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Sobre la pintura de Luis Buenaventura Rodríguez

Jonathan Alexander Espana Eraso

Parece que tenemos especial predilección por el arte abstracto. Es decir, por un arte que de un modo u otro es la representación de lo que puede ser el mundo. ¿No hay algo de superstición en todo esto?

Frente a este arte es evidente la variación interpretativa que el espectador experimenta: el uso de las formas y los colores anuncian que no sólo se está ante el tiempo de la obra, sino que además se materializan la animalidad y la mineralidad del movimiento como surco y hendidura.  ¿Qué surge? Una criatura originaria desde la que la manifestación de lo indeterminado, lo sin concepto, deriva en una fuerza plástica de la superficie que expone el pliegue singular de la mirada.

Pero apartando estas, y otras, supersticiones, ¿qué es, en verdad, lo abstracto en el arte? A un tiempo simbólicas y rizomáticas: así se podrían definir las obras consideradas abstractas. Quizá sea válido.

A riesgo de simplificar (en un tiempo caben muchos tiempos) podría decirse que hay una relación tangencial entre lo oblicuo y lo obliterado de la obra abstracta que conduce a la necesidad de imaginar caminos y medios, donde la fuerza de la ficción (ahí ficción y figura comparten la raíz fig que dimensiona el trazo y los rastros materiales del dar forma, que proviene de fingere que es formar, pero también imaginar, representar, ficción) exponga su lengua en el materialismo insumiso de la obra.

En esa línea, acercarnos a lo abstracto es conectarnos entre la interpretación y la imaginación a partir del color, las líneas y las formas, acentuando el papel que juega la mano del artista visual en el pensamiento.

Así, en esta búsqueda por definir lo abstracto, por ficcionar el arte en sí, aparece la pintura de Luis Buenaventura Rodríguez, en la que se cumple la frase «para saber hay que imaginar» del historiador de arte y ensayista francés Didi-Huberman.

Entre la imaginación y la invención, el color está en obra, esto es, lo que implica una escenificación del sentido, de un fantasma que abre el espacio para soñar lo ausente. Lo inaugural de lo abstracto en la pintura de Buenaventura proyecta caminos en los que no es posible totalizar sino partir de visiones, como en el aleph borgiano, para, a partir del verse de la obra a sí misma, habitar el infinito de otra manera.  

En la pintura abstracta hay una pluralidad que conjuga la invención y la técnica, la ficción y el color, y lo (in)decible da lugar a la materialidad del trazo que despliega sus ondulaciones, sus articulaciones, sus descomposiciones, fuera del marco, sin explicación, para que, como lo afirmaba César Aira en relación al arte en general, sea «la documentación de algo que fue, y a la vez promesa de algo que será».

Porque lo abstracto, lo comprobamos en el arte de Buenaventura Rodríguez, reside en el arte mismo, en su materia creada de ausencia. La verdadera abstracción, quizás la única posible, es la de la imaginación. Y el primer poder de ésta es, sin quererlo, donde se entierra lo que llevamos del mar. 

Fuente de TenemosNoticias.com: www.diariodelsur.com.co

Publicado el: 2023-11-26 20:46:16
En la sección: Diario del Sur

Publicado en Ciencia

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