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El corredor del lago Ládoga, el Camino de la Vida en Leningrado

El corredor del lago Ládoga, el Camino de la Vida en Leningrado

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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El 8 de septiembre de 1941, dio comienzo una de las mayores atrocidades perpetradas por los nazis en el frente del Este, el asedio más cruel de la Segunda Guerra Mundial: el sitio de Leningrado. Ese día, los alemanes finalizaron el cerco y bombardearon la ciudad, incluido su almacén de comida más importante. Quedaron encerrados en ella unos tres millones de personas, en su mayoría mujeres y niños (de estos, unos 400.000), y alrededor de 200.000 soldados dispuestos a defenderla.

El Camino de la Vida fue un improvisado cordón umbilical en el helado lago Ládoga que unía Leningrado al resto del país, permitiendo transportar alimentos y evacuar personas. Foto: Shutterstock.

Como era previsible, el bloqueo fue de mal en peor. Se prolongaría nada menos que durante dos años y cuatro meses, exactamente 872 días. Para cuando el Ejército soviético consiguió, contra todo, pronóstico romperlo y detener el avance de las tropas germanas, de los tres millones solo quedaban con vida alrededor de un millón de personas. Hasta entonces, Leningrado resistió no solo gracias al indiscutible heroísmo de su población, sino también al corredor del lago Ládoga, conocido oficialmente como la carretera militar número 101 y popularmente como el Camino de la Vida. Una idea tan grandiosa como arriesgada.

Se trataba de una improvisada autovía de hielo a través del lago. Era la única vía disponible y tenía un doble objetivo: proporcionar víveres a la ciudad y evacuar a una parte de los civiles a la costa opuesta, los territorios de la retaguardia que seguían controlados todavía por los soviéticos.

Vista de la carretera de hielo sobre el lago congelado Ládoga, en 1943. Foto: Getty.

El hielo, la única salida

Rodeado de bosques, turberas, campos y pequeñas aldeas, playas y tabernas que huelen a pescado ahumado, con 17.700 km² y 660 islas, el Ládoga es el mayor lago de agua dulce de Europa. Se extiende en la histórica región de Carelia, cerca de la frontera con Finlandia, y desemboca en el golfo de Finlandia, en el Báltico, a través del río Neva en la actual San Petersburgo, llamada Leningrado en la época que nos ocupa, en concreto entre 1924 y 1991. Al margen de su ubicación geográfica y de sus maravillas naturales, esta joya lacustre ha pasado a la historia por haber sido el escenario de uno de los episodios más humanitarios acontecidos en un conflicto bélico, una hazaña de enorme proporciones, uno de esos magníficos ejemplos de fortaleza y solidaridad que el espíritu humano es capaz de desplegar en situaciones desesperadas.

Leningrado estaba completamente sitiada por tierra. Los alemanes la habían cercado por el sur y los finlandeses, por el norte. Al oeste, quedaba el golfo de Finlandia; al este, el Ládoga, que imposibilitaba la huida hacia el continente. Es decir, que solo se abría al este a Rusia, a través de este lago, que se encontraba en manos de la artillería germana.

Mapa del óblast de Leningrado, donde se observan las masas de agua del lago por donde discurría el Camino de la Vida. Foto: ASC.

Las consecuencias del sitio no tardarían en causar estragos. El mismo mes de septiembre de 1941, se recontaron las reservas. Según los cálculos, solo había existencias para aguantar un mes y medio. La verdadera hambruna empezó en noviembre. Era del todo imposible salir de la ciudad, que no estaba en absoluto preparada para un bloqueo, y menos de aquella magnitud. Sus pobladores carecían de combustible con el que soportar temperaturas de -40ºC, y de alimentos con los que, a duras penas, subsistir. Las raciones se limitaron pronto a 500 gramos de pan al día para obreros y combatientes, y a la mitad para las personas dependientes.

Las cosas fueron de mal en peor. No había electricidad, agua potable ni calefacción, y el agotamiento de los alimentos se tradujo en una feroz lucha por la supervivencia que llevó a la población a ingerir caballos, palomas, cuervos, ratas y hasta hierba. Y no era raro que alguien arrancase el papel pintado de alguna pared o hirviese los lomos de los libros, las suelas de los zapatos o los cinturones de cuero para elaborar, con el pegamento o la gelatina, una sopa nauseabunda. «Ya no quedan gatos ni pájaros ni perros en la ciudad. Se los han comido todos», respondía K. M. Matus a alguien que le pedía «un gatito» a cambio de reparar su oboe. 

Cadáveres de caballos utilizados para alimentarse por la población de Leningrado. Foto: Getty.

Es uno de los numerosos testimonios recogidos por Cynthia Simmons y Nina Perlina en el libro Escritos de mujeres desde el sitio de Leningrado. Puesto que casi todos los hombres sanos y menores de 55 años estaban en el frente o en un gulag, ellas jugaron un papel esencial durante el asedio. Buscaban comida, fabricaban municiones, cavaban trincheras, ayudaban en los hospitales…

Frente al asedio, la población invirtió todos sus esfuerzos y escasos recursos en construir fortificaciones antitanques a lo largo de todo el perímetro urbano con el fin de apoyar a los 200.000 defensores del Ejército Rojo.

Pero pese a todos los esfuerzos, los muertos se amontonaban en las calles. En aquel sálvese quien pueda, proliferaron las bandas de gánsteres y caníbales, y nadie se extrañaba si a algún cuerpo inerte le faltaba algún trozo. Se calcula que entre 1.500 y 2.000 personas fueron detenidas por canibalismo o tráfico de cadáveres. Algunos se los comían, incluidos a alguno de sus hijos, una vez muertos, pero también se detectaron casos de asesinatos.

Una peligrosa ruta de ida y vuelta

El pronóstico era unánime: si se esperaba más a actuar, todos los leningradenses morirían, ya fuera de hambre, de frío o víctimas de los bombardeos nazis. Cuando los obreros recibieron solo 250 gramos de pan –no era extraño que presentara un color verdoso y estuviera adulterado con serrín, celulosa y alpiste–, y los demás 125 gramos, después de que miles de personas muriesen de inanición, se tomaron medidas drásticas. Se hizo efectivo aquello de «a grandes males, grandes remedios»: se puso en marcha un corredor de urgencia de evacuación y abastecimiento. De no haber sido por esa ruta que a través del lago logró unir Leningrado con el resto del país, más que probablemente la ciudad entera y todos sus habitantes hubieran desaparecido de la faz de la tierra.

En octubre, se investigó la posibilidad de construir una carretera que cruzase el lago, cubierto de hielo durante el invierno. Una vez aprobados los cálculos preliminares, al mes siguiente empezó la construcción del Camino de la Vida. Por un lado, abastecía a la ciudad de alimentos, armas, equipos, municiones y combustible. Por otro lado, evacuaba personas: niños, ancianos, soldados heridos, enfermos o gente demasiado débil por la falta de alimento.

Escena del lago Ládoga por completo congelado, en 1942. El Ejército Rojo proporcionaba suministros a Leningrado a través de él, en los inviernos entre 1941 y 1943. Foto: Getty.

La noche del 22 de noviembre, la primera hilera de camiones recorría las aguas congeladas para llevar comida a los sitiados. La calzada tenía aproximadamente diez metros de anchura, espacio suficiente para que los camiones pudieran circular en ambas direcciones, de ida y de vuelta. Entre vehículo y vehículo se dejaban, como mínimo, 100 metros y se colocaron puestos de calefacción entre cada cinco y siete kilómetros.

El trayecto se situaba cerca de la línea del frente, a unos quince kilómetros de las posiciones alemanas. De ahí la constante amenaza de ataques aéreos y que unidades militares tuviesen que controlar el paso de los convoyes. Con tal intención, se dispusieron dos líneas defensivas: cañones antiaéreos enclavados cada uno o dos kilómetros, y cañones de artillería de pequeño calibre cada tres. Y en el aire, en todo momento ojo avizor, seis regimientos de caza vigilaban el terreno.

Finalizado el faraónico proyecto, miles de camiones iban y volvían entre las paredes de nieve y los crujidos del hielo. Y aunque a lo largo del itinerario, hombres en puestos de carretera les indicaban la dirección correcta, los peligros les acechaban a cada paso. Por una parte, prácticamente indefensos, se convertían con suma facilidad en dianas ambulantes para la artillería y la aviación enemigas. Por otra, bastaba un repentino deshielo para que se hundiesen. Además, los proyectiles alemanes dejaban a menudo polinias, espacios abiertos de agua que con el frío se cubrían de hielo y eran indetectables. Sacar los vehículos que caían en ellos resultaba imposible en la mayoría de ocasiones. Por todo ello, algunos supervivientes llamaron a la autovía, irónicamente, el Camino de la Muerte.

Soldados soviéticos sostienen un mapa en el Camino de la Vida. Foto: Album.

En su interior, reinaba el más absoluto silencio. Todos estaban atentos al sonido de las ruedas sobre el hielo, que podía romperse en cualquier momento. El conductor solía llevar la puerta abierta, por si había que saltar. No respiraban, aliviados, hasta que notaban que rodaban ya sobre tierra firme. Al mérito de los conductores, había que sumar el sacrificio de cientos de miles de personas que participaron llenando las grietas y construyendo cubiertas de madera. Arriesgaban la vida y muchos de ellos la perdieron.

En la primavera de 1942, pese al inicio del deshielo, el Camino de la Vida continuó utilizándose. Las barcazas sustituyeron a los camiones. Eso sí, el cambio hubo de ser progresivo y no pudieron navegar hasta finales de mayo. Además, dada la escasez de embarcaciones se optó por construir más in situ. El lugar elegido fue la fábrica de celulosa y papel Siastrói.

Un camión tratando de abrirse paso a través del lago, con las aguas ya deshaciéndose. Foto: Album.

Ese año fueron evacuados por agua alrededor de 400.000 leningradenses y llegaron a la ciudad 290.000 soldados y unas 350.000 toneladas de alimentos, aparte de los productos derivados del petróleo, ganado y caballos. A pesar de todo, durante los ocho primeros meses, las bajas temperaturas, la falta de alimentos y el fuego enemigo fulminaron a la mitad de la población. Y el cerco continuó.

Aunque la cantidad de camiones que circularon fue enorme y la de barcazas considerable, solo el ferrocarril podía hacer frente al gran tráfico de mercancías que se precisaba trasladar. Gracias a la línea ferroviaria montada en 1942 en la orilla oriental del lago Ládoga, pudo aumentarse su volumen cuantiosmente. Así, a partir de abril de 1943, prosiguió el transporte por carretera, pero su capacidad se redujo de forma significativa en favor del ferroviario.

Objetivo: que todos muera de hambre

Obsesionado con destruir Leningrado, cuna del bolchevismo, Hitler quiso adentrarse en la Unión Soviética hasta las mismas puertas de la ciudad, adonde llegaron el ejército de la Alemania nazi y fuerzas armadas finlandesas. Al no poder tomarla, optaron por sitiarla con la esperanza de que, antes de morir de hambre, se rindiera. Inutilizaron las líneas de ferrocarril y las carreteras. Cuando el 8 de noviembre de 1941 los alemanes capturaron Tikhvin, cerraron la última ruta ferroviaria que abastecía la ciudad a través del lago Ládoga. Después de dicho logro del Eje, Hitler anunció eufórico: «Leningrado está condenada a morir de hambre».

Vista del río Neva con la catedral de San Isaac, en San Petersburgo, Rusia. Foto: Shutterstock.

El Führer estaba decidido a asfixiar a la antigua capital de los zares, cuna de la Revolución Rusa, por entonces una urbe vibrante, culta y cosmopolita. Estaba convencido de que, si la tomaba, neutralizaría la flota del Báltico y contaría con una gran baza para el transporte. Con esas intenciones, la orden expresa fue que los nazis, encabezados por Wilhelm Ritter von Leeb, se apoderasen de Leningrado. Mientras el líder soviético parecía centrar sus esfuerzos en otro lugar, pues le preocupaba más la defensa de Moscú, el Führer no pensaba en escatimar medios para hacerse con ella. Fuera como fuese, en realidad, más que tomarla, pretendía matar de hambre a sus pobladores. Más que conquistarla, quería asediarla.

Con tal fin, en 1942 mandó al XI Ejército de campo del general Erich von Manstein replegarse desde el frente sur y desplegarse en las afueras de la urbe. El jefe del Estado Mayor del Ejército, Franz Halder, se mostró contrario a la decisión por creer que Stalingrado tenía mayor relevancia. Pagó caro su enfrentamiento. Unas semanas después, Hitler lo destituiría de todos los cargos.

Manstein tenía previsto iniciar la ofensiva contra Leningrado el 1 de septiembre, pero sus tropas se vieron envueltas en duros enfrentamientos para defender sus posiciones después de los intentos del Ejército Rojo de romper el cerco que evitaron el asalto de los nazis a la ciudad. Por entonces circulaba un dicho entre los leningradenses: «En 1941, no pudimos romper el asedio, pero al menos distrajimos a los nazis de Moscú. En 1942, no lo rompimos, pero evitamos el asalto contra Leningrado». Por esa razón, y terminado el conflicto, el Gobierno soviético otorgó la Orden de Lenin a la ciudad, que también se convirtió en la primera en recibir el título honorífico de Ciudad Heroica de la URSS, en 1965. Diez años más tarde, se inauguró un monumento a las víctimas y héroes del sitio.

El grupo escultórico Bloqueo, un monumento a los heroicos defensores de Leningrado. Foto: Shutterstock.

Visto lo visto, las circunstancias no permitían demorar la situación, debía romperse el bloqueo de una vez por todas. Los jefes militares del Ejército Rojo idearon un plan definitivo: la Operación Iskra. El 18 de enero, los miembros de la 86.ª División de Fusileros izaron la bandera roja sobre Shlisselburg, a 35 kilómetros de Leningrado. Seis días más tarde, se daba por acabada la operación. Se rompió el cerco y se abrió un corredor de diez kilómetros entre la ciudad y el resto del país que facilitaba el paso de algunas provisiones a través de un estrecho corredor. Aún faltaban doce meses para la ruptura total del asedio, que se haría efectiva en enero de 1944, pero la brecha permitió abastecer Leningrado y recuperar el aliento.

Símbolo de resistencia

Ya acabada la guerra, entre los juzgados en los procesos de Núremberg en que las naciones aliadas vencedoras pretendían exigir responsabilidades a los dirigentes y colaboradores del régimen nazi, se hallaba el general Wilhelm Ritter von Leeb. Había estado al mando de los Ejércitos del Norte que, entre otras misiones, debían capturar Leningrado. Fue absuelto por un tecnicismo: en ese momento aún no se había incluido la cláusula que prohibiría el uso del hambre como estrategia militar en relación con la población civil.

En total, a lo largo del Camino de la Vida se transportaron 1.600.000 millones de toneladas de carga y más de 1.300.000 millones de personas fueron evacuadas. Otros muchos no corrieron, sin embargo, su misma suerte. Aunque los sitiados consiguieron recibir ayuda, en el momento de ser liberada la ciudad, la cifra de muertos era de 1.200.000 millones de personas, y de estos más del 90% perecieron a causa del hambre. Pero nunca se rindieron.

En la actualidad, lo que fue el Camino de la Vida está salpicado de enclaves conmemorativos, cementerios, cañones, monumentos.., en recuerdo de los chóferes de los camiones, de los guardias de tráfico que les señalaban lugares seguros, de los aviadores que protegían la carretera, de los marineros, de los trabajadores del ferrocarril, de los habitantes de Leningrado que fallecieron durante el trayecto… Algunos de los más destacados son el Anillo roto, en memoria del levantamiento del cerco, y dos monumentos: la Flor de la vida, que homenajea a los niños de Leningrado, y el camión GAZ-AA, que trasladaba alimentos a las personas evacuadas.

Monumento Kurgan Slavy en Minsk, Bielorrusia. Foto: Shutterstock.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-04-22 05:37:04
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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