Menú Cerrar

El físico más iconoclasta, brillante y ligón del siglo XX: Richard Feynman

El físico más iconoclasta, brillante y ligón del siglo XX: Richard Feynman

En diciembre de 1999 la revista Physics World mandó un cuestionario a 250 físicos donde se les pedía, entre otras cosas, que mencionaran a las cinco personas que hubieran hecho la contribución más importante a la física: Feynman apareció en séptimo lugar, detrás de Einstein, Newton, Maxwell, Bohr, Heisenberg y Galileo. Muchos físicos se asombraron que su brillante colega hubiera sido encumbrado a la altura de un Einstein. Uno de los más pasmados fue el Premio Nobel de Física Murray Gell-Mann, antiguo colega de Feynman y quien se ganó un puesto en la historia de la física por poner orden en el zoo subatómico al formular su teoría de los quarks, los ladrillos con los que se construyen protones y neutrones, entre otras partículas. Durante años una de las clásicas preguntas entre los físicos era “¿Quién es más inteligente, Murray o Dick?”.

Un vistazo a la librería del Instituto Tecnológico de California en Pasadena, donde Feynman trabajó hasta su muerte, basta para comprobar lo que su nombre significa. En los estantes podemos encontrar copias de sus grandes éxitos. Allí se venden las palabras de quien es considerado por muchos como el mayor físico de la segunda mitad del siglo XX. Podemos escoger entre tres biografías, los dos tomos de sus recuerdos autobiográficos, una colección de sus dibujos, grabaciones con sus actuaciones tocando los bongos… Desde su muerte en 1988 lo que podría llamarse la “industria Feynman” no ha dado muestras de cansancio: libros recientes como Seis piezas fáciles, Seis piezas no tan fáciles, La conferencia perdida de Feynman, o sus famosas The Feynman Lectures on Physics, un pack en tres volúmenes de las clases de física elemental que impartió a principios de los años 1960 y que en 2005 fue reeditado y ampliado, algo inaudito en lo que es un libro de texto. Todo ello demuestra que estamos ante un personaje muy especial.

Feynman tocando los bongos. Foto: Wikimedia

Parte de esta fascinación que generaciones y generaciones de físicos han tenido por su figura se explica en parte gracias a ese encanto personal que destilaba, capaz de fascinar, incluso después de muerto, a ambos sexos por igual. De curiosidad insaciable, su obituario le recuerda como “el físico teórico más original de nuestro tiempo”, “extraordinariamente honesto consigo mismo y con cualquier otro”, “no le gustaba ni la ceremonia ni la pomposidad”, “era extremadamente informal”. De todo ello no hay duda alguna: ha sido el más iconoclasta, brillante e influyente físico del último medio siglo. Fue uno de los que desenmarañó la teoría cuántica, el inventor de los hoy ubicuos diagramas que llevan su nombre, bullicioso y pachanguero como pocos, músico de bongos autodidacta y un brillante narrador de historias, sus propias historias. Su forma de ver el mundo de los átomos, de reinventar la teoría cuántica, se ha convertido en un estándar en la física y ha permitido los avances en la comprensión de la materia que hemos visto en los últimos 60 años.

Un físico poco común

Feynman no fue un físico convencional. Ni quiso serlo. Mientras todos sus colegas viajaban a Europa cuando salían por primera vez al extranjero, él se marchó a Brasil. Vivió intensamente el amor con dos de sus tres esposas, Arline y Gweneth, pero también amó a muchas otras mujeres: bailarinas y prostitutas, estudiantes y esposas de colegas, ligues pasajeros en sus viajes a congresos científicos en el extranjero… Tenía una mesa reservada en un club de strip-tease cercano a su querido Caltech y las clases se llenaban de estudiantes y colegas para escuchar cómo su mente enfocaba de manera diferente la física de toda la vida. Pocas veces leyó los artículos de sus colegas pues le gustaba llegar por él mismo a las conclusiones que otros habían pensado. Nunca se fio de una idea que él no hubiera deducido a partir de primeros principios, el sello de todo su trabajo, una peligrosa virtud que a veces conduce al error y a la pérdida de tiempo. Pero no en él: «Dick podía con todo porque era condenadamente brillante», confesó en cierta ocasión un físico teórico. «Podía subir el Mont Blanc descalzo».

Feynman trabajó en el proyecto Manhattan. Foto: Istock

Dos eran sus frases-fetiche, que tenía escritas en la pizarra de su despacho: “Lo que no puedo crear no lo entiendo” y “Aprende cómo resolver los problemas que han sido resueltos”. La física era su pasión; toda la física. Su trabajo fundamental, y por el que recibió el Premio Nobel, lo realizó en el abstruso campo de la física cuántica, pero también hizo fundamentales contribuciones en la física de la materia condensada. Para él la ciencia estaba en continuo cambio, que comparaba con la forma de las nubes: “las miras y no parecen cambiar, pero si vuelves a hacerlo después de unos minutos ves que todo es diferente”.

La forma de pensar de Feynman

Feynman exploraba los caminos que ya habían sido recorridos por otros, pero desarrollaba una serie de ingeniosas técnicas matemáticas que, unidas a profundas intuiciones físicas, modificaban la manera de entender y de trabajar en ese campo. Su forma un tanto caótica de trabajar no pasaba por el formalismo matemático de axioma-teorema-demostración. Literalmente, Feynman intuía cuál era la situación y la comprobaba una y otra vez, en todas las situaciones posibles. Sin embargo, su interés último no era ser original sino no estar equivocado. “Siempre he estado preocupado por la física”, decía. “Si la idea me parecía asquerosa, decía que era asquerosa. Si parecía buena, decía que era buena”.

Una de las grandes habilidades de Feynman era estar concentrado durante horas en un problema, algo que a sus padres les preocupaba cuando era un adolescente, cuando dedicaba parte de su tiempo a arreglar las radios descompuestas de sus vecinos. Las abría y se quedaba mirándolas, intentando comprender qué era lo que había fallado. No es de extrañar que entre sus vecinos corriese la voz de que arreglaba las radios pensando. Al poco de terminar su tesis doctoral un equipo del Proyecto Manhattan se encontró con él en Chicago, donde resolvió un problema que les estaba llevando de cabeza durante un mes. Pero lo que les impresionó no fue tanto esa hazaña intelectual como su imagen poco profesional: «Era patente que Feynman no se había forjado en el mismo molde que la mayoría de los jóvenes universitarios de la preguerra. Tenía las expresivas posturas de un bailarín, el discurso rápido que pensábamos había en Broadway, las frases hechas de un estafador y la verborrea de un caradura».

Feynman y la NASA

Pero lo que convirtió a Feynman en una figura pública, más allá del reducido mundo de la comunidad de físicos, fue su presencia en el comité que la NASA creó para investigar el accidente del transbordador espacial Challenger en 1986, dos años antes de su muerte. En él, un enfermo Feynman actuó de la misma forma que había hecho en ciencia: no fiarse de nada que él no hubiera estudiado personalmente. Así que en lugar de leerse páginas y páginas de informes anónimos se puso a entrevistar a ingenieros y científicos de la NASA, e hizo los experimentos que consideró oportunos hasta que estuvo seguro de cuál había sido el fallo.

Desastre del Challenger. Foto: NASA

Su momento de gloria llegó en una de las sesiones públicas de la comisión. En ella realizó un pequeño experimento. Sospechaba que la causa del accidente se encontraba en un pequeño defecto que tenían las juntas de goma que se usaban para sellar los tanques de combustible (conocidas técnicamente como O-ring por su forma característica): sometidas a bajas temperaturas no recuperaban con facilidad su forma inicial y durante unos pocos segundos, justo durante el encendido de los motores, no ajustaban perfectamente debido a la dilatación del tanque y se producía una pequeña pérdida de combustible que demostró ser fatal: en las fotografías tomadas durante el accidente se pudieron ver llamas salir por el lugar donde estaban esas juntas.

Así que Feynman, delante de todos los periodistas y las cámaras de televisión, comprimió con unas tenazas una de las pequeñas juntas de goma, para simular la situación real en el transbordador, y la metió unos segundo en un vaso con hielo para demostrar que, sometidas a las bajas temperaturas que se habían alcanzado la noche previa del lanzamiento, no se recuperaban como se esperaba. Al terminar la demostración Feynman no salió muy seguro de que la sesión hubiera convencido a nadie, pero había subestimado la perspicacia de los periodistas. Esa noche todos los telediarios dieron la noticia: la causa del accidente estaba perfectamente clara y Feynman se convirtió en un héroe para todos los norteamericanos.

Tras su muerte se escribieron muchos epitafios, pero quien mejor expresó su legado fue Julian Schwinger, su rival científico más preeminente en el tiempo de las postguerra y con el que compartió el Premio Nobel: «Un hombre honesto, el más destacado intuitivo de nuestra era y el principal ejemplo de lo que puede encontrar en la playa cualquiera que desee seguir el ritmo de un tambor diferente».

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-06-17 14:29:01
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades