El entrenamiento de los astronautas que debían volar a la Luna en el programa Apolo era sumamente detallado y cubría todos los aspectos generales y concretos de una misión determinada. Nada se dejaba al azar, ya que cualquier fallo o accidente podía amenazar la vida de los viajeros, demasiado lejos de casa como para poder ser rescatados. Recibieron clases de geología, aprendieron a disponer los instrumentos científicos en la superficie lunar, sabían cómo realizar pequeñas reparaciones a bordo… Su entrenamiento específico para un vuelo, en efecto, solía prolongarse durante al menos un año, y se mantenía activo hasta muy pocos días antes del lanzamiento, para mantener frescas todas las ideas en sus atribuladas mentes.
En ocasiones, sin embargo, suceden cosas inesperadas. Situaciones que nadie ha pensado que podrían llegar a ocurrir, y tan estúpidas que ningún entrenamiento ha previsto ninguna solución para ellas… Y cuando suceden, es mejor cruzar los dedos y esperar que no afecten a la seguridad de los astronautas.
Uno de esos escenarios se produjo durante la misión Apolo-12, en noviembre de 1969, y por fortuna no implicó ningún peligro para sus tripulantes, si bien tuvo un alto coste para las relaciones públicas de la NASA. Durante uno de los paseos en la superficie de la Luna, el astronauta Alan Bean, encargado de recolocar la única cámara de TV disponible durante cada cierto tiempo, la movió hacia un nuevo lugar para obtener así otra panorámica. La tarea era muy sencilla. Bastaba con arrastrar su trípode y situarla en una nueva orientación, según un plan preconcebido que permitiría documentar poco a poco toda la zona de aterrizaje y proporcionar a los espectadores de la Tierra nuevas vistas que contemplar.
(Foto: NASA)
Pero en cuanto Bean dejó a la cámara en su nuevo lugar, la señal de video procedente de esta dejó de ser recibida en las antenas de la Tierra. ¿Qué había pasado? Bean no podía ver las imágenes ni si estas se recibían correcta o incorrectamente, así que los controladores le advirtieron del corte en la señal. Tras comprobar que el cable parecía estar en buen estado, le pidieron que la golpeara un poco, y así lo hizo, con su martillo, pero la cámara no resucitó. Se había estropeado definitivamente.
Se había producido la más improbable e inesperada de las situaciones, algo que nadie había contemplado durante los largos meses de entrenamiento en tierra: inadvertidamente dirigida en dirección al Sol durante la maniobra de cambio de posición efectuada por Bean, los rayos solares quemaron de forma paulatina el delicado mecanismo de obtención de imágenes de la cámara, dejándola completamente ciega. Apenas 20 minutos después de iniciada la excursión, pues, y debido a un desafortunado error de orientación, la Tierra se quedaba sin video directo desde la Luna.
Las comunicaciones del resto de la misión tuvieron que hacerse exclusivamente a través de la radio. Los astronautas aún tomaron todas las fotografías necesarias para documentar su presencia en la Luna, pero habría que esperar a su regreso para poderlas contemplar.
Entre ellas destacaron las que hicieron muy cerca del lugar de alunizaje, donde descansaba la sonda automática Surveyor-3, que había aterrizado en un pequeño cráter unos años antes. Nunca antes la humanidad había tenido la oportunidad de ver y tocar de nuevo un vehículo lanzado hacia la Luna tiempo atrás, un logro que hablaba muy bien de la capacidad de alunizaje preciso alcanzado por las misiones Apolo.
La oportunidad permitiría comprobar qué efectos tiene el paso del tiempo en los equipos enviados a la superficie lunar. Además de las fotografías que lo mostrarían, los astronautas desmontaron algunas de las piezas del vehículo, que serían llevadas a la Tierra para ser examinadas en detalle. El propio Surveyor-3 llamó la atención de Alan Bean y de su compañero Charles Conrad: ambos se habían entrenado durante meses con un modelo del vehículo, al que recordaban completamente blanco, mientras que el Surveyor-3 tenía una pátina de color marrón, lo cual era extraño, dado que el suelo a su alrededor parecía completamente gris. Después de pensarlo mucho llegaron a la conclusión de que la sonda había sido objeto de una auténtica lluvia de polvo procedente del aterrizaje del módulo lunar tripulado. Este, situado a 183 metros de distancia, se había posado en otra zona geológica distinta y de diferente color, y la nube levantada acabó esparciéndose por toda el área, incluyendo el lugar en el que yacía la vieja nave.
Fuente de TenemosNoticias.com: noticiasdelaciencia.com
Publicado el: 2024-07-23 03:24:38
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