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La demostración accidental de Prigozhin, por Alejandro Armas

La demostración accidental de Prigozhin, por Alejandro Armas

La insurrección de los paramilitares de Yevgeny Prigozhin constituye un balde de agua fría para la propaganda sobre la pretendida superioridad del autoritarismo como orden político

 

@AAAD25

Más de tres décadas después de que Francis Fukuyama publicara su ensayo devenido en libro El fin de la historia y el último hombre, no son pocas las interpretaciones que se han hecho al respecto. ¿Es solo un argumento sobre la demostración de la superioridad de la democracia constitucional y republicana como forma de gobierno, habida cuenta del fracaso de la dictadura socialista soviética? ¿O es más bien un corolario en la doctrina hegeliana del progreso de la historia hasta una cumbre insuperable, que apunta a un triunfo de la democracia que no se puede revertir? Dejemos ese debate exegético para otro momento. Lo cierto es que, sea o no un vaticinio lo que Fukuyama planteó, el optimismo finisecular sobre la expansión de la democracia pertenece al pasado.

Hoy es evidente la erosión de la democracia a lo largo y ancho del planeta. Y si bien muchos de los nuevos regímenes autoritarios tienen idearios oficiales que los identifican como democracias y hacen un esfuerzo por simular que efectivamente lo son (con elecciones amañadas y partidos opositores falsos), en mentideros políticos más discretos hay toda una red de autores y pensadores (o, por usar el argot de las redes sociales, “generadores de contenido”) que rechazan explícitamente la democracia liberal y claman por su destrucción.

No son un movimiento ideológicamente uniforme. De hecho, su membrecía viene con más matices que una caja de Prismacolor. Los hay de izquierda posmarxista que al menos disimulan hasta cierto punto, cuando señalan, en la venia de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que su objetivo es una “democracia directa” o “radical”, pero cuyo talante antidemocrático queda expuesto al rastrear sus tesis a la obra de Carl Schmitt. Sus fellow travelers de derecha son más frontales: reaccionarios “tradicionalistas” que añoran la monarquía absoluta como garante de valores atávicos y jerarquías sexuales, religiosas, raciales, etc. sin fundamento racional alguno.

Juntos, constituyen el sustrato intelectual de lo que cada vez más es reconocido como una suerte de “internacional autoritaria”. Una fraternidad de déspotas de distinta raigambre, desde el estalinismo norcoreano hasta la teocracia ultraconservadora iraní. Los une el rechazo a la democracia y, sobre todo, la expansión de la misma, que naturalmente ven como una amenaza a su poder y privilegios. Es decir, a aquello que apuntó Fukuyama en su visión del curso de la historia.

Si en la Guerra Fría resultaba inconcebible que la Cuba de Fidel Castro y el Chile de Augusto Pinochet cooperaran, hoy lo ideológico es secundario. Las tiranías con credos en teoría antagónicos colaboran entre ellas, haciendo frente común a las presiones de las democracias (sobre todo las norteamericanas y europeas) para que sean más respetuosas de la voluntad ciudadana y los derechos humanos. Comparten sus técnicas represivas y de control social. Aprenden las unas de las otras. Se hacen eco entre aparatos de propaganda.

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Este último punto es crucial para la estrategia en el combate a la democracia, puesto que busca socavarla desde adentro. Intenta convencer a los habitantes de los Estados democráticos de que su forma de gobierno es demodé, que está en franca decadencia y no sirve para afrontar los retos contemporáneos que tiene que encarar la humanidad. La polarización y el auge del populismo en países como España, Estados Unidos o Chile contribuyen con la sensación de desorden y decadencia aunque, paradójicamente, son causa y consecuencia, puesto que al atizar emociones como el miedo y la rabia, fomentan la disfunción institucional y la aceptación de comportamientos autoritarios. Los entusiastas de la tiranía aprovechan tales situaciones para hacer eco a la referida propaganda. Contrastan el bochinche que tanto afligió a Miranda con un supuesto orden inquebrantable que hay en las dictaduras. Aducen que estas son más estables y duraderas.

Por eso los hechos de la semana pasada en Rusia son tan importantes, no solo dentro del gigante eurasiátiaco. Cuando hablo de trascendencia mundial, no me refiero a la posibilidad, por pequeña que haya sido, de que un factor tan brutal e impredecible como el Grupo Wagner se volviera inmensamente influyente en un Kremlin que controla el mayor arsenal nuclear del planeta. Me refiero a que esta insurrección de los paramilitares de Yevgeny Prigozhin constituye un balde de agua fría para la propaganda sobre la pretendida superioridad del autoritarismo como orden político.

Si hubiera ocurrido en una de las frágiles dictaduras africanas, no sería tan noticioso. Pero esto sucedió en la Rusia de Vladimir Putin, sin duda una de las autocracias más exitosas del siglo XXI. ¿Recuerdan el aprendizaje autoritario que mencioné? Bueno, cuando los demás dictadores quieren aprender del mejor, ven a Putin. Rusia es quizá la mayor fuente de know-how para estos reyezuelos y caudillos. Copian sus leyes restrictivas de la sociedad civil, sus simulaciones de democracia plural y sus métodos para la supresión de opositores. El putinismo es también uno de los mayores objetos de admiración para toda la fauna antidemocrática. No es casual que tanto ñángaras como fachos se la pasan haciendo de loritos entrenados de la propaganda del Kremlin. También a ellos les cayó el balde.

Sí, es verdad que el régimen de Putin no cayó, ni estuvo al borde del colapso. Sus fans más bien están apuntando a la rapidez con que el motín terminó, como señal de que el presidente ruso es invencible. Pero están obviando algo muy evidente. El supuestamente implacable Putin tuvo que llegar a un acuerdo con los alzados, para evitar que la situación se saliera todavía más de su control. Ello a pesar de que los rebeldes se apoderaron de Rostov del Don, una ciudad de importancia estratégicamente vital para las Fuerzas Armadas rusas, y de ahí emprendieron una marcha hacia Moscú, con muy poca resistencia. A pesar de que Putin se refirió a ellos como “traidores”, calificativo que para civiles desarmados opuestos a su gobierno conllevaría cárcel o hasta la muerte. 

En vez de eso, pudieron escoger entre la asimilación por el Ministerio de Defensa o el exilio. Es una muestra de debilidad y vulnerabilidad por parte del jefe de jefes. De que, como sostiene la periodista expatriada rusa Masha Gessen, sus compatriotas no son totalmente impotentes y pueden poner al mandatario en aprietos. Quienes lo comprobaron no serán los actores ideales, pero la comprobación es fait accompli. Putin siempre ha querido emular a Pedro el Grande. Ahora le quitaron sus ropajes de remedo de zar. Está más expuesto que nunca.

Hay una montaña de evidencia en ciencia política de que las democracias sólidas son más estables que las autocracias. Acabamos de ver un ejemplo sin necesidad de consultar la bibliografía especializada. ¿Cuándo fue la última vez que en Estados Unidos se vio una rebelión armada de semejante magnitud? Hace más de medio siglo, con la Guerra Civil. En Francia no ha ocurrido desde el desmantelamiento de la “Cuarta República” en 1958. Ni hablar del Reino Unido, donde tendríamos que retroceder hasta los alzamientos jacobitas del siglo XVIII.

Como los propagandistas del autoritarismo son bastante ruidosos, quienes creemos en la democracia no deberíamos quedarnos callados. Sobre esto hay que alzar la voz. Ponerlo a la vista de todo el mundo. La democracia alrededor del orbe tiene desafíos inmensos, pero está bien lejos de la derrota. Todavía tiene incontables virtudes que exhibir. Seamos exhibicionistas.

La democracia y el pensamiento gradual, por Alejandro Armas

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2023-06-30 12:24:43
En la sección: Opinión archivos – Runrun

Publicado en Opinión