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Un deber incómodo del periodismo, por Alejandro Armas

Un deber incómodo del periodismo, por Alejandro Armas

En vez de ignorar a las personas con opiniones, digamos, “problemáticas”, y dejar que se transmitan sin resistencia alguna, es mejor abordarlas. Mostrarlas. Exponerlas dentro de su falsedad

 

@AAAD25

Parafraseando a Lampedusa, en Venezuela pasan muchas cosas y a la vez no pasa nada. Ahora parece que tendremos nuestra propia versión de las “guerras culturales” que tanto polarizan a los países desarrollados. Pero todo eso en el contexto de un régimen autoritario. Es siempre la misma gente la que toma las decisiones que afectan nuestras vidas, sin que nadie logre hacer algo efectivo para resistir su voluntad. Podemos tener entonces discusiones y polémicas bien amargas, pero nadie verá sus deseos hechos realidad a menos que la elite chavista los abrace. Así estamos, pues, con un movimiento Lgbtiq que está más activo y organizado que nunca. Pero también con evangélicos fundamentalistas reclamando contra la “ideología de género”.

No parece que estas polémicas vayan a desaparecer. Así que, aunque tal vez ninguna de las partes vaya a algún lado mientras el chavismo preste poca o nula atención a esos menesteres (aunque, ojo, hay un intento en marcha desde Miraflores por congraciarse con las iglesias evangélicas), vale la pena detenernos en ellos por una vez. Sobre todo, porque la repetición de opiniones sobre un problema político medular que, insisto, no cambia, le permite a uno tomarse tal licencia.

El crecimiento del activismo por los derechos para personas sexodiversas no deja de impresionar, pero creo que en este año, durante junio (el mes cuando ese movimiento más eleva la voz) no sorprendió tanto porque, luego de manifestaciones pioneras en años anteriores, más gente se volvió consciente de que el movimiento existe, bien sea para apoyarlo o repudiarlo. El verdadero elemento sorpresa de las últimas semanas fue el de los grupos cristianos protestando precisamente contra la normalización de la sexodiversidad.

De seguro con motivo de toda la atención que generaron estas manifestaciones reaccionarias, El Pitazo, uno de los medios digitales venezolanos más destacados, invitó a algunos de sus voceros a una especie de foro virtual para que expusieran sus puntos de vista. Ello produjo una oleada de cuestionamientos airados al medio por “dar tarima” a sujetos prejuiciosos para que transmitieran desinformación sobre la sexodiversidad, así como estigmas milenarios e irracionales sobre la misma.

Soy alguien que respalda plenamente la causa por la igualdad de derechos entre heterosexuales y personas Lgbtiq, así que puedo entender las molestias que generó aquel discurso odioso. No obstante, algunos pronunciamientos sobre lo que se debería hacer al respecto me parecieron desconcertantes. Entre ellos, la exigencia de que los medios de comunicación no incluyan en su contenido, bajo ninguna circunstancia, las voces homofóbicas o, por usar la expresión más amplia y quizá un tanto du jeur, antiderechos. Leer que algunos periodistas secundaron esa demanda me dejó más atónito aun.

Me temo que muchas personas, aunque con buenas intenciones y comprometidas con una causa justa, confunden el papel del periodista con el del activista.

El activista no tiene ninguna obligación a dar cabida en sus comunicaciones a contenido que encuentra repulsivo. Por el contrario, si esos contenidos van en contra de la causa que el activista defiende, pues está obligado a repudiarlos de manera inequívoca.

Pero con el periodista, la cosa no funciona así. No es que los medios no deban cubrir a personas con opiniones basadas en prejuicios odiosos. Si eso es de interés público, pueden y deben hacerlo. Por “interés público” no me refiero a una perspectiva que los consumidores de información deberían abrazar, sino simplemente estar al tanto de su existencia, para juzgarla acorde. Eso sí: tal cobertura debe hacerse siempre dando contexto y señalando, evidencia en mano, cualquier bulo.

Para eso está el control editorial. Si, por ejemplo, un entrevistado para un reportaje acusa al movimiento Lgbtiq de “pretender normalizar la pederastia”, pues el producto final debe incluir muestras de que tal cosa es mentira. Las propias autoridades de El Pitazo reconocieron que esto falló con el foro de marras y pidieron disculpas, por lo que pude leer.

Lo que no puede ser es que los responsables de un medio hagan como el avestruz y pretendan que en el mundo no existen personas con ideas equivocadas y hasta dañinas. Si tú como periodista solo cubres a personas que hablan con evidencia, estás obviando fenómenos que, aunque no sean positivos, están ahí y surten un efecto. En otras palabras, estás haciendo periodismo solo a medias. ¿Acaso la gente no debería estar informada sobre la plenitud de fenómenos sociales que hay en este mundo, con sus luces y sombras? ¿No es preferible que el público esté al tanto también de lo que están haciendo personas con una visión errada y hasta tóxica, para así actuar en consecuencia?

Ah, y por favor no me digan que la omisión forzosa es para «no dar tarima». Señores, es el siglo XXI. La era de la transmisión centralizada de información murió. Esa gente va a tener tarima como sea. Han surgido incontables opciones digitales que lo permiten. Como dijo Umberto Eco, las redes sociales son una de doble filo, pues democratizaron la información, pero también le dieron una voz de potencial gran alcance a los idiotas. Hay que lidiar con esa realidad, no pretender que va a desaparecer por inanición si nos limitamos a dar la espalda y taparnos los oídos.

Por lo tanto, en vez de ignorar a las personas con opiniones, digamos, “problemáticas”, y dejar que se transmitan sin resistencia alguna, es mejor abordarlas. Mostrarlas. Exponerlas dentro de su falsedad. Pero, repito, con la evidencia a la mano que las desmienta. Esa es la mejor forma de combatirlas, sin traicionar en el proceso la esencia del periodismo.

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Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-07-28 13:18:31
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión
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