombre.
Zozobra y temor se vive en Guapi. Foto:Santiago Valenzuela. Médicos Sin Fronteras
El segundo desplazamiento ocurrió en 2005, cuando un grupo empezó a establecer controles fluviales en el río Guapi. Fue entonces cuando el músico había regresado brevemente a su vereda de origen para barequear (tarea que consiste en extraer oro y otros minerales de los sedimentos del río). En esos momentos, él fue detenido arbitrariamente y agredido físicamente. “Fui desplazado otra vez y tuve que buscar refugio con un familiar en una zona urbana”, relató el músico.
El desplazamiento más crudo ocurrió en 2011, cuando un grupo armado lo agredió sexualmente en la vereda de Alto Guapi. “Me violaron hasta que me dejaron completamente destrozado y, al día siguiente, me dijeron que no podía regresar. Ahí entendí que no me quedaba otra alternativa que salir de mi tierra para siempre”, narra.
El tercer desplazamiento, a finales de 2019, tuvo lugar nuevamente en Alto Guapi. Con esta última amenaza que le hicieron, el integrante de Camarón de Playa (Marcos), logró refugiarse definitivamente en la zona urbana de Guapi, junto a sus compañeros de grupo. Hoy, cuando rememora esos episodios, dice que “cada golpe de tambor es un acto de resistencia, porque continuar haciendo música en medio de la violencia es la forma de demostrar que, aunque quieran silenciarnos, seguiremos vivos en el sonido”.
La educación como refugio y herramienta de resistencia
A pesar de la violencia y la pobreza, el artista logró culminar sus estudios de bachillerato en 2010, cuando ya tenía 59 años. “Sabía que, si no terminaba el bachillerato, no podría aspirar a nada. Ni para jornalear en la finca ni para conseguir un trabajo estable como obrero”, enfatiza. Entre idas y venidas, cumplió la secundaria en una institución de Popayán, donde se matriculó en jornadas nocturnas.
Guapi albergaba varios corregimientos que hoy ya prácticamente no existen Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO
Con el título de bachiller en mano, compaginó su labor como promotor de salud (nombrado en 1981 en el Hospital San Francisco de Popayán) con la música. Sin embargo, el cierre del hospital en 2007 lo dejó sin empleo indefinido. “Cuando liquidaron el San Francisco, me quedé sin trabajo. No había otra salida que quedarme en Guapi y tocar marimba”, recuerda. Durante más de tres décadas, transitó entre cargos temporales como promotor de salud y la música.
Hoy, a sus 74 años, vive solo en una casa de madera en Guapi. “Después de que murió mi mamá, me quedé sin nadie. Vivo con la música y con los ingresos que consigo de barequear”, dice Marcos.
Sin embargo, a pesar de las circunstancias, mantiene vivo el interés por la formación.
Hoy Camarón de Playa mantiene planes concretos para 2025 y 2026. Para julio, se preparan para la zonal de Tindurique, que les permitirá clasificarse una vez más para Petronio Álvarez. “Estamos ensayando desde febrero. Cada día repasamos repertorio y ajustamos los arreglos; queremos dar lo mejor para que la marimba del Pacífico caucano siga sonando en Cali”, puntualiza.
Ellos se identifican no solo como un grupo musical; expresan que representan el tejido social de comunidades desplazadas que resisten mediante la música ancestral. A través de sus marimbas, bombos, bordones y cantadoras, evocan la memoria de Balsita, rescatan las historias de los abuelos y denuncian los estragos del conflicto armado. Su repertorio se alimenta de versos heredados en las fiestas patronales.
Mientras tocan, recuerdan a quienes ya no están, sus familiares asesinados, las veredas abandonadas y las tierras quemadas por explosivos. Cada actuación es un acto político y social. Llevan al escenario la violencia que los arrastró, pero también la esperanza de que la música ancestral pueda ser puente para la reconciliación.
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DANNA VALERIA FIGUEROA RUEDA
Enviada especial de EL TIEMPO a Guapi, Cauca
ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA EL TIEMPO
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com
Publicado el: 2025-07-02 13:18:00
En la sección: EL TIEMPO.COM -Colombia