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‘Un hombre puede reencarnar en el cuerpo de una mujer y al revés’: Abby Stein

'Un hombre puede reencarnar en el cuerpo de una mujer y al revés': Abby Stein

Abby Stein es una activista transgénero, escritora y ordenadora rabínica que a los veintiún años empezó a transitar hacia una nueva experiencia de vida: se rebeló contra las formas tradicionales de su religión y se convirtió en la primera mujer de la comunidad jasídica en admitir su transexualidad. Nueve años después de hacer su transición física –y cuatro desde que retomó su camino como rabina– hoy es una líder con reconocimiento internacional. Stein, además, hace parte del grupo Rabbis4Ceasefire (Rabinos por el Cese al Fuego), una poderosa voz de cara al conflicto que viven israelíes y palestinos. Entrevista de Revista BOCAS.

Para Abby Stein (Nueva York, 1991) todo cambió el día que nació su hijo. El doctor, como es costumbre, anunció la noticia más esperada: “Mazel Tov! ¡Es un niño!”. Ella, confundida y aterrada, respondió: “¿está seguro?”. Con veinte años, había pasado toda su vida riñendo con el género que le asignaron. Había recibido la crianza propia de un hombre, era descendiente directo del rabino Israel ben Eliezer, también conocido como Baal Shem Tov, fundador del jasidismo: una corriente que estudia el misticismo judío, que nació en la hoy Ucrania del siglo XVIII y que más adelante se hermanó con la ortodoxia surgida en los mismos años.

Stein fue el primer varón de una familia de 13 hijos.

Foto:Benyamin Reich / Revista BOCAS

Su lugar estaba cantado desde su nacimiento como el primer varón de una familia de trece hijos. Debía seguir la educación religiosa y un estilo de vida a imagen y semejanza de la que vivió el patriarca tres siglos atrás. Debía ordenarse como rabino, llevar el sombrero y las ropas como los hombres Vizhnitz –la secta a la que pertenece su familia–, aspirar a ser un líder como su padre, su abuelo y los que vinieron antes que ellos. Pero ahí, en ese momento culminante, con su hijo en brazos y sintiendo un amor que jamás había sentido, susurró al oído de su bebé: “me voy a asegurar de que tengas una mejor vida de la que tuve yo”.

A sus veintiún años y gracias al apoyo que recibió de Footsteps, una organización que ayuda emocional y financieramente a personas que quieren abandonar el universo ortodoxo, Abby (que hasta entonces se llamaba Yisroel Avrom Stein) empezó a transitar hacia una nueva experiencia de vida. Una no sólo secular, sino en la que por fin pudo ser una mujer en dignidad. Se separó de su esposa, cambió de sexo y se operó. La niñez y la adolescencia habían sido años de preguntas sin respuesta, de rebelarse contra las formas tradicionales de una comunidad en la que la segregación sexual determina los espacios que pueden ser habitados por hombres y mujeres, cómo se relacionan, así como la educación a la que pueden acceder. A los hombres les cortan el cabello a los tres años, van a la Yeshivá (centro de estudios ortodoxos), son proveedores. Las mujeres deben recogerse el pelo con trenzas, taparse las piernas con medias de colores sobrios a la edad de casarse y luego cubrirse la cabeza una vez están casadas. A los dieciocho años, su familia arregló con una familia del mismo abolengo un matrimonio que fue feliz mientras duró. Sin embargo, a pesar de lo prometedor que parecía su futuro, el día de su boda lamentó no ser ella la novia.

Stein hace parte de un grupo que pide el cese al fuego en el conflicto que viven israelíes y palestinos.

Foto:Benyamin Reich / Revista BOCAS

Once años después de salir de su comunidad en Williamsburg, Nueva York, nueve desde que comenzó su transición física y cuatro desde que retomó su camino como rabina, Abby es hoy una líder con reconocimiento internacional. Desde crear espacios de encuentro para mujeres que han dejado sus comunidades religiosas sin discriminar el credo, hasta abogar activamente por la visibilización y el respeto de las vidas trans y no binarias, ha encontrado en su rol como rabina una oportunidad para el activismo. En el camino ha recibido algunas indulgencias. En el 2019 fue extra en la serie de Netflix Unorthodox, lo cual le dio la oportunidad de cumplir un sueño de infancia, personificar a una mujer ortodoxa con la ropa de las mujeres que la rodeaban cuando era una niña. También fue retratada por la prestigiosa fotógrafa Annie Leibovitz. Ese mismo año, lanzó su libro de memorias Becoming Eve: My Journey from Ultra-Orthodox Rabbi to Transgender Woman, que pronto se convirtió en un best seller.

En años más recientes, sumó a su activismo críticas contra el gobierno de Israel, país del que es ciudadana porque parte de su familia paterna vive, desde generaciones que preceden la fundación del Estado, en Jerusalén. Cuando comenzó la guerra en curso entre Israel y Hamas, Abby –junto a varios colegas– organizó el grupo Rabbis4Ceasefire (Rabinos por el Cese al Fuego) como una forma de expresar el duelo colectivo y demandar el fin del conflicto. En los últimos meses han organizado protestas, interrumpido una reunión de la Asamblea General de la ONU, y junto con otras organizaciones religiosas realizaron una caminata por la paz entre Filadelfia y Washington que duró seis días. En una manifestación durante la primera noche de Hanukkah del 2023, Abby dio un discurso: “Quiero destacar el coraje de muchos judíos trans y queer que estamos aquí rechazando que se use nuestra identidad como arma de guerra contra gente palestina que vive en territorios ocupados. Estamos aquí para compartir una visión más esperanzadora para nuestros hermanos y hermanas cuir de Israel y Palestina”. Actualmente, Abby hace parte del equipo rabínico de una sinagoga en Manhattan.

Usted creció en una comunidad segregada por el género y en una familia con prestigio ancestral. ¿Cómo era esa familia que según cuenta vivía la doble condición de ser muy tradicional y también amorosa?

Cuando tenía cuatro años, mi madre tenía un cofre en el baño donde guardaba sus ganchos para el pelo. Yo tomé un gancho y me pinché (el pene) porque quería quitármelo. Mi madre me encontró y empezó a gritarme. Recuerdo estar temblando. No sé bien qué hizo mi madre, pero lo que sea que hizo me dio a entender que de eso no se hablaba. La siguiente vez que hablé con alguien sobre mi género fue con un novio que tuve cuando era adolescente en la escuela, doce años después. He pasado mucho tiempo pensando en si mi familia era realmente amorosa, especialmente desde que escribí el libro. En el contexto de la comunidad jasídica, mis padres eran increíbles, pero la comunidad como un todo, y sin pensar en la particularidad de cada individuo, sí tiene un problema. Comenzando por reconocer que el trauma emocional es real o que el castigo físico que imponen padres y profesores no es normal.

¿Cómo fueron esos años de la infancia y la adolescencia?

Mucha gente me dice “seguro luchaste mucho con tu género”, pero la verdad es que era el género luchando conmigo. Mi lucha estaba en entender por qué los demás pensaban que yo era un niño. Esa lucha se manifestó en muchas formas: en una oración que rezaba todas las noches pidiendo que los demás por fin notaran que yo era una niña. O después, cuando investigué cómo funcionaban los trasplantes para saber si era posible tener un trasplante de cuerpo. Cuando tenía doce entendí que había dos partes de mí que definían lo que hoy puedo llamar identidad: una era mi género y la otra era el judaísmo. Y aquí es importante señalar, sobre todo para las personas que no vienen del mundo judío, que hasta las personas más religiosas dentro del judaísmo entienden que el judaísmo va más allá de la observancia, hasta la persona más secular sigue siendo judía. En todo caso, recuerdo pensar que las mismas personas que decían que yo tenía que comportarme de cierta forma, porque era lo que dios quería y lo que decía la Torá, eran los mismos que se negaban a reconocer quién era yo, ¿por qué les creería? 

Mientras leía su libro sentía que era como leer una capa de Nueva York que es distinta al imaginario que tenemos de la ciudad.

Hay un chiste que repetí varias veces: aunque crecí en NYC, se sentía como si estuviera creciendo en algún lugar del este europeo en el siglo XVIII. Parece una contradicción, pero esa es la belleza y el poder de esta ciudad. Les permite a comunidades como la jasídica no sólo sobrevivir con su singularidad intacta, sino prosperar. Fue justamente eso que hizo que el jasidismo se asentara en NY, lo que me permitió sobrevivir la disforia de género y luego encontrar una nueva comunidad, amor y algo de éxito. Porque yo no fui criada en el siglo XVIII, sino en una comunidad que glorifica un mito del siglo XVIII. Eso es algo que sólo puede pasar porque ocurre en la Nueva York del siglo XXI. Eso quiere decir que mi crianza jasídica tiene tanto que ver con mi identidad neoyorquina como tiene que ver con mi identidad trans. Es una contradicción, ¿cierto? En el mismo Williamsburg conviven el mundo hípster y el jasídico, porque son las mismas cosas las que atraen a ambos grupos. 

«Mi lucha estaba en entender por qué los demás pensaban que yo era un niño».

Foto:Benyamin Reich / Revista BOCAS

¿Cómo fue cambiando su mirada sobre la comunidad y su relación con la vida secular a medida que iba creciendo?

Cuando tenía entre diez y doce años, mi padre me dijo que no todo el mundo era judío. Me sorprendió porque yo pensaba que todo el mundo era judío y que la mayoría de los judíos eran jasídicos. No sabía que el judaísmo reformista era el movimiento más grande en Estados Unidos. A mí me enseñaron sobre la historia de la separación de ortodoxos y reformistas en medio del imperio austrohúngaro en el siglo XIX. Pero fue enseñado como si ese movimiento hubiera existido hace trescientos años y luego desapareció. Cuando salí me di cuenta que el mundo jasídico representa alrededor del 5 por ciento de la población judía de Estados Unidos y la reformista representa el 35 por ciento.

Cuénteme sobre el texto cabalístico que habla sobre la reencarnación de las almas.

Sí, lo encontré cuando tenía dieciséis años y recuerdo que era un viernes en la mañana y leía uno de los varios libros del siglo XVI que contienen las enseñanzas de Isaac Luria, el Ari (el León), quien es considerado el padre de la Kabbalah moderna. Uno de esos libros se llama La puerta a la reencarnación (Shaar HaGilgulim). Es un libro dedicado al entendimiento de las almas y básicamente habla sobre el género de las distintas almas y cómo, si traduces palabra a palabra, “un hombre puede reencarnar en el cuerpo de una mujer y al revés”. Para mí eso fue un momento muy emocionante porque era la primera vez que tenía un pedazo de información que le daba sentido a mi experiencia; fue muy poderoso.

¿Qué significaba para usted ser mujer y cómo esa noción se nutría de su comunidad?

La oración que solía rezar pedía lo que para mí era ideal entonces: ser una ama de casa y tener muchos hijos. Existe la idea de que era mejor tener hijos varones, pero yo quería tener niñas y en mi cabeza negociaba con dios y le decía que estaba bien, que tendría varones si se me concedía mi deseo. Hasta la fecha, los viernes en la noche, mi madre usa –para la cena de Shabat– una pequeña corona que es muy única. Sólo tres familiares rabínicas todavía las usan. Yo fantaseaba con usar una y cubrir mi cabeza. Las mujeres casadas se cubren la cabeza y las solteras, en mi familia, siempre usan trenzas. Todo depende de la secta o la familia a la que perteneces. La mayoría de las mujeres jasídicas, por ejemplo, usan medias beige. Mi familia usa medias negras.

«Rezaba todas las noches pidiendo que los demás por fin notaran que yo era una niña».

Foto:Benyamin Reich / Revista BOCAS

Entiendo que el nacimiento de su hijo marcó un punto de no retorno. ¿Fue así?

Sí, pero no fue sólo eso, era algo que iba creciendo. Yo pienso que es costumbre darles un género a las personas casi que en el momento de la concepción. En la comunidad la costumbre es no preguntar, pero siempre quedaba la pregunta sobre qué comprarle al bebé, si algo rosa o algo azul. El nacimiento me hizo pensar ‘¿cómo puedo darle una mejor vida si yo no sé quién soy?’ Esto lo he hablado con mucha gente que se acerca a mí para buscar consejo. Muchos no quieren ser malos hijos o malos padres. Y yo siempre respondo que para ser un buen familiar primero hay que ser. Algunas personas dirán, tienes que poner a tu familia y comunidad por encima de todo. Yo no creo que eso esté mal, sino que es imposible.

¿Y qué pasó después?

Bueno, yo era muy abierta con mi ex, no sobre el género sino sobre la religión. Siempre fui muy clara con que no podía seguir viviendo ese estilo de vida porque no creía. Lo que nos rompió realmente vino después de que yo dejara la vida religiosa. Hacia el año 2013, ella estaba en terapia con una persona que cumplía el rol de terapeuta en la comunidad y un día les dijo a sus padres que si ellos no hacían algo pronto nos íbamos a ir los dos. Eso en parte era cierto. Así que un día llegaron a nuestra casa y dijeron que se la iban a llevar, después de discutir decidimos que iríamos todos a dormir a su casa. Yo salí en la mañana, después de haber hablado con ella sobre los planes del resto del día. Cuando regresé habían cambiado la cerradura y no volvió a contestar el celular. Eso fue todo, eso fue el final. Tres meses después de nuestro divorcio, ya estaba casada en otro matrimonio arreglado.

¿En qué momento les reveló su género a sus padres?

Tres años después de la separación. Primero me gradué de bachillerato y luego ingresé a Columbia. Lo primero que me sorprendió del mundo secular fue el nivel de sexismo porque yo pensaba que ese era un problema de la religión. En muchos sentidos, salir de la comunidad y hacer el tránsito son procesos muy parecidos. Pero tienes que entender que el 2012, el año en el que creé mi primer perfil como mujer en el mundo virtual, era un universo distinto. Fue antes de eventos que hicieron que el mundo tuviera la consciencia que tiene hoy sobre las vidas trans. Salió el show Orange Is The New Black, por ejemplo, y aunque no estemos de acuerdo con lo que dice y piensa Caitlyn Jenner, su salida del clóset en la portada de la revista Vanity Fair sí cambió algunas cosas. En el verano del 2015 hubo un cambio de paradigma. Pero mientras eso pasaba yo seguía confundida. Así hasta el 2014 que tuve una crisis mental, y como tenía tanta resistencia, nunca había ido a terapia. Tomé las tres sesiones gratuitas que ofrecía la universidad y fui totalmente transparente con la terapeuta, que además fue genial conmigo. En la última reunión me preguntó: “¿alguna vez has escuchado el término ‘tránsito’?”. Me puse muy brava y me fui. Cuando el ciclo de la crisis empezaba de nuevo unos pocos meses después, me di cuenta de que esto no iba a funcionar. Así que, en vez de ir a terapia, fui al Centro LGBTI de la universidad. Ahí me ofrecieron varias sesiones gratuitas, pero cuando me dijeron lo mismo que la terapeuta anterior, dejé de ir. Estaba aterrada. Ya había pasado por muchos cambios, pero nada. Luego regresé al Centro, retomé las terapias, recibí la prescripción para empezar a tomar hormonas. Mi transición física empezó en septiembre del 2015. A finales de ese año ya era inocultable y decidí decirles a mis padres. Primero a mi padre, quien dijo que ya no podríamos volver a hablar, y luego a mi madre. 

Entonces la vida se volvió más fácil.

Yo pienso que sí. En el nivel más fundamental, sí. Hay problemas que tenía antes de hacer la transición que no volvieron a ocurrir, incluida la depresión. Pero después de decirles a mis padres, dejaron de apoyarme financieramente. No tenía casa, me echaron del lugar donde estaba viviendo. Pasaba de un sofá al otro cada semana. A pesar de eso, no hay un solo día que me arrepienta; sólo me arrepiento de no haberlo hecho antes.

¿Qué pasó con su carrera rabínica?

Las rabinas no somos como un sacerdote o un pastor, somos educadores. Recibes un certificado que dice las palabras: ahora puedes enseñar y puedes gobernar. Cuando tienes ese certificado ya no se trata de si pierdes el título, porque no se puede perder, sino de que la gente te acepte. Quien me dio el certificado dijo en algún momento después de mi tránsito que ya no era válido, pero eso no es cierto. En términos legales, yo estoy certificada ante el estado de Nueva York. Pasé años alejada del oficio, en parte por el sexismo implícito en la idea de que es una tarea de hombres. Eso es una mentira y ahora lo sé porque conozco más rabinas mujeres que hombres.

¿Cómo regresó a la vida religiosa?

Es una pregunta difícil porque no me gusta decir que regresé. Si te imaginas la observancia religiosa como un círculo y te pones muy brava y destruyes el círculo, lo que pasó conmigo fue que recogí algunos pedazos de ese círculo y creé uno nuevo. Es como veo mi práctica; no soy una persona religiosa, yo celebro el judaísmo. Estudié en un centro en Jerusalén antes de volver a trabajar como rabina. Eso me ayudó a llenar muchos de los vacíos que tenía y a tener la experiencia que los rabinos y rabinas no ortodoxos tienen. La primera vez que acepté que podía hacer algo bueno con mi preparación fue en la Marcha de las Mujeres del 2019. Hubo mucha controversia alrededor de la marcha alrededor de una de las cofundadoras, Linda Sarsour, una mujer musulmana y palestina. Yo la había conocido el año anterior y tenía claro que no era, como se decía, antisemita. Así que, en el 2019, ella me pidió que me uniera a la junta de la Marcha. En ese evento hablé en vivo para miles de personas y fue la primera vez que noté el poder enorme que tenía la palabra, estudiarla, cuestionarla. Cuando retomé no estaba pensando en acceder a un puesto en una sinagoga, sólo quería hacerlo por el activismo que hay en ser rabina: hacer del mundo un lugar mejor. Hasta cierto punto, creo en lo que leí de un libro: ‘el único judaísmo auténtico es el que reconoce que no hay un judaísmo auténtico’. Piensas en el judaísmo tradicional, comienza con las doce tribus. En el misticismo se cree que hay diferentes paraísos y diferentes formas de llegar a él. Siempre hemos sido un pueblo diverso.

Y, ¿cómo es su relación con Israel?

Lo que hace Israel no debería estar justificado por el hecho de ser un Estado judío. No pienso así en parte por donde crecí (una comunidad no sionista), pero sobre todo porque no tiene sentido. Mientras estudiaba en Jerusalén hice un tour por el West Bank, que se llamaba Breaking the Silence. Es un grupo de israelíes que se encargan de enseñar sobre el daño que le han hecho el ejército y la ocupación al pueblo palestino. Entre más profundizaba, más entendía sobre la violencia y la opresión. Hace mucho tiempo mi activismo incluye ser crítica con Israel, pero a la vez es un lugar que amo, al que he ido más de treinta veces. Una de las cosas más difíciles fue mantener mi amor por esa tierra, donde viven tantos amigos y familiares, mientras las acciones se hacían cada vez peores, y luego llegó el octubre 7.

Muchas ciudades de Gaza han sido reducidas a escombros por el ejército israelí.

Foto:Getty Images

¿Cómo fue para usted el 7 de octubre?

La noche anterior recibí algunas notificaciones que decían que estaban lanzando cohetes y estaba el rumor de que el ataque buscaba esconder algo más grande que estaba ocurriendo. Cuando escuché sobre la fiesta que fue atacada supe que dentro de las víctimas podía haber gente que yo conocía. Y sí, cuatro personas que conocía estaban desaparecidas y luego supimos que habían sido asesinadas. Fue muy duro. Mi reacción es algo que aún no he podido poner en palabras. No lo digo para justificar el asesinato de personas inocentes o el secuestro, eso es un crimen sin importar lo que el gobierno de su país haya hecho, pero uno de los primeros pensamientos que tuve fue: “¿qué estaban pensando?, ¿cómo creían que iban a mantener dos millones de personas en una cárcel a cielo abierto y que nada iba a pasar?”. Como judíos sabemos lo que es vivir sitiados, que no es posible quebrar un pueblo a través de la opresión. Sabemos por experiencia que así no funcionan las cosas. 

Entonces se unió a Rabbis4ceasefire (Rabinos por el Cese al Fuego).

El 9 de octubre nos reunimos un grupo de colegas tratando de encontrar la mejor forma de hablar sobre esto. Estábamos aterrorizadas porque sabíamos que ese dolor intenso que estábamos sintiendo iba a ser usado para asesinar a miles de personas. Esa fue la primera vez que lo dije: como estadounidenses tenemos la responsabilidad de usar nuestras voces para empujar a nuestro gobierno, porque Israel no puede matar a miles de personas con el apoyo de Estados Unidos. De esa reunión salimos algunos con la intención de hacer algo. Lo primero fue hacer circular una carta que fue firmada por unas veinte personas. No éramos tantos. Fue difícil porque con la propaganda que había incluso decir “cese al fuego” era condenable. El primer evento fue en Washington con una marcha y una rueda de prensa, después de eso la gente empezó a sumarse y vimos el poder que esto podría tener. Ahora tenemos doscientos noventa y tres rabinos y rabinas de todas las denominaciones.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-04-07 20:48:21
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura

Publicado en Cultura

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