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Elena Poniatowska, una vida entera dedicada al periodismo y las letras – Música y Libros – Cultura

Elena Poniatowska

Parece lejana, pero Elena Poniatowska está atenta. Mira la pantalla del computador con escepticismo y con un brillo velado en unos ojos que se resisten a perder la vivacidad.

Poniatowska, quien tiene 91 años y celebró sus siete décadas desde que se inició en el periodismo, no puede evitar las preguntas. “¿De qué vamos a hablar?” es su consulta de entrada, y luego hará comentarios como “Yo hice muchas entrevistas”, “¿qué más quiere saber?” o “pareciera que sabe todo de mi vida”.

Probablemente es la escritora viva más famosa de México. Un símbolo de la escritura y del periodismo con una influencia que trasciende lo literario y lo político.

Ganadora del Premio Cervantes en 2013, el año pasado recibió dos nuevos reconocimientos: la medalla Belisario Domínguez y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en español. Cronista de asesinatos, matanzas y terremotos, sus más de 40 libros sirven para trazar gran parte de la historia moderna de su país. Entrevistadora de poderosos e invisibilizados.

Doctora honoris causa por ocho universidades. Autora de una obra traducida a más de 15 idiomas, compuesta de libros de no ficción y de novelas que se nutren de su vida y de la realidad que ha encontrado siguiendo una vocación que eligió cuando tenía 21 años.

En su último libro, ‘El amante polaco‘ (Seix Barral), la escritora crea un relato que atraviesa dos siglos y sigue la huella de su hilo familiar. Mientras reconstruye la historia de Stanislaw Poniatowski, el último rey de Polonia (que fue amante de Catalina la Grande), también revisa la biografía de una niña que a los 10 años llega desde París a México huyendo de la guerra. Poniatowska, descendiente del rey polaco, es esa niña. “Al escribir El amante polaco recordé a mi familia. Fue un momento muy iluminador y de mucha alegría”, dice.

Hace diez años, cuando recibió el Cervantes, dijo: “Estoy a punto de ser efímera, ya tengo 81 años”. Pero todavía sigue vigente a los 91.

Sí, aquí sigo. Desde hace años escribo artículos para La Jornada, uno cada domingo. También estoy trabajando en un libro, pero eso siempre va más despacio, porque perdí la vista del ojo izquierdo. Entonces, eso me dificulta un poco la lectura y la escritura.

Pero igual sigue ahí, al pie del cañón.

Sí, igual sigo, pues, como dicen: “Otra vez las burras al trigo”. Finalmente no sabría hacer otra cosa. A los 91 años no puedo volverme bailarina o cantante de cabaret.

¿Y le hubiese gustado ser cantante de cabaret?

Sí, todo me hubiera gustado, todo. Yo desde siempre he sido una persona muy curiosa.

Poniatowska debutó oficialmente en el periodismo el 27 de mayo de 1953. Ese día apareció en el Excélsior la primera de las entrevistas que pavimentaron su carrera. Era una conversación con el recién llegado embajador de Estados Unidos, Francis White. “Leía el periódico y pensé: ‘bueno, a lo mejor puedo hacer entrevistas’. Y llevé una primera entrevista al periódico y me la publicaron al día siguiente. La entrevista era totalmente inocua, porque creo que no decía gran cosa”, recuerda.

Pero a los editores les gustó su estilo, y vinieron más entrevistas. En aquellas abundan los personajes más relevantes del siglo XX y de lo que va del XXI. Muralistas posrevolucionarios, escritores del Boom, estrellas pop, pintoras olvidadas por el canon…

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La actriz Dolores del Río le regaló un perfume Guerlain; El Santo, el mítico enmascarado de la lucha libre mexicana, la llamó “su novia”. El único que se molestó con su estilo, suele comentar Poniatowska, fue Cantinflas, cuando le preguntó: “¿Por qué abandonó su carpa y su camiseta?”.

Su técnica para entrevistar parecía simple, pero rayaba en la astucia. Con la ayuda de Fernando Benítez –maestro de una generación de cronistas– creó una especie de entrevistadora-personaje: era graciosa, un poco impertinente y utilizaba preguntas aparentemente tontas que terminaban acorralando a los entrevistados.

“Les decía con mucha cortesía y con una enorme sonrisa que si podía hacerle una pregunta y de una pregunta pasaba otra”, confiesa.

Cuando visitó al muralista Diego Rivera en su estudio en Altavista, quedó impresionada por “sus dientes chiquitos”. Entonces le preguntó: “Oiga, ¿y son de leche sus dientes?”. Rivera le dijo que sí, que con ellos se comía “a las polaquitas”.

Al muralista David Alfaro Siqueiros lo entrevistó en 1960, cuando estaba en la cárcel de Lecumberri. La prisión también fue el escenario donde entrevistó a Álvaro Mutis y José Revueltas.

“El general que dirigía la cárcel me permitió entrar con una grabadora. Yo supongo que le cayó bien la idea de que una reportera viniera de la calle a saber cómo era la cárcel y cómo eran los que estaban ahí… Pero también entrevisté a muchísimos presos del delito común”. La voz ajada pero elocuente de Elena Poniatowska hace una pausa, y como una entrevistadora que sabe guiar la conversación, la conduce a los espacios que le interesan.

“Yo tomé muy en cuenta a la gente común desde un principio. Me interesaba mucho la manera en que se expresaban y lo que ellos podían contar de su propia vida. Conocer su realidad y su sufrimiento, pero también su alegría y su valor, fue un gran aprendizaje. Lecumberri, en definitiva, implicó entrar en otros mundos, en mundos muy distintos al mío”, añade.

Usted comenzó en el periodismo con una generación de oro…

Soy la que se quedó atrás, la que todavía no está bajo tierra.

Soy la que se quedó atrás, la que todavía no está bajo tierra, pero, al mismo tiempo, eso me hace ser un poco un testigo de lo que fueron y de lo que hicieron. Es algo que hago con muchísima admiración y gran afecto.

Poniatowska recuerda que en el periodismo mexicano de los 50 había mujeres, “pero no muchas”, y en general se dedicaban más bien a sociales o al arte o cultura. En esa época, en las salas de redacción, existía el término ‘periodistas mmc’, que significaba ‘mientras me caso’. “Esa situación, afortunadamente, ha cambiado mucho. Antes las mujeres eran refundidas”, afirma.

En 1963 se casó con Guillermo Haro, un astrónomo que conoció cuando fue a entrevistarlo. Ella tenía 31 años; Haro, 50. Poniatowska tuvo tres hijos, pero no abandonó el periodismo. La autora contó la vida de su marido (quien murió en 1988) en el libro ‘El universo o nada‘, donde lo definió como la persona que siempre puso en duda lo establecido, pero jamás olvidó leer el cielo nocturno.

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La llaman la Ponia, la Poni. También le dicen ‘la princesa roja’ (no solo por su afiliación con la realeza polaca, sino por su pensamiento izquierdista).

Su verdadero nombre es Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, aunque ella se quedó con Elena, el mismo de su abuela materna. Nació en París, en 1932. Ahí vivían sus padres, María de los Dolores Paulette Amor Yturbe y Jean Evremont Poniatowski, descendientes de una casta de exiliados provenientes de dos lugares alejados en el mapa.

El padre nació en Francia, pero provenía de una familia de príncipes polacos. Paulette también nació en Francia, y pertenecía a una familia mexicana que abandonó el país durante la Revolución.

Llegó a México en 1942. Con su madre y su hermana Kitzia dejaron Francia en un tren que las llevó a Bilbao, donde abordaron el Marqués de Comillas, un barco en el que viajaron muchos exiliados de la Guerra Civil española. Su padre se quedó por un tiempo en el ejército de la Francia libre, pero llegó cuatro años después.

Su familia materna, los Amor, era importante en México. Un clan famoso por sus tías: Inés, que instaló la famosa Galería de Arte Mexicano (GAM); Carito, que fundó una editorial médica, y Pita, una excéntrica poeta, a quien Diego Rivera pintó desnuda.

La autora suele repetir que sus primeros recuerdos en México son el sol de la ciudad y la cantidad de naranjas que se vendían en las esquinas. También el trato con la gente de la calle, pero la impresionó mucho la pobreza. Había mucha gente descalza por la calle.

Las hermanas Poniatowska asistieron a la Windsor School de México, una escuela inglesa que estaba en la colonia Roma, y más tarde a un internado de monjas en Estados Unidos.

Usted llegó solo hablando francés e inglés.

Aprendí español en la calle con la gente, con las muchachas que trabajaban en mi casa. Y cuando uno es joven, no se asusta de equivocarse o decir las palabras al revés.

¿Y cómo nació su vocación por escribir?

Eso fue mucho después. Cuando regresé del convento de monjas, no tenía una carrera universitaria, cosa que lamento mucho. Entrar en la Unam era difícil, porque no podía revalidar estudios del convento de monjas. Cuando entré al periódico para escribir entrevistas lo tomé como una forma de conocer más a México, más a la gente.

En noviembre, Elena Poniatowska recibió en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español de 2023, que otorga la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y la Universidad Nacional Autónoma de México. “Hoy me entregan un boleto para que pueda subir a las alas del Ángel de la Independencia, como lo hacíamos en los años cincuenta, para subir al cielo”, dijo la autora en su discurso.

Su orgullo era similar al que sintió en abril, cuando en una ceremonia en el Senado mexicano recibió la Medalla Belisario Domínguez –el máximo reconocimiento que puede recibir un ciudadano en México–, en medio de aplausos y legisladores que coreaban su nombre. “La medalla es el máximo premio que he recibido en toda la vida. Es el que me da la patria, el que me da México, mi patria”.

¿Qué lugar siente que usted ocupa dentro de la cultura mexicana?

Si tuviera pretensiones, nunca hubiera hecho periodismo.

Ay, nunca pienso en eso, no tengo pretensiones. Si tuviera pretensiones, nunca hubiera hecho periodismo, nunca hubiera ido a la cárcel, no caminaría en la calle, no hablaría. Lo que importa es mi deseo muy profundo de pertenencia, de pertenencia a México.

Durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el 2 de octubre de 1968 se produjo la masacre de Tlatelolco, en la que cerca de 300 estudiantes fueron asesinados por el ejército y el grupo paramilitar conocido como el Batallón Olimpia. Elena Poniatowska se enteró de lo ocurrido por unas amigas. Ella estaba amamantando a su hijo Felipe, y solo pudo ir al lugar en la mañana. Todo, recuerda, era una escena de guerra.

Desde ese día empezó a visitar la zona para entrevistar a personas que habían estado durante la masacre, y a los estudiantes y maestros presos.

“Los presos llegaron a hablar, porque en la cárcel todo el mundo busca una voz amiga; todo el mundo quiere contar su prodigiosa vida de verdades o su prodigiosa vida de mentiras, y todo el mundo quiere justificar, justificarse y explicarse. Además, vi a muchas madres de los jóvenes que me decían: ‘Ya me quitaron a mi hijo, ya no me pueden quitar nada más’”.

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Así, Poniatowska fue reuniendo los testimonios que luego seleccionó para armar ‘La noche de Tlatelolco‘, un libro coral de testimonios, un mosaico que reúne voces, frases escritas en los muros o que se gritaron en manifestaciones.

El libro apareció en 1971. Pese a las presiones de las autoridades de la época y el miedo de las librerías, fue un éxito. Ese año le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia, el galardón de escritores para escritores. Poniatowska no solo lo rechazó públicamente, también le preguntó a Luis Echeverría Álvarez, entonces presidente de México: “¿Quién va a premiar a los muertos?”. Fue entonces cuando empezaron a llamarla la “princesa roja”.

“Ese libro significó participar en la vida política y en la vida humana”, recuerda.

El año anterior ya había tenido otro éxito con ‘Hasta no verte, Jesús mío‘, una novela que ganó del Premio Mazatlán de Literatura. El libro narra la historia de Jesusa Palancares, una mujer de origen oaxaqueño que se casa con un militar y al quedar viuda trabaja como obrera, como sirvienta y como lavandera. El personaje está inspirado en Josefina Bojórquez, una mujer tehuana que conoció cuando caminaba por la calle.

“La escuché en una azotea hablar con otras mujeres que estaban en los lavaderos. Me impresionó la fuerza de su voz, la forma en la que ella hablaba. Le pregunté si la podía ir a visitar a su casa, pero respondió que no tenía tiempo. Le insistí hasta que llegamos a hacer una amistad”.

En sus conversaciones con Josefina Bojórquez, la escritora lavó overoles y cuidó gallinas, mientras le hablaba de la Revolución y de su trabajo como empleada doméstica.

Libros inspirados en historias de mujeres, como la de Josefina Bojórquez, hay varios en su trayectoria. También están la fotógrafa italiana y comunista Tina Modotti, protagonista de su novela ‘Tinísima’ (1992), y la pintora Leonora Carrington, que fue su amiga y sobre la que escribió en ‘Leonora’ (2011).

¿Usted se considera feminista?

Yo me considero amiga de las mujeres y preocupada por las causas sociales, y si eso se llama feminismo, claro que soy feminista.

¿Es militante?

Soy militante a través de mi escritura, y cuando me lo piden, asisto a alguna marcha, a reuniones. Hoy mismo voy a una reunión a casa de Marta Lamas (antropóloga y una de las feministas más destacadas de México)… Si eso es militante, puede llamarme así, pero recuerde que tengo una carrera, que es la del periodismo.

En ‘El amante polaco’ hay una declaración que la devela: “No escribir hubiera sido como no vivir, aunque no supiera escribir, mi vida fue y es la de la escritura”.

Es una de las verdades más importantes, es la verdad de mi vida. Para mí, primero está la gente y luego tratar de hablar del ser humano a través de las letras, de la escritura.

JUAN LUIS SALINAS T.
REVISTA YA – EL MERCURIO (CHILE) – GDA

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-01-27 23:14:11
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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