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el alma de Noruega en miniatura

Juan Pablo Correa

Pocos compositores han logrado condensar la esencia de un pueblo como lo hizo Edvard Grieg con Noruega. Su vida fue un delicado equilibrio entre la introspección y el vigor, entre las melodías que evocan los paisajes de su país y las pequeñas bromas de un hombre modesto pero brillante.

Nació en Bergen, Noruega, el 15 de junio de 1843, por lo que en 2025 se conmemora el 182.º aniversario de su nacimiento. Creció en un ambiente profundamente musical. Su madre, Gesine Hagerup, era una destacada pianista que le dio sus primeras lecciones. Edvard, a los 15 años, y gracias a la recomendación del violinista Ole Bull, ingresó al Conservatorio de Leipzig, uno de los más importantes de Europa. Aunque recibió una formación sólida en la tradición alemana, Grieg pronto sintió la necesidad de encontrar una voz propia, más cercana a su tierra natal.

Durante sus años en Leipzig, enfermó gravemente de los pulmones, y esa dolencia lo acompañó el resto de su vida. A pesar de ello, su música se mantuvo vibrante y generalmente optimista. Fue en esos primeros años cuando empezó a desarrollar un lenguaje que, aunque heredero de Schumann y Mendelssohn, incorporaba elementos del folklore noruego que más tarde lo harían famoso.

A pesar de su pequeña estatura -medía apenas 1,52 metros-, Grieg tenía una personalidad desbordante. Solía reírse él mismo de su tamaño. Una vez, al ser presentado a un hombre mucho más alto que le dijo con aires de superioridad «¡Esperaba alguien más grande!», Grieg replicó con calma y agudeza: «Y yo esperaba alguien más educado».

En 1867 se casó con su prima, la soprano Nina Hagerup. Juntos formaron una pareja inseparable, unida por el amor y por la música. Nina fue la primera intérprete de muchas de las canciones que Edvard escribió, y se dice que, sin su voz, muchas de esas piezas no habrían cobrado vida con igual intensidad.

Como diría un crítico de su tiempo, la música de Grieg hablaba en mayúsculas: directa, elocuente y profundamente humana. Su “Concierto para piano en La menor”, compuesto en 1868, se convirtió en una de las obras más interpretadas del repertorio romántico. Cuando conoció a la pianista venezolana Teresa Carreño, luego de escucharla interpretar su concierto, Grieg le confesó emocionado: «No sabía que mi concierto era tan hermoso». Fue un elogio que decía tanto de su humildad como del genio interpretativo de Carreño.

Grieg fue un hombre de naturaleza, y su refugio era su casa de campo en Troldhaugen, cerca de Bergen. Allí construyó un pequeño estudio junto al lago, donde podía componer en paz. Se cuenta que una rana croaba persistentemente mientras trabajaba, y en lugar de molestarse, el compositor creó una pequeña pieza inspirada en el ritmo del anfibio, a la que -con humor- llamó “La canción de la rana”. También se comentaba que, en ese estudio, Grieg solía bromear sobre su caótico escritorio, pero en el fondo lo consideraba un territorio sagrado. Tanto así, que colocó un cartel que decía algo como: Señor ladrón: si desea, lleve todo lo que quiera de la casa, pero, por favor, no toque ni mueva nada de este escritorio. Para usted no significa nada, pero para mí es toda mi vida..

Tenía también una forma muy particular de medir su fama. Una vez, escuchó a un muchacho silbar una melodía de Peer Gynt por la calle. Se acercó curioso y le preguntó: «¿Sabes quién compuso eso que silbas?». El joven respondió sin dudar: «¡Mi profesor de música!». Grieg, lejos de corregirlo, simplemente sonrió y siguió su camino. Le bastaba saber que su música había llegado al oído popular.

Su salud fue siempre delicada. Aquejado de problemas respiratorios, vivió sus últimos años con frecuentes recaídas. Aun así, nunca dejó de trabajar, de componer, de viajar, de soñar. Falleció el 4 de septiembre de 1907 en su ciudad natal, y fue enterrado en una gruta cerca de su casa, mirando al fiordo.

Edvard Grieg dejó un legado inmenso en forma de pequeñas piezas que hablan de su tierra, de su humor, de su ternura. A veces, el genio más grande cabe en un cuerpo pequeño. Y Grieg es prueba de ello: un alma noruega hecha música, una voz eterna que sigue cantando entre las montañas, los lagos… y la memoria colectiva del mundo.

Seguidamente, les invito a visitar el enlace https://www.youtube.com/watch?v=I1Yoyz6_Los donde podrán ver al gran pianista Arthur Rubinstein con la London Symphony Orchestra, tocando ese concierto “que no sabía que era tan hermoso”, bajo la dirección de André Previn.

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com

Publicado el: 2025-06-20 01:16:00
En la sección: Noticias de Venezuela.

Publicado en Nacionales

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