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Mariana Enríquez: la roquera de la literatura – Música y Libros – Cultura

Mariana Enríquez

Fue a comienzos de 2023 que The New York Times definió a Mariana Enriquez como “una estrella de rock de la literatura”, apreciación más que acertada si tenemos en cuenta el fanatismo que generan sus textos y la propia Enriquez, cuyo rostro aparece tatuado en la piel de sus lectores, dibujada, bocetada, pintada al óleo en obras que se nutren y se inspiran en el universo creado por la autora argentina, traducida a una veintena de idiomas y celebrada por sus novelas ‘Nuestra parte de noche‘ y ‘Los peligros de fumar en la cama‘.

Esta devoción no está lejos de lo que ella misma siente por Suede, la banda oriunda de los suburbios de Londres a la que rinde tributo en su último libro: ‘Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede‘ (Montacerdos).

Mariana no le teme ni le pesa la palabra fan, al contrario, la realza, la reivindica, ya sea desde sus posteos en Instagram dedicados a su incondicional Nick Cave, a su admirado Novak Djokovic, a sus actores de “la suerte” cuyas imágenes aparecen como cábalas en distintos momentos clave, como la presentación de un libro o las mismas elecciones.

En la tapa del libro se ve a una Mariana adolescente, sentada, con el pelo largo suelto, botas, un encendedor, una botella abierta, libros y una pila de CD. “Es una foto que ya circuló. No estaba segura de que fuera la tapa. El libro ya es bastante autorreferencial y no quería que quedara todo demasiado narciso –reconoce la escritora–. Después dije que estaba bien”.

Mido bastante lo que expongo, y lo que cuento no me importa compartirlo. Incluso me gusta.

El libro tiene una importante carga de intimidad…

No me da pudor que se sepan cosas. No tengo problemas en decir que me drogaba mucho… hay gente que tiene pudor con estas cuestiones. Mido bastante lo que expongo, y lo que cuento no me importa compartirlo. Incluso me gusta. Sí hay cosas que mantengo en privado. ¿Por qué voy a tener problemas en decir que me drogaba o que no quería tener hijos? Lo privado, lo secreto pasa por otro lado. Sé hasta dónde contar. No es que esté calculado, pero en un punto es lo que haces con la autoficción. Decides cómo, por qué y qué cuentas. Acá quería explorar el fenómeno del fanatismo y exigía un ejemplo, y ese ejemplo era yo. No quería bajar una mirada desde el periodismo cultural, me parecía aburrido. Quería explorarlo con sinceridad. Hay un montón de gente que tiene una relación intensa con los artistas. No es un fenómeno pasivo, es totalmente físico, apasionado.

Por ejemplo, en el fragmento en el que narra el día que escuchó ‘The Sounds of the Streets’, de Suede, la hizo llorar porque fue la única canción que le habló de lo que sentía al saber que no estaba embarazada…

Había alguien, en otro lado, cantando lo que estaba viviendo y eso es mágico. Fue una gran compañía. Viví un susto, tuve un atraso menstrual y pensé en cada desastre posible. Con ‘The Sounds of the Streets‘ recuerdo que me senté en la acera y lloré porque alguien me había entendido, sabían de ese sentimiento de duelo, sutil, pero que hablaba también de seguir. Suede es la banda que me acompañó en distintos momentos. Mi vida estuvo relacionada con sus canciones. Son músicos de mi edad, que viven en otro continente, en otras circunstancias, pero que están en una sintonía, urbana y sentimental. Al comienzo, me cerraba estéticamente en su androginia, una identificación que no era tan idealizada y que me abrió el juego. El fan se apropia, traduce, hace algo propio con la obra. Uno interviene con el artista, toma algo del artista, está en completa entrega con el artista, pero a la vez hace algo, se afirma en algo.

Bien dice que el fanatismo es algo muy antiguo, desde la época de los griegos…

Dionisio, el dios griego, tenía a sus fieles seguidoras, las ménades, que son las que matan a Orfeo. Cuando Franz Liszt tocaba el piano la gente enloquecía, se desmayaba, de ahí viene la Lisztomanía. Los medios de la época contaban lo que ocurría en sus shows. A Lord Byron se le tiraban encima, tenía que esconderse. Se juntaban en la puerta de la editorial para verlo, le mandaban cartas. Las mujeres le lanzaban la ropa interior, no sé cómo se sacaban los pantalones en esa época, era bastante complicado. La byronmania es una de las primeras expresiones de la cultura de la celebridad, de la cultura fangirl. Con esto no excluyo a chicos ni a personas no binarias o trans, pero sí afirmo que este fenómeno nació con las mujeres.

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Hoy usted está del otro lado. Tiene su legión de seguidores en los que se incluyen hasta sus propios “ídolos”.

Hubo una época en la que no me daba cuenta de esto. Después de que hicimos las obras de teatro me sorprendió cierta masividad. El espectáculo –hace referencia a No traigan flores– es muy sencillo, o sea, soy yo leyendo, el Mono (Horacio Hurtado) tocando y Alejandro (Bustos) haciendo dibujos con arena. Lo que quiero decir es que es una lectura decorada. Que tanta gente quisiera ver eso me pareció muy llamativo.

En su obra, en general, hay referencias al “ser fan”. Pienso en sus novelas ‘Éste es el mar’, ‘Nuestra parte de noche’; en cuentos como ‘Carne’, y en la dedicatoria de su primer libro, ‘Bajar es lo peor’, a Ian Astbury (líder de The Cult). Y ahora, en su última obra vuelve a mencionar a Astbury, esta vez para contar lo que vivió como periodista de rock y seguidora de la banda.

Es que el periodismo de rock, la crítica, siempre se puso a observar desde un lugar supertécnico, como si fuera un taller mecánico, negando la parte sentimental, como si solo interesara el estudio, la consola, lo técnico. Las veces que escribí en ese espacio intenté alejarme de lo mecánico para hacerlo más vivencial, visceral, mirar el fenómeno, porque todo eso también es parte de la música.

Hay cierto rechazo y una mirada burlona a lo emotivo, sentimental y melodramático que tiene el fanatismo, y eso me atrae.

El fanatismo es menospreciado y pareciera ser solo cosa de chicas.

Lo que las mujeres sienten por la música fue trivializado. Hay una cuestión muy patriarcal y no es que quiera caer en algo simplista, pero está esa cuestión histórica que dice que los hombres escriben desde la razón, que no se dejan influenciar por el sentimentalismo. Me interesa muchísimo este tema. Es un fenómeno social que está estudiado desde una perspectiva negativa o con miradas segmentadas. Por un lado, las histéricas; por el otro, los hinchas de fútbol, a los que sí se les permite llorar y gritar. Hay cierto rechazo y una mirada burlona a lo emotivo, sentimental y melodramático que tiene el fanatismo, y eso me atrae. Como me atrae el terror, el fandom, que son vistos como géneros menores. A las chicas del rock, además, por mucho tiempo se las puso en el lugar de groupie. A Marianne Faithfull, que es una gran artista, la siguen recordando como la novia de Mick Jagger. Es misoginia. Lo que digo es: ser groupie no es un problema, puedes tener sexo con quien quieras, el problema es que esa misma cultura hizo que, en muchos casos, los hombres creyeran que tenían la libertad de faltarles el respeto a esas chicas, a las fanáticas, tratarlas como cuerpos disponibles, cuerpos de los que se podía abusar.

“Desde que juntas seguían por las colinas a Dionisio”, escribe usted en el libro…

Con el show de los Backstreet Boys entendí lo estúpido que es despreciar a las fans. También es cierto que el pop nunca le interesó al periodista de rock y eso va más allá de los Backstreet, que a mí no me gustan. Tardó mucho en ser tomado “en serio”. Fueron muy pocas las veces que leí una reseña seria de un disco de Madonna, de Britney o de Taylor Swift. Recién ahora le ponen atención a Taylor porque están obligados a hacerlo. Es la mujer más famosa del mundo e intentan explicar un fenómeno sin escuchar las canciones, que son buenísimas. Y esto pasa no solo porque es una chica, sino porque las fans son chicas y gais. Pasa hasta con Billie Eilish. Lees una nota sobre ella y te aclaran que es ‘buena también’. ¿Eso lo dirían con un varón? Hubo una época en la que ni a Bowie le ponían atención, muy, demasiado andrógino. De la primera banda de la que fui fan fue de Duran Duran. Ellos apostaban por los jóvenes, los adolescentes. Son buenísimos, no se trata de un grupo complejo, tiene canciones más triviales, con su propio universo y eran lindos, ¡qué problemón! Sí, eran lindos de una manera que resultaba amenazante para toda esa estructura. Guapos andróginos. Hay algo de esa estética que rápidamente es despreciada.

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Resulta fascinante leer ahora en este contexto ‘Las Ménades’, el cuento de Julio Cortázar al que usted hace referencia y destaca algunos pasajes.

El narrador, que claramente es Cortázar, desprecia toda esa cuestión de las fans y le da al cuento un tono de terror, que es un poco condenatorio. Está el artista que cae en un tema peligroso como el ‘fan service’, y ellas, que se ponen histéricas, llevan la situación hasta lo más extremo, a algo sobrenatural. Al tipo, al maestro, al artista, se lo devoran en el escenario. Cortázar elige un personaje que sanciona al otro, que le dice a esta gente que está mal lo que les gusta, pero a ellos no les importa lo que él diga porque se lo van a comer igual y van a sentir placer, cosa que él no. No llega al placer. Cortázar escribió una fanfiction. Piénsalo. El perseguidor es una fanfiction. Julio Cortázar imagina la vida de Charlie Parker. Es lo que hacen las chicas cuando agarran a Harry Styles y cuentan que le dio asma en el escenario y que lo tienen que internar… Doy un ejemplo de más baja calidad, pero es lo mismo, es tomar a un personaje, un ídolo, e imaginar. Incluso Cortázar comete algunos “errores”, entre comillas. En el cuento, a Parker lo hace fumar marihuana, en lugar de decir que se pinchaba con heroína. Hay ciertas cosas inocentes, naífs, y me parece delicioso. Cortázar adoraba a Charlie Parker y hace que se descontrole por fumar unos porros.

No podemos parar de censurar la felicidad del otro. Es insoportable ese imponer castigo al placer.

Fue en tiempos de crisis, la de 2001, cuando explotó todo y usted decidió apostar por el “placer”.

Gasté mis ahorros y me fui a ver a ‘Manic Street Preachers’ a Cuba. El fandom estaba dividido, se discutía si la banda debía tocar o no para Fidel Castro en su primera visita a la isla. No lo pensé dos veces, saqué el pasaje y lo viví. Después cuando volví todo era una locura, el Corralito, a mí no me afectaba, me lo había gastado todo. La pasé mal como todo el mundo, pero lo de Cuba no me lo olvido más. Por eso me enoja… Hace poco un taxista estaba escuchando una emisora, no me acuerdo cuál, donde criticaban a los jóvenes, las swifties que estaban acampando, “que vayan a trabajar…”, decían. ¿Trabajar? Tienen 15, son menores, dejen que sean felices, no pasa nada, no van a perder el año en la escuela. Con suerte van a tener escuela el año que viene. No podemos parar de censurar la felicidad del otro. Es insoportable ese imponer castigo al placer.

En un párrafo usted escribe: “A mí, que amo a Nick Cave y escuché cientos de canciones sobre violencia sexual y masculinidad bruta y asesinatos de mujeres, no me espanta en absoluto, pero hay fans a los que les ‘cuesta’ ”. Con este fragmento, claramente, toma una posición cuando se pregunta si es posible separar la obra del autor.

Es imposible. Cuando hay un dilema así, del tipo ideológico, ético, trato de pensar operativamente. Digo, ¿cómo hacemos esto? Agarro un libro y antes de empezar a leerlo entro a Google a ver los antecedentes penales del señor o la señora en cuestión. ¿Y qué hago si en ese momento no están los antecedentes? Leí el libro, me gustó, pero después de tres años aparecen esos datos que no estaban o no se conocían. ¿Tiro el libro? ¿Me castigo por haberlo leído? No entiendo cómo se hace. Las personas convivimos con dilemas éticos, con conductas sancionables, todo el mundo tiene una parte oscura, algunos más que otros. Pero pensar que solo tienes que consumir el arte hecho por almas bellas no es razonable. No es creíble. Hay un caso, por ejemplo, que ocurrió hace poco, el de Flannery O’Connor, una escritora muy amada, leída por las feministas, reconocida. Después de mucho tiempo aparecieron unas cartas que estaban guardadas, donde ella, muy libremente, hablaba de su racismo. ¿Qué hacemos con Flannery O’Connor? ¿Qué hacemos con todo lo que dijimos de ella en los talleres literarios, donde la leímos y aprendimos a escribir como ella y planteamos si era mejor que Faulkner? Lo que ahora sí sabemos es que Faulkner era menos racista.

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¿A usted qué le pasa con esto?

Me gusta saber que Flannery era racista, me ayuda a leer su literatura con otra luz. Era una mujer de su época y era una mujer brillante. Tú no sabes el infierno que tiene el otro en la cabeza, lo que está pensando de verdad. Yo, ahora, que estoy en esta casa, en Costa Brava, haciendo mi primera residencia como escritora me lo pregunto. Acá, en esta casa Truman Capote corrigió ‘A sangre fría’. Leila Guerriero escribió sobre su estadía porque no solo estaba tratando de terminar el libro. Hay un dilema ético, él sabía cuál era el mejor final para su libro: que los mataran. Truman había hecho amistad con uno de ellos, algo más que amistad, no sé si enamoramiento, pero sí, una atracción. El dilema de Truman en esta casa era justamente saber que el mejor final para su libro era que los matasen, que los condenaran a la pena de muerte. Ellos mataron gente y el Estado los mató a ellos. Pero lo de Capote fue profundamente perverso, desear que los tipos mueran para que su libro fuera un gran libro, un éxito editorial. Y así fue. En este paisaje maravilloso, de la Costa Brava, con el azul del Mediterráneo, Capote estaba perdiendo su alma, básicamente por un libro. ¿Valió la pena? Es ‘A sangre fría’, una de las obras que dio origen al periodismo moderno. La esencia misma del arte tiene un porcentaje de oscuridad y el límite, por supuesto, lo puede poner cada uno. No vas a encontrar a casi a nadie que llene esos estándares puritanos de comportamiento. El artista deja una obra.

FABIANA SCHERER
LA NACIÓN (ARGENTINA) -GDA

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-01-13 23:29:52
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura

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